Los miedos
En la dura polémica que viene desarrollándose por tierra, mar y aire en todos los medios de comunicación hasta el momento conocidos, entre Fernando Savater y la familia Sádaba, ha vuelto a hablarse de miedo. Y se ha dicho que no existe entre los ciudadanos vascos respecto a los grupos que en Euskadi practican, defienden o justifican la violencia, que así puede repartírseles según jerarquías de brutalidad, como la sabiduría se distribuye por grados entre los coros de querubines, serafines, tronos, dominaciones y ángeles sin graduación.De todo ello hay. Están quienes practican la violencia en forma de organización que se pretende militar y quienes la ejercen en forma de comandos paramilitares, que atacan manifestaciones ajenas, casas del pueblo o balzokis, extienden sus agresiones a través de pintadas sobre las fachadas ajenas y mantienen viva la intolerancia entre acción armada y acción armada. Después, como primera retaguardia, están quienes la defienden por escrito o de palabra, en conferencias de prensa o mítines, haciendo gala de una libertad de expresión que niegan a sus adversarios, que jamás pueden opinar en sus periódicos ni responder en ellos a las agresiones. Y detrás van los que ni la practican ni la defienden, pero la justifican como última razón frente a la violencia de los españoles, de Madrid, y la que ejercen los múltiples agentes de Barrionuevo, encarnados en quienes disienten de cualquiera de esas formas de intolerancia. Agentes que en este momento están representados por Savater, que actúa como sujeto de vudú.
Y por todo ello, pese a los exorcistas de extrema izquierda, los pontífices de causas perdidas y las bailarinas orientales que perfuman las brutalidades de los jeques de ETA, hay miedo. Un miedo en descenso ante la seguridad que defienden de que la victoria está al alcance de los demócratas, pero miedo. Lo hay a las acciones físicas de ETA, porque se puede ser protagonista inmediato de sus golpes o simplemente estar en las proximidades de un centro considerado objetivo militar. Y no sólo se puede dar el miedo en un guardia civil, sino también por ser la mujer de un guardia civil, algo a lo que se llega de forma voluntaria, y aun hijo de guardia civil, para lo que no ha intervenido ninguna decisión del niño. Y tiene miedo cualquier anciano que haya sido guardia civil, policía o militar, al margen de su actuación pública. Y tienen miedo los familiares de esos ancianos, por ellos y por sí mismos, pues pueden morir en la venganza. Y tienen miedo todos los ciudadanos que por sus ganancias -en Euskadi nadie reconoce haber ganado millones a la lotería- pueden ser objeto de un secuestro como parte del plan de jubilación anticipada que se preparan, bajo tanta palabrería patrioticorrevolucionaria, los líderes de ETA. Y tienen miedo fisico muchos ciudadanos mái, que pueden ser víctimas de oscuras decisiones.
Pero, además, están el miedo político y el miedo social. E incluso miedos que tienen todos los ingredientes. Como Savater ha dicho, ser calificado de chivato en Euskadi puede suponer un intento de muerte civil, pero también puede significar la muerte física, lo que ya ha ocurrido en más de una ocasión. En una carta aparecida en el diario Egin hace algo más de un mes, una lectora bien aleccionada me acusaba: "Con tu pluma estás contribuyendo a que la paz no llegue a este país, te has hecho cómplice de esos a los que toda vía no hace muchos años com batías". Lo cual es, al mismo tiempo, una grave acusación, pues si soy un estorbo para la paz, lo más fácil para llegar a ella es quitarme de en medio, y una demostración de sus for mas de razonar, además de su evidente amor por la libertad de expresión, sobre la que tanto exigen. Por una parte, la única manera de contribuir a la paz, según estas afirmaciones, es ja leando a ETA, inclinando la ca beza ante los verdugos y deci diendo que se someta todo el pais, no a las decisiones de las urnas, que son favorables a los demócratas, sino a las decisio nes de las metralletas; un tipo de paz que ya nos ofrecieron an tes y que tampoco aceptamos. Por otra parte, nada ha cambiado, vuelve a ser el estribillo. Si hace unos años combatía unas formas determinadas de hacer política e imponerla, tengo que continuar porque esa política no ha cambiado.
Pero hay más miedos. Hay, en numerosos pueblos vascos, el miedo a sentirse marginado por el grupo que, siendo minoritario, se impone por sus métodos, algo que conocieron muy bien en Chicago por los allos treinta. Y se tiene miedo a ser señalado como antivasco por los repartidores de credenciales. Y se tiene miedo a ser acusado de colaborar con la policía si no se proporciona ayuda o infraestructura al mundo etarra. Lo que si en las ciudades tiene menos importancia, en algunos pueblos puede ser determinante para la consideración de un vecino. Teniendo en cuenta, además, que para muchos nacionalistas romper con alguien que persigue teóricamente los mismos fines, que forma parte de su entorno lingüístico y aun en muchos casos de su propia familia, resulta muy duro; y eso impone el miedo a condenar. Y existe el miedo a terminar con amistades de toda la vida, porque son los intolerantes los que exigen esa ruptura y existe el miedo a reinsertarse, a hablar en las cárceles, porque sus compañeros pueden reaccionar violentamente y sus abogados son de Herri Batasuna, lo que cierra dramáticamente el círculo. Todo eso es miedo. Todo eso y mucho más, porque yo he estado en Ordizia, el pueblo en que nació y fue asesinada Yoyes, y todavía, cuando la enfoca una cámara de televisión o un micrófono, la gente calla. No todos, y ésa es la esperanza, pero muchos aún callan. O responden que ellos no han oído hablar de que haya violencia. Y eso es miedo.
Son muchas las formas de miedo en Euskadi, porque el miedo existe. Y es inevitable, puesto que la violencia no puede dejar de engendrarlo. Y porque las formas militares de concebir la sociedad asustan a los civiles. Y porque cuando en muchas paredes se escribe "PSOE igual a GAL", "PSOE asesinos", cada militante socialista sabe que se está justificando su liquidación, e incluso incitando a ella. Y eso da miedo.
Cada cual tiene derecho a asumir su papel en esta historia, porque ésa es la grandeza de una democracia aún imperfecta frente a los regímenes que sus detractores propugnan; una democracia que acepta, pese a Saint Just, que haya libertad incluso para los liberticidas. Pero nadie tiene derecho a inventar un mundo inexistente, porque ni en los más crueles cuentos de hadas vuelan en pedazos niños inocentes mientras un coro de trasgos aplaude o calla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Kale borroka
- Opinión
- Conexiones terroristas
- Amenazas
- Fernando Sadaba Garay
- Fernando Savater
- Amenazas terroristas
- Víctimas terrorismo
- Violencia callejera
- Desórdenes públicos
- Delitos orden público
- País Vasco
- Entorno ETA
- Política antiterrorista
- Partidos políticos
- Lucha antiterrorista
- ETA
- Comunidades autónomas
- Sucesos
- Administración autonómica
- Grupos terroristas
- Terrorismo
- Delitos
- Justicia
- Política