_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

40 años de unificación europea

Se cumple en estos días el 40º aniversario de lo que supuso, como es sabido, el nacimiento del proceso unificador del Viejo Continente: el congreso de Europa de La Haya. Por ser el europeo un proceso aún incompleto, el aniversario incita más a la reflexión y a la prospección que a lo puramente conmemorativo, dice el autor.

Sobre el trasfondo multisecular del pensamiento europeísta -Dante Alighieri, Pierre du Bois, Sully, Podjebrady, Kant, W. Penn, Abad de Saint Pierre, Victor Hugo, Proudhon, Koudenhove-Kalergi, Ortega, Christopher Dawson, Rougemont y tantos federalistas-, sobre un efectivo intento político, como el de Briand, en 1930, tras la II Guerra Mundial parece existir una efectiva decisión de actuar, de la que son buena muestra el discurso de Churchill en Zúrich, la constitución de la OECD -después, OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos)- para administrar el Plan Marshall y la existencia de una veintena de organizaciones europeístas.Al empeño y contactos políticos de estos grupos, también a su renuncia a protagonismos cuando constituyen un Comité de Coordinación -después, Movimiento Europeo (ME)- que convocaría el congreso, al entusiasmo organizador de un secretario llamado Joseph Retinger, se debe la cierta proeza de reunir -sin saber muy bien para qué y sin un orden del día concreto- en la Sala de los Caballeros (Ridderzaal) del Parlamento holandés a 800 personalidades, entre ellas 16 ex presidentes de Gobierno, 60 ministros, parlamentarios de muchas naciones, la entonces princesa heredera Juliana, representantes de las Iglesias, científicos y escritores como Bertrand Russell, periodistas, etcétera. Y cuatro españoles exiliados: Madariaga, Prieto, el doctor Trueta y J. Xirau.

Todo salió de allí

Del congreso arranca, directa o indirectamente, toda la integración europea. "Todo", escribe Denis de Rougemont, "salió de La Haya en mayo de 1948; las primeras instituciones europeas parlamentarias, jurídicas, culturales, técnicas; los principios generales del Mercado Común, pero también la negativa de dotar a estas instituciones de un poder de decisión política impuesto por el impulso popular, impulso que entonces parecía posible desencadenar".

¿Es esto así? Ciertamente. El congreso decidió constituir un Consejo de Europa, y al efecto encargó al mismo Movimiento Europeo, en que se había transformado el Comité de Coordinación, la preparación de un memorándum que serviría de base para un acuerdo, y que, negociado por el ME con los Gobiemos, se convirtió efectivamente en el Tratado de Londres, firmado justo un año después, el 5 de mayo de 1949.

En efecto, las conclusiones del Congreso de La Haya preven el Mercado Común, que no recogió 61, tratado pero que después sería nervadura de la CEE.

La aseveración negativa contenida en el final de la cita de Rougemont más parece obedecer a sus reservas frente al recorte que el mensaje final supuso sobre el borrador fuertemente federalista, redactado por él mismo, que a una lectura detenida de las conclusiones del congreso.

Hay en ellas la previsión de un futuro poder político, desde el momento en que se parte de la transferencia de soberanías, se abarcan políticas económicas obligatorias, inconcebibles sin tal poder, y se diseña una carta común de derechos y -lo más revolucionario- un tribunal -sobre y hasta contra los Estados-capaz de garantizarlos.

Bien es verdad que a este último logro quedó reducida la construccIlón eminentemente política que el Congreso de La Haya y el Tratado de Londres imponían; en lo demás, la Europa de los 16, hoy 21, quedó reducida a la cooperación intergubernamental.

De la apatía de los Gobiernos, de la deslealtad británica (la devaluación de la libra en 1949, a espaldas de los otros Gobiernos fue, según Brugmans, la puntilla al Consejo; hoy podríamos parangonarlo con otro par de rejones a la cooperación política de la CEE: ataque a las Malvinas y permiso a los aviones de Estados Unidos rumbo a Libia) y del desencanto ante el método federalizante demostradamente voluntarista del Tratado de Londres surgió, justo otro año después, el chispazo genial, funcionalista, de la Comunidad Europea del Carbón y, del Acero (CECA): creación de "bases comunes de desarrollo económico, primera etapa de la Federación Europea" (Declaración Shumman, 9 de mayo de 1950).

Y en ésas estamos:

1. No unión política previsible a medio plazo en el ámbito ancho y laxo del Consejo de Europa.

2. Más que probable -aunque nunca segura- andadura hacia ella por la vía dinámica de la pequeña Europa de las Comunidades.

3. Vía atractiva creciente de ésta hacia aquélla, sobre todo a partir del Acta única, y que por causas puramente económicas ha casi desmedulado la EFTA y pone a Noruega, Suecia y Austria al acecho.

4. Posibilidad, en base a esto último, de mecanismos de conexión que acabarían llevando a una Europa de anillos concéntricos con intensidad decreciente.

Invitación a la reflexión

Por ser el europeo un proceso incompleto y en marcha, el aniversario incita más a la reflexión y a la prospección que a lo puramente conmemorativo. Este sentido tienen los actos organizados para estos días en La Haya por el Movimiento Europeo, en los que no faltará el debido homenaje a los padres fundadores.

Plantearse a secas si de entonces acá se ha ido deprisa o despacio es vagar por el limbo, porque sena ignorar que el tiempo histórico no es lineal, sino acumulativo: de lo que se trata es de estar en cada momento a aquella altura de los tiempos de que Ortega habló (por ejemplo, aceleración técnica, exigencias sociales). Además, es referencial: sólo cabe mensurarlo en relación con otros procesos simultáneos e interactuantes con él (por ejemplo, formación o consolidación de otros bloques, emergencia de nuevas regiones económicas, etcétera).

Comparativamente, y para curamos de soberbias comunitarias, convendría recordar que dos sucesos traumáticos, de naturaleza vituperable por destructiva, como las dos últimas guerras mundiales, desencadenaron en poco tiempo fenómenos tan prolongados y probablemente irreversibles como, desde 1918, el llamado socialismo real y, tras 1945, la descolonización.

Cabe, eso sí, complacerse en el recuerdo de la década dorada comunitaria (1960-1972) de desmoche acelerado arancelario, de un crecimiento superior al de Estados Unidos, multiplicación por seis veces del comercio intracomunitario y por 3,5 del comercio con terceros, hasta la cota actual de la CEE, primera potencia comercial (33%) del mundo. O considerar, con razón, que por existir la Comunidad se respondió mejor a la crisis de 1970-1980 (el Sistema Monetario Europeo, aún embrionario, funcionó). Y reconforta pensar que por primera vez en la historia se han roto las fronteras nacionales para votar un Parlamento o para aplicar las resoluciones de un tribunal competente, eso sí, tan sólo en las materias del tratado.

Pero sería frívolo ignorar las propias carencias: La revelación del secreto a voces del Libro blanco 1985, según el cual hacen falta 300 directivas para lograr convertir en un espacio económico abierto lo que creímos era un Mercado Común; el ya conocido coste de la no Europa (unos 20 billones de pesetas / año); desequilibrio e injusticia para la obtención de recursos propios; gap, con despilfarro, en investigación (gasto proporcionalmente equivalente al de Japón, rendimiento dos veces menor); incidencia negativa en productividad de toda innovación social que lo sea sólo a escala nacional (reducción de horas, democracia industrial) y efecto perverso de la concertación social a dicha escala, frente al multinacionalismo de las grandes empresas; dualismo creciente regional, dificilmente paliable con el Acta única; deterioro del medio ambiente, para el que el Acta única no ofrece sino promesas, etcétera.

Y nada digamos de los factores externos, tales como un dólar que -patrón artificial- nos solivianta o desploma; acometida de la economía del Pacífico; emergencia de vastos movimientos rompedores del caduco sistema de bloques (por ejemplo, islamismo); un Tercer Mundo creciente y clamante frente al egoísmo mudo de los otros dos; la Europa del Este, que llama a nuestra puerta, y la no respuesta por la dependencia a EE UU...

Unidad o decadencia

A la aceleración del tiempo histórico Europa no puede responder con el ritmo llevado hasta hoy, porque eso es ir ya contra corriente; es como caminar sobre una cinta mecánica que se desliza en dirección contraria.

Un ejemplo para meditar: el proyecto Mitterrand-Kohl de brigada defensiva convencional europea intenta reproducir, ¡33 años después!, un Tratado de Comunidad Europea de Defensa que se llegó a firmar por los entonces seis y a ratificar por cuatro...

Si hay algo que nadie discute -salvo algunos gaullistas, algún laborista británico, algún tardofranquista de por aquí- es que la alternativa a la unidad económica de los doce es la decadencia de uno a uno.

Mucho más importante: nadie -salvo focos de arrogancia insolidaria o de pirotecnia terrorista- en el mundo -sean las dos hegemonías, sean Ch!na, India, Latinoamérica, Liga Árabe, Organización de Estados Africanos y Organización del Tratado del Sureste de Asia (SEATO)- pone en duda que la aportación de Europa a la paz mundial exige de ella que comience por unirse políticamente.

La vía de la regionalización planetaria, imprescindible para una racionalización y solución de los problemas, se disloca si el esfuerzo pionero de este pequeño continente se diluye o no llega a tiempo.

Llegar a tiempo es, por lo menos -y eso es lo que se exige estos días en La Haya- la Unión Política Europea antes de 1992. Es bien fácil: si en 1948 la unión política sin compenetración económica era un sueño, hoy ocurre justamente lo contrario.

Llegar renqueante o a la zaga de otros para 1992 es hacer estéril una cita histórica. En palabras de César Vallejo: "Acaba[ría] de pasar, y sin haber venido".

Carlos María Bru es presidente del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo y diputado del Parlamento Europeo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_