Sacramento de Hacienda
No ha podido ser más oportuno Aurelio Arteta (EL PAÍS, 31 de marzo de 1988) al platicarnos en fechas tan señaladas sobre el carácter religioso de la declaración a Hacienda, que según el articulista "es como el sacramento de la confesión, sólo que al revés. Si ante el ministro de Dios debo mostrar mis males, ante el sacerdote de Hacienda he de revelar mis bienes". La parábola es ilustrativa y puede, en su dimensión mágico-religiosa, invertir o por lo menos corregir el sesgo irreverente que había tomado la interpretación popular del misterio de Hacienda a raíz de la lacrimógena abstención tributaría de Lola Flores y del chulesco guante lanzado por Pedro Ruiz a los padrinos de Solchaga.Sabíamos que lo de Hacienda es un misterio desde el momento en que no acaban tan siquiera de vislumbrarse por lado alguno las benéficas repercusiones de tan ubérrimas cosechas tras siglos de sequías pertinaces, pero ahora, al descubrir su carácter sacramental, quizá se comprenda mejor tanta contumacia escapista: si, como dicen las encuestas, cerca del 70% de los ciudadanos no va a misa y sólo un 25% acata la moral sexual de la Iglesia en un país secularmente católico, ¿qué porcentaje de practicantes tributa-
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rios auténticamente piadosos y por tanto puntillosos en su declaración encontraríamos en un país sin ninguna tradición de fervor contributivo?
Mucho me temo que la extrema falacia de cualquier intento encuestador al respecto nos prive de un buen reportaje escandaloso, pero por lo menos el artículo del señor Arteta nos pone en la pista de una de las claves, que no es otra que el perverso placer que provoca a los españoles la sistemática transgresión de mandamientos, sacramentos y demás recomendaciones eclesiales. Si en su día huimos despavoridos de la agobiante presión clerical, pese a las promesas de felicidad eterna, ¿cómo no vamos a intentarlo de este contubernio hacendístico-sacramental que no nos garantiza ni una modesta indulgencia en forma de jubilación terrenal? Además, y para seguir con los paralelismos, se equivoca Hacienda -como en su día hiciera la Iglesia- al adoptar la vía represiva y atemorizarnos con los fuegos del infierno sancionador en lugar de utilizar la prédica de una revolucionaria impuestología de la liberación que de verdad se alineara con los oprimidos de la nómina y sagrado vínculo matrimonial. Se evitarían pícaros, que no pecaminosos, divorcios y apostasías varias, mientras ejemplos tan poco edificantes como el de ciertos cómicos y plañideras serían mera anécdota.- Pedro J. Bosch.
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