Refugios en Budapest
EN TRANSILVANIA, provincia rumana limítrofe con Hungría, conviven con los naturales de aquel país dos millones de magiares y varios centenares de miles de alemanes. Desde el pasado verano, 20.000 transilvanos de origen húngaro (y un buen número de rumanos) han cruzado ilegalmente la frontera en dirección al Oeste y se han refugiado en Hungría. El Gobierno de Budapest no sólo está acogiendo a los refugiados, sino que ha hecho llamamientos a la población para que contribuya a aliviar el problema dando alojamiento o donando ropa y comida; también ha creado un fondo especial para enfrentarse con la cuestión y ha solicitado ayuda del Alto Comisariado para Refugiados de la ONU. En la zona fronteriza se está dando cobijo y empleo a cuantos llegan.Es consecuencia directa de la perestroika soviética que en Occidente se tenga conocimiento del problema porque el Gobierno húngaro lo ha divulgado oficialmente y no porque haya sido preciso refugiarse en las habituales referencias susurradas. Presumiblemente, Gorbachov quiere conseguir dos cosas: avergonzar públicamente a Ceaucescu creándole un problema detrás de otro sin intervenir directamente y despegar a sus satélites europeos de un régimen que, como el rumano, es incómodo y da mal nombre.
Al igual que tras la dramática insurrección popular de Brasov el pasado invierno, el dictador rumano intenta presentar ahora este nuevo problema como una mera cuestión de minorías; según él fueron minorías las que se sublevaron entonces en la ciudad industrial y son minorías las que huyen ahora a Hungría. Es cierto que uno de cada tres húngaros tiene familiares en la Transilvania rumana, pero es falso deducir de ello que las minorías magiar y alemana intentan desafectar a los transilvanos del régimen de Bucarest. Lo que intentan es huir. La vida en Rumanía ha caído por debajo de mínimos: el hambre, el frío y la opresión pueden con el miedo a la represalia. La desesperación guió la mano de los que en Brasov asaltaron las tiendas privilegiadas y bien surtidas de los apparatchiki (en ruso, funcionarios del partido), igual que hoy guía los pasos de los que huyen. Los primeros en marchar de Transilvania son los magiares, porque tienen menos dificultades de adaptación y menos miedo a lo désconocido en Hungría. Pero poco a poco les siguen los rumanos. Las imágenes de televisión obtenidas clandestinamente por corresponsales británicos y holandeses hace meses en Brasov y hace días en Oradea no cuentan una historia de lucha regionalista, sino una tragedia de persecución generalizada.
Transilvania nunca ha sido una región inquieta. Ya de antiguo convivían pacíficamente en ella rumanos, húngaros y alemanes. Los magiares y los teutones, como burguesía (la de las siete ciudades); los rumanos, como agricultores. Todos, en una situación de desahogo económico. Entonces, como ahora, los problemas no eran regionales, sino políticos, y por ellos se enfrentaban Budapest y Bucarest. Antes de la II Guerra Mundial, Hungría presionaba por la magiarización de Transilvania; desde 1948, Rumanía lo hace por su rumanización forzosa. Pero ahora, el conflicto de los asilados rumanos en Hungría tiene, además de sus circunstancias humanas y políticas y de sus consecuencias para el régimen de Ceaucescu, una connotación interesante: es la primera vez que un ciudadano de un país socialista prefiere no ya la sociedad democrática occidental, sino la de otro país socialista, cuyas condiciones políticas se le hacen más apetecibles.
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