Actitud libresca
Espectaculares series de encadenados, a veces materializados en ritmos propios de un virtuoso del montaje; y también lo contrario: secuencias encerradas en un solo plano de larga duración. Originalidad y audacia al fijar la distancia entre la cámara y el actor, sobre todo en los abundantes y prolongados primeros planos, en los que la lente investiga con insistencia el misterio de los rostros, los perfiles y las nucas.Brillantes movimientos de la imagen, como el veloz recorrido en paralelo, a ritmo de rock, de una acera donde un muchacho expresa su alegría en una desenfrenada carrera. Éstas son algunas muestras procedentes del laboratorio de retórica visual del joven cineasta francés Leos Carax, autor del bonito globo hinchado Chico busca chica y de esta Mala sangre, que es mucho menos de lo que parece.
Mala sangre
Dirección y guión: Leos Carax. Fotografia: Jean-Yves Escoffler. Producción: Dahn y Díaz. Francia, 1986. Intérpretes: Denis Lavant, Juliette Binoche, Michel Piccoli, Hans Meyer, Julie Delpy, Carrol Brooks, Hugo Pratt, Serge Reggiani, Míreille Perrier, Jerome Zucca, Charles Schmitt, Philippe Fretun, Ralph Brown. Estreno en Madrid: Alphaville.
Lo ajeno como propio
En términos parabólicos, Mala sangre es un buen ejercicio de cine libresco, obra de un escrupuloso erudito que todavía -y ojalá que esto no dure, pues tiene inventiva visual fértil y armas de oficio para decir cosas- no tiene nada, absolutamente nada, que decir, aparte de su vaciedad.Experto en comics, en Tintín y en Corto Maltés; en literatura negra pasada por un baño de color rosa; en adornos musicales en forma de estallidos, líricos destinados a fingir pasiones que no ha vivido ni conoce por dentro; en florituras neogodardianas; en reconstrucciones de cine de género tan intelectualizadas que terminan estragando; en durezas inconsistentes a causa de su blandura; en formas sin, sustancia, es decir en maneras; Carax sabe de todo, salvo de conductas: domina las aceras para encubrir su ignorancia de las calzadas y hace juegos malabares con las esquinas para encubrir su torpeza con las líneas rectas.
A Leos Carax le sobran conocimientos de lo accidental, mientras padece una grave adolescencia de lo esencial. Su estilo es meramente omamental, el de un raro cineasta hermético que sufre verborrea de imágenes y que, como consecuencia de ello, no sabe distinguir todavía entre elaboración y artificio, ni diferenciar los signos de los guiños. Está dotado para hacer cine, pero por ahora esta su dotación no tiene cantera interior, ni mina emocional de donde extraer los mecanismos por donde discurren las emociones. Su Mala sangre está atiborrada de cosas ajenas y en ayunas de cosas propias.
Es Carax un magnífico explorador de superficies. Alguien, en correctísimo francés parisiense, dijo a la salida de la proyección de Mala sangre en un reciente festival internacional: "Lo que le ocurre a este chico es que es el primero de la clase a base de codos y de memoria; pero terminará haciendo cine, cuando alguien, por ejemplo la vida, le dé unos cuantos golpes. El peligro está en que esos insensatos de Cahiers du Cinéma acabarán con él si siguen mimándolo".
Nada que añadir a esta afilada radiografía, salvo que su autor es un famoso cineasta, con su fertilidad ahora atrapada en un atolladero, y que tiene la obligación moral de asumir su condición de lejano maestro de este brillante discípulo, que tiene que buscar sin tardanza las rutas de escape del pupitre de los empollones.
Babelia
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