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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra vez 'Fígaro'

Las dos primeras obras de la célebre trilogía de Beaumarchais -El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro- han tenido entre los compositores operísticos una singular fortuna, no sólo por el número de piezas compuestas, sino porque el barbero sevillano, en el que muchos ven transparentarse la personalidad de Beaumarchais, iluminó la invención de Mozart y Rossini en dos obras imperecederas.Que José Ramón Encinar aborde un tema tan sugestivo y con antecedentes tan ilustres revela ya su ambición a la hora de escribir para el teatro musical; que su cultura -amplia, diversa, de fuerte impostación literaria- le haya conducido a convertir a Beaumarchais en el verdadero protagonista de su ópera Fígaro, parece natural. Músico de gran saber y azogada imaginación, diríase que ha realizado un estupendo ejercicio intelectual en su Fígaro si el término no pudiera ser interpretado como una manera de eludir el compromiso con el personaje, su entorno y sus significaciones.

Fígaro / Beaumarchais

Libro y música de José Ramón Encinar, con textos de Beaumarchais, Bolto, Goethe, Rabelais, Da Ponte, Pepoli, Shakespeare, Sterbini, Wagner y propios. Reparto: Fernando Hilbeck, Douglas Nasrawi, Luis Álvarez, Miguel Sola, Miguel López Galindo, Gregorio Poblador. Mimos: Leandro Gómez, Carlos Piñeiro, Marisa Cabezón, Ana Burell, Juan Carlos Robles, Marta Méndez, José Luis Santos. Voces grabadas: Dolores Cava, Celia Ballester, Juan Meseguer, Héctor Colomé y Carlos Piñeiro. Orquesta Sinfónica del Teatro Lírico Nacional. Director musical: José Ramón Encinar. Escenarios, figurines, luces y dirección escénica: Simón Suárez. Sala Olímpia, 21 de febrero.

Lo que no sería verídico, pues aun basándose en tinos principios de collages y jugando, en las diez escenas del libreto y a lo largo de la partitura, con todos los antecedentes teatrales, biográficos, históricos y musicales a su disposición, Encinar, con la preciosa colaboración del siempre inconformista Simón Suárez, logra conducir el totalde los diversos elementos y las más distintas sugerencias a resultados teatrales de fuerte atractivo.

Todo ello a pesar de renunciar a una acción lineal como suele ser la de las óperas, aunque se trate de argumentos complicados; sin ajustarse a una excesiva unidad estilística ni asomar su invención a una cantabilidad que herede en algo solucíones del pretérito.

Afirma Encinar que ha compuesto su Fígaro a modo de un divertimento, pero cuántas cosas caben tras ese concepto aparentemente superficial. Y si no, que se lo pregunten a Mozart. La ópera estrenada anteayer y escrita por encargo del Teatro Lírico Nacional y el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea constituye una lúcida destilación cultural, una ópera sobre otras óperas que explota al personaje definitivo que las crea, el autor, y en la que todos los recursos del múltiple lenguaje musical contemporáneo han sido utilizados y sometidos a un repertorio ideológico preciso.

Así, aunque no estemos ante un curso lineal de la acción teatral, sí nos hallamos frente a una invención coherente y plena de fantasía: se habla, se canta, se contrasta con naturalidad la melodía sin beleantismo, con la orquesta casi repetitiva, se acude a las acciones mímicas y al sonido grabado para servir el juego de desdoblamientos dramáticos y con todo ello se sumerge al espectador en un mundo mágico.

Bien es verdad que habría sido imposible de no haber contado con los escenarios tan teatralmente antiteatrales, los figurines, las luces manejadas como elemento estructural y expresivo y una excelente organización escénica, valores todos que acreditan el talento de Simón Suárez en este que, para mí, es su mejor trabajo hasta la fecha.

Todos los intérpretes se comportaron con maestría consumada, incluido los mismos; el tempo y el espacio teatrales se evidenciaron con un poder de convicción más dificil de alcanzar cuando se crea desde lo no convencional. Y el interés de la pieza va in crescendo, de manera que si el planteamiento sorprende, toda la segunda parte del Fígaro de Encinar encanta y patentiza esa tónica poética característica del compositor madrileño. Incluso la actitud, tan propia de un autor joven, tendente a sumar muchas cosas diversas, produce efectos sugestivos, pues no hay amontonamiento sino riqueza capaz de animar un discurso nada apriorístico y, lo que más importa, de una extraordinaria belleza.

La expectación de las primeras escenas de la obra se convirtió, al final de la representación, en éxito franco y decidido hasta hacer del estreno del Fígaro una gran jornada en la que triunfa la imaginación y la consideración del todo como auténtico hecho de cultura.

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