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Las hipótesis del 68

Mayo del 68 no es sólo un acontecimiento cronológico -que, por lo demás, tampoco ocupó la totalidad de los días de mayo de ese año-, sino un proceso que quizá quedó simbolizado en ese mes y en unos días de ese mes, como una cresta en una altiplanicie. Cuando se escribe ahora acerca de Mayo del 68 no se escribe de él, sino sobre él (no se hace crónica, sino versión, lo cual tiene su interés también, pues la versión se practica desde la posición en que se está instalado hoy), y lo que puede detectarse, no sin riesgo, naturalmente, de equivocarnos, son las actitudes que ahora conviene adoptar frente a esa serie de hechos que culminaron como Mayo del 68. Con plena legitimidad, versión es interpretación. Una interpretación no está exenta nunca de la contaminación de subjetividad, y ésta adopta muchas veces la forma de la racionalización. Racionalización es conferirle forma de argumento a opiniones sustentadas sobre actitudes, no sobre raciocinios.Mayo del 68 fue la última vez -no hay fundamento alguno para pensar que sea la definitiva; parece existir, a través del utopismo, una instancia hacia ello, de la que una expresión es la religiosidad- que el hombre (determinados hombres) trató de pensar totalizadamente, y, en este caso, trató de practicar la totalización a que aspiraba. Frente a las objetivaciones del hombre -sobre las que habló Simmel, cuando, como ejemplo, contraponía el artesano, que proyectaba su individualidad total en su obra, al obrero industrial, que ofrece en ella sólo una parte de sí, y, además, impersonal, esto es, objetivada (ésa es la expresión de Simmel), cosificada, había dicho Marx, unidimensional, aseveró Marcuse-, Mayo del 68 viene a representar la utopía del hombre total, de la posibilidad asimismo de aprehensión de la realidad: el hombre es ingrediente de ella, no está frente a ella como totalidad. Años antes y hasta poco después, situando céntricamente a Mayo, se plantea la totalidad frente a la especialización, frente a la parcialidad. Hacer lo parcial es hacerse parcial. La filosofía analítica era, por entonces, en el reducto, de la filosofía, del pensamiento, la expresión ejemplarizada de la parcialidad. Porque la filosofía de Mayo del 68 no es la interdisciplinariedad, que son, en el fondo, yuxtaposiciones de puntos de vista, de perspectivas entre sí inconciliables, sino, como he dicho, el idealismo de la totalidad. Lo cual lleva implícito algo importante: la pretensión de que, por principio, la filosofía no sea disciplina intelectual, o, por lo menos, no sea sólo eso, sino forma de vida. De aquí ese rechazo de la filosofía analítica, que fue vista como lo que realmente es, como tarea, no como vida; de aquí también el rechazo -que ya se había gestado antes, pero bajo otros presupuestos- de los existencialismos, porque son, ciertamente, filosofía de la vida, pero no vital. Y en contrapartida, el redescubrimiento de Nietzsche. Frente a estos rechazos, el compulsivo afán de comunicación, el ensayo de sobrepasar esa conjetura para "el otro", que es cada cual en su intimidad, por la transparencia y la desnudez de uno mismo ante todos. Se pensé en la posibilidad de dejar de representar ser para meramente ser, y ser para los demás.

Es inevitable: se habla de sí cuando se habla, en este caso, de Mayo del 68. Cada cual habla de sí cuando habla de su relación con un objeto, incluso material, mucho más ostensiblemente si habla de un objeto que, por su categoría simbólica, es un objeto mental. Pero se habla de sí disfrazadamente, como si se hablase del objeto. Por esta razón, el objeto de que se habla es ya de carácter ilusorio -alusivoilusorio, que diría Althusser-, porque, en su aparente objetividad, no es otra cosa que una interpretación ideológica: que es una media verdad, porque tiene de parte de verdad el hecho de referirse a una realidad empírica, y tiene de verdad a medias -es decir, o de mentira o de inexactitud- el tomar, o hacer pasar, como verdad lo que pertenece a la esfera de la interpretación.

Acerca de Mayo del 68 se suele adoptar una de estas dos actitudes: su negación o su superación. Son dos actitudes contrapuestas. En la negación se hace tabla rasa de cuanto significó la adscripción a puntos de vista que ideológicamente correspondían al movimiento de subversión; en la superación es otra cosa: es aceptar que buena parte de cuanto allí se hizo, y la mayor parte incluso de cuanto se presuponía -esto es, las hipótesis de Mayo- para hacer lo que se hizo, fue, en una buena medida, un error. Desde el punto de vista de hoy, que no debe ser considerado necesariamente como "el verdadero", sino como "el posible". Es bajo esta perspectiva superadora, que tiene algunas veces rasgo cínico, otras crítico, como aparece lo que fue la libertariedad de Mayo del 68. Todo movimiento totalizador, o con la pretensión de totalizador, que subsume la persona en su obra, la sociedad en sus actuaciones, el presente en la historia, pretende así obtener la libertad. Pues la libertad parece estar en principio reñida con la disociación: a mayor disociación, menor posibilidad de libertad; de no haber disociación, la libertad. Y cuando ésta se sustantiva enfáticamente, mediante el uso del artículo, y con mayúscula, entonces emerge como libertariedad.

Mayo del 68 fue, en la praxis, una fantasía de omnipotencia. Ya lo es la pretensión de sobrepasar los múltiples comportamentos del pensamiento científico con cualquiera sea la metafísica de la totalidad. Lo es, si cabe, aún más, como praxis de la relación interpersonal, y adquiere caracteres de cuasi delirio cuando se aspira a trasvasar ese ideal al ámbito de lo social. Por eso, para que se extinguiera no hubo que echar mano de otra cosa sino de paciencia, de mesura, dejar que las cosas volvieran a su cauce. Una vez más, la metafísica de la vida como totalidad se sustituyó por la pragmática división social del trabajo, y a la realidad ideal, como ámbito del ser y del hacerse, la realidad como organización, es decir, como un inmenso, infinito conjunto de oficinas.

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