Robert Joffrey, un gran divulgador
La prematura muerte del coreógrafo americano Robert Joffrey -el pasado viernes, a los 57 años, de una dolencia imprecisa- abre un enorme vacío en el panorama del ballet norteamericano, del que era, con su compañía, The Joffrey Ballet, una pieza clave desde hacía más de un cuarto de siglo.Nacido en el Estado de Washington, pero hijo de padre afgano y madre italiana (su verdadero nombre era Abdullali Jaffa Anver Bey Khan), Joffrey encarnó, como director y animador de su compañía, el espíritu ecléctico y lleno de vitalidad de lo que, desde los años sesenta, se llamó el ballet boom, la inmensa popularización del ballet y la danza como espectáculo en EE UU.
Después de seguir estudios de ballet clásico en la School of American Ballet de Balanchin, Joffley tuvo una breve carrera de bailarín -debutó profesionalmente en la compañía de Roland Petit en 1950 en París-, volviendo pronto a Nueva York para dedicarse a la enseñariza y a la coreografia. En los años cincuenta monta obras, como Le bal masqué, sobre música de Poulenc; Pierrot lunaire, de Schoenberg, o El concierto para clave, de Falla, que lo estrenará el Ballet Rambert de Londres, que fueron estableciendo su reputación de coreógrafo en la línea neoclásiea que se llevaba entonces. Pero su gran éxito como coreógrafo fue Astarte (1967), uno de los primeros ballets montados sobre música rock, que le puso, junto a su joven compañía, en la cresta de la ola del espíritu de los sesenta.
Sin embargo, la verdadera importancia de Robert Jofirey no radica tanto en su obra coreográfica como en la labor de preservación, divulgación, rescate y promoción de lo mejor de la danza europea y americana del siglo XX. La compañía, de Robert Joffrey -de la que flormó parte durante 15 años el bailann español Luis Fuenteha constituido lo que sin duda es el repertorio más rico y variado de ninguna de las grandes compañías de ballet del mundo. Lejos de imponer sus propias coreografías, Robert Joffrey dio a conocer y consiguió popularizar, a través de éxitos constantes, lo esencial del repertorio de Diaghilev (La parade, de Massine;,la Petrushka, de Fokine).
Juntó a este repertorio histórico de clásicos modernos, Joffrey contribuyó a lanzar al estrellato internacional a coreógrafos europeos desconocidos en EE UU como Jiri Kyllian o a los jóvenes valores americanos que, como Twyla Tharp o Lucinda Childs, salieron, gracias Joffrey, de los círculos minoritarios en los que se movían hasta entonces.
El olfato respecto de lo que el público deseaba,junto con la fidelidad y el cuidado en los montajes, era la marca de Robert Joffrey. Su último gran éxito fue una reconstrucción de la Consagración de la primavera, de Nijinski, que no se había vuelto a montar desde 1913, que fue estrenada en el City Center de Nueva York sede de la compañía, en noviembre pasado.
Babelia
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