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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Estética de la miseria

Hay en esta película presencias de interés. La primera: Meryl Streep y Jack Nicholson, dos divos del cine norteamericano, escoltados por un buen conjunto de secundarios entre los que suenan por sí sólos los nombres de Carrol Baker y Tom Waits.La segunda es el guión de William Kennedy, autor de la novela-pretexto. Y la tercera es la del director, Héctor Babenco, argentino procedente del cine brasileño y realizador de Pixote, película con la primera mitad magnífica y la segunda rutinaria, y de El beso de la mujer araña, de la que se puede decir lo mismo, pero invirtiendo los tiempos.

El filme tiene una excelente composición ambiental del infierno de los despojos humanos abandonados en las aceras de las ciudades de los Estados Unidos en la resaca de la Gran Depresión, en 1938. La fotografía mortecina ayuda a dar veracidad a ese lóbrego mundo y esto hace que el filme alcance instantes chocantes en el cine norteamericano a causa de su feísmo, ciertamente carente de humor y por consiguiente de horror.

Tallo de hierro

Dirección: Héctor Babenco. Guión: William Kennedy, basado en su novela. Fotografía: L. Escorel. Música: J. Morris. USA, 1987. Intérpretes: Jack Nicholson, Meryl Streep, Carrol Baker, Tom Waits. Palacio de la Música, Novedades y (en V. O.) California.

Por su parte, Nicholson y Streep, que suelen gesticular hasta el exceso para hacerse dueños del filme en que intervienen, aceptan someter su tendencia al divismo al carácter coral del filme, dejando actuar a los demás, sin sobreactuar o haciéndolo sólo en los momentos en que la tiene sentido. Su caracterización tiene perfume negro, sordidez de tragedia.

Finalmente, Babenco hace un trabajo minucioso, pero excesivamente calculado, es decir apriorístico: de los que sacrifican la verdad de la filmación en aras de la idea predeterminada que el director tiene de ella, de tal manera que los actores han de forzarse y embutirse en la imagen previa que el director tiene de cada situación, lo que agarrota al fime, lo hace artificioso.

Babenco confía más en la caracterización exterior de tipos y de ambientes que en la composición interior de los primeros y la penetración en el abismo de los segundos; más en el disfraz que en la traslación anímica; más en la iconografía de una época que en el dolor humano como sustancia de toda época.

A su Tallo de hierro le falta hierro, es una historia durísima contada con sedas teñidas de oscuro. No logra que la cámara nos sumerga en lo que ve, sino que nos invita a contemplarlo con regusto a cromo sombrío. Una vez más, lo infrahumano es convertido en adorno para la estantería de objetos de consumo de la gente satisfecha. No hay escándalo es la cámara, mientras cuenta una historia que, si no escandaliza, no merece verse.

Sitúa Babenco a la cámara en puntos lejanos, que impiden penetrar en el interior de los personajes; o, de manera más cruda: hace estética con la miseria, estampitas con un horror aguado por su falta de humor, que acaba por hacerse amistoso, azucarado, confortable. No hay energía de rechazo en su buena caligrafía. Narra un estadio invernal del espíritu desde cómodas distanclas primaverales.

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