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El discreto mercado de la novela erótica

Pocos autores españoles conocidos apuestan por el género

Tomàs Delclós

La novela erótica es un género de fronteras imprecisas entre la cita atrevida de episodios amorosos, en relatos generales, y el mero recuento de gestas corporales de la llamada producción pornográfica. La propia indefinición hace que muchos títulos que podrían figurar en una colección especializada se publiquen en catálogos de especies narrativas indiferenciadas, y viceversa. En España existe actualmente una sola colección de este género, La Sonrisa Vertical (Tusquets), que este año ha cumplido su décimo aniversario. La editorial Pòrtic prepara otra en catalán (con la traducción del célebre manual técnico Kamasutra). Un discreto balance de iniciativas.

En la historia española del género destaca la colección editada por López Barbadillo para sus amigos a principios de siglo o la reedición facsímil de La Perla, una revista mensual que empezó a publicarse en julio de 1879 cuyo título, según explica el editor de la revista en el primer número "es el más adecuado, especialmente con la esperanza de que cuando llegue a estar bajo los hocicos de los cerdos hipócritas del mundo, no lo aplasten bajo sus patas y que algunos de ellos se conviertan en suscriptores ocultamente. A estos bien dispuestos marranillos les diré yo, a guisa de estímulo, que todo lo que tienen que hacer es mantener las apariencias". En estudios sobre novela erótica como los de Patrick J. Kearney o Roy Harley apenas se mencionan obras españolas salvo La lozana andaluza (escrita por Francisco Delicado e impresa en Venecia en 1528) o Los perfumes de Barcelona (1843) y faltan índices bibliográficos de la magnitud de Catalogus Librorum Probitirum Britannica o Catena Librorum Tacendorum.

Deseo, sueños, fantasmas

Beatriz de Moura, editora de La sonrisa vertical, considera que hay aspectos de una novela que despejan algunas dudas taxonómicas. "Entiendo por novela erótica aquella en que la vivencia del sexo no es un episodio aislado, un argumento más en la biografía de los personajes, sino que sostiene el meollo de la historia". Beatriz de Moura excluye, sin embargo, aquellos relatos que cumpliendo esta condición no incorporen a los episodios lúbricos su desencadenante: el deseo, los sueños, los fantasmas. En este sentido se acerca a la definición de Barthes, uno más de los que se han empeñado en fijar territorios entre pornografía y erotismo, en el sentido de que no existe perversión sin intercambio simbólico entre los amantes.José Luis G. Berlanga está convencido de que un rastreo por los infiernos de las bibliotecas nacionales o particulares ("Nicolás Franco tenía una de las bibliotecas especializadas más importantes de España", afirma el cineasta) permitiría rescatar textos importantes. Sin embargo, como director literario de la citada colección, considera que "me hace mucha más ilusión el inédito". En esta persecución de obras originales, Berlanga ha pedido a autores consagrados que aportaran su pequeño óbolo al género. "Y eso es muy difícil. No se trata de un problema de pudor. El inconveniente más habitual que presentan es la dificultad de este tipo de narraciones a la hora de fijar el tono y, en particular, escoger el vocabulario. Según Berlanga un vocablo inocente en España como "coger" tiene resonancias obscenas en Suramérica.

La convocatoria de un premio de novela erótica le permite a Ricardo Muñoz Suay, miembro del jurado, conocer lo que se cocina en este terreno, textos que jamás saldrán publicados, pero que permite una somera aproximación a los temas preferidos por estos autores anónimos. Tanto Muñoz Suay como Beatriz de Moura coinciden en lamentar un exceso de "cachondeo" en los registros literarios. De Moura cree que refleja una errónea actitud "hispánica" ante el sexo y Muñoz Suay le añade la sospecha de que estos autores, al amparo del humor, se justifican: "en el fondo quieren quitarle importancia, seriedad, a su trabajo narrativo".

El recurso del seudónimo, por el contrario, no es visto principalmente como un camuflaje vergonzante. Salvo durante los períodos en que firmar un texto erótico podía comportar problemas legales (los historiadores documentan la primera condena explícita por estos asuntos en 1725 cuando en la Gran Bretaña Edmund Curll fue sancionado por publicar un libro titulado Venus en el Claustro), el uso del seudónimo es un juego añadido al misterio y el placer de lo oculto y prohibido que acompaña los rituales eróticos.

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