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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Glasnost' y nacionalidades

LAS MANIFESTACIONES masivas que han tenido lugar en distintas regiones del Cáucaso durante las últimas semanas son un fenómeno sin precedente en la Unión Soviética. Ayer mismo, la propia agencia oficial Tass, después de varios días de mutismo, establecía en 31 el número oficial de muertos en los graves incidentes ocurridos el domingo pasado en la ciudad de Sungait, en la República de Azerbaiyán. Las muertes, que las autoridades soviéticas atribuyen a "gamberros y delincuentes" son casi el doble de las que fuentes oficiosas habían manejado hasta el momento.Por su amplitud, las manifestaciones que han provocado estos graves incidentes han desbordado al aparato represivo y han provocado una intervención personal del secretario general del PCUS, Mijail Gorbachov, quien prometió que las reivindicaciones de los armenios serán estudiadas por el Comité Central dentro de un espíritu de comprensión hacia sus demandas. Pero no se trata sólo de Armenia y Azerbaiyán. Desde 1986 ha habido manifestaciones, más o menos virulentas, en diversas nacion alidades, como Yakutia, Kazajstán, Letonia, Estonia, Lituania, que, de una u otra forma, han exigido respeto para sus personalidades y sus culturas propias. Estas expresiones de una voluntad popular de masas ingentes en extremos opuestos del inmenso territorio de la URSS demuestran dos cosas esenciales: que a pesar de una mentira oficial sostenida durante décadas, el problema nacional no ha sido resuelto, y que la glasnost permite que salgan a la luz problemas soterrados que muchos creían ya inexistentes.

Las dificultades que este rebrote del problema nacional plantea a Gorbachov son enormes. Durante la primera etapa de la perestroika, a pesar de los choques en Yakutia y Kazajstán, parecía que las tensiones nacionalistas iban a seguir adormecidas. Pero era ineivitable que la glasnost, la creciente tolerancia hacia las críticas y las discrepancias provocasen un despertar de las reivindicaciones de los pueblos no rusos. Después de lo ocurrido en los países bálticos y en el Cáucaso, el problema nacional se ha colocado en el primer lugar dentro de las cuestiones que Gorbachov debe resolver con medidas flexibles, inteligentes, que permitan evitar el choque frontal ante contradicciones objetivas, en ciertos casos con raíces seculares.

Dentro de una misma demanda de respeto a las nacionalidades, con su idioma, su cultura, su voluntad de autogobierrio, el problema presenta rasgos muy diferentes en Armenia y Azerbaiyán que en Estonia, Letonia y Lituania. La gran dificultad para Gorbachov es que, al ablandarse la represión que mantenía en silencio los anhelos de millones de ciudadanos, ahora surgen a la superficie problemas de orígenes muy diversos. En algunos casos, como entre los armenios y azerbaiyanos, son odios ancestrales, aumentados por la vieja oposición religiosa entre musulmanes y cristianos. En otros, estalla ahora una protesta, latente durante decenios, contra medidas brutales (deportaciones masivas, incorporación por la fuerza de las repúblicas bálticas, etcétera) del período estaliniano. A esos factores se añade la nefasta política de Breznev, que daba patente de corso a los dirigentes regionales para que gobernasen en medio de la corrupción a cambio de que le apoyasen en Moscú.

Pensar en que ese enjambre de cuestiones puede ser resuelto de golpe sería ilusorio. La petición quizá más delicada es la de rectificar fronteras que -por injustas que sean- han sido fijadas como mínimo hace medio siglo. Aceptar un cambio en ese orden puede provocar una avalancha de nuevas demandas. Además, sobre todo en un caso como el de Armenia, la carga pasional es fortísima, y ello engendra actitudes extremistas, irracionales. Por otra parte, los sectores conservadores que desean acabar con la perestroika están interesados tanto en estimular los extremismos como en frenar la adopción de medidas flexibles, las únicas susceptibles de convencer a las nacionalidades de que se respetarán sus aspiraciones.

Hasta ahora, la actitud de Gorbachov ha sido ganar tiempo y mostrar públicamente que está bien predispuesto ante las demandas nacionales, apoyándose incluso en Lenin para dar más autoridad a esta actitud. Pero el tema será discutido por el Comité Central, en el que hay opiniones discrepantes. Hoy por hoy, es la asignatura más embrollada para Gorbachov.

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