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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Canto, amor y violetas

Volvió al escenario de la Zarzuela la ópera de Francesco Cilea Adriana Lecouvreur, no representada en Madrid desde 1974. Se trata, como es sabido, de uno de los ejemplos nacidos en las laderas del verismo, estilo que se da con pureza en muy contados casos. Una mezcla de romanticismo tardío, herencia del cantista, modernidad, naturalismo y cordialidad casi ternurista se alían en Adriana con ciertos airecillos franceses muy reconocibles. Cilea no fue un genio pero demostró una muy refinada sensibilidad musical y una peculiar forma de entender el hecho teatral.Siempre hay que volver sobre los textos de Renato Mariani a la hora de enfocar la personalidad de Cilea, pues en ellos, desde una postura admirativa sin beatería, se ilumina la figura expresiva, de una delicaleza massenetiana, cuya virtualidad aparece ya en el aria Son l'umiltá ancella, secreto de la psicología y la humanidad dramática de la protagonista y su entorno. Hasta la hora de la muerte le llegó a Adriana a través de un ramito de violetas envenenadas por su rival amorosa.

Adriana Lecouvreur

Teatro Lírico Nacional. libro de Colauti sobre Scribe y Leguvé. Música de Francesco Cilea. Intérpretes: Jaime Aragall, Orazio Mori, Enrique Baquerizo, Natalia Troitskaya, Elena Obraztsova, José Ruiz, José Antonio Carril, Sánchez Gericó, José Velasco, Dolores Cava y Francisco Roig. Bailarines: Antonio Femández, Manuel Armas, María Luisa Ramos, Marta Álvarez y Mabel Cabrera. Dirección musical: Elio Compagni. Dirección escénica: Emilio Sagi. Escenografía: Ferrucco Villagrossi. Figurines: Miguel López Pelegrín. Coreografia: Ray Barra. Director del Coro: Ignacio Rodríguez. Orquesta Sinfónica, coro y ballet del Teatro Lírico Nacional. Teatro de la Zarzuela, 8 de mayo

Tal para cual

Las dos figuras femeninas que centran la pieza basada en Eugéne Scribe fueron encarnadas más que interpretadas, por dos grandes artistas soviéticas: la soprano moscovita Natalia Troitskaya y la mezzo de Leningrado Elena Obraztsova. Tal para cual: bella voz para bella voz y fraseo espléndido para dicción emocionada e incisiva, todo ello a partir de una sustancialidad teatral de primer orden.No anduvieron a la zaga los protagonistas masculinos. Retornó Jaime Aragall, una de las voces más hermosas que registra la historia de nuestra lírica, manejada en esta ocasión con cierto envaramiento; el impactante barítono cremonense Orazio Mori compuso su personaje principesco de manera espléndida y cantó su parte con verdadera maestría.

Si la dirección escénica de Emilio Sagi, quien dispuso la acción en un tiempo histórico posterior al XVIII en el que vivió la real Adriana Lecouvreur, pero más acorde con la naturaleza de la partitura, fue de todo punto acertada, los escenarios de viejo estilo quedaron por debajo de los muy bellos trajes. Decidió el pulso y la brillantez total de la versión el maestro Elio Boncompagni, clarificador y expresivo, que con las partes principales del reparto recibió las más largas ovaciones de la noche.

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