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El grupo Le Royal de Luxe sorprende en Barcelona

La compañía francesa inauguró la nueva temporada del Mercat de les Flors

El Mercat de les Flors, espacio escénico municipal de Barcelona, inauguró el pasado lunes su nueva temporada con una espectacular acción de la compañía francesa Le Royal de Luxe: La demifinale du water clash. La convocatoria suscitó un evidente interés y reunió a unas 1.500 personas (la entrada era gratuita), en su mayoría jóvenes y profesionales del espectáculo. La acción, plena de salvajismo posurbano, a lo Mad Max, se desarrolló en la explanada frente al edificio teatral. A continuación, en el interior, actuó el grupo musical Terra, Foc i Percussió, con una escenografía ambiental concebida por Pep Duran.

En la explanada, una plaza limitada por los viejos edificios de la Exposición Universal, Le Royal de Luxe había dispuesto todos los artilugios de su montaje, presidido por el brazo gigante de una grúa monstruosa. En el interior del gran círculo, numerosos recipientes de ignorado contenido. En un lado, un escenario de escalera; en el peldaño superior cinco inocentes lavadoras, y en el inferior, montones de platos dispuestos al sacrificio.Una guitarra eléctrica anuncia el comienzo de la ceremonia. Aparecen cinco hombres y cinco mujeres, vestidos de enlutada posmodemidad, y con antifaces. Ante ellos, metido en una bañera-coche, un director con batuta. El brazo de la grúa levanta un coche muerto a una docena de metros del suelo. En el interior del vehículo, alguien desata su rabia destrozando los cristales que caen como una nevada.

Comienza el concierto. Los señores cogen sendas mazas y sacan sonidos de las lavadoras a castañazo limpio. Más abajo, las señoritas se dedican al ritual histérico de cargarse la vajilla. Es el delirio doméstico.

En el círculo comienza una batalla campal entre anacrónicos guerreros medievales. De pronto, el estrépito amenazante de un motor suicida precede a la llegada de un cacharro apaleado y rabioso que arrastra una plataforma metálica, como una grotesca cuádriga pos industrial, un espectro de cementerio de automóviles. Sobre el singular carro se yergue un abanderado apocalíptico. Enloquecida, la cuadra salta al ruedo y deja al guerrero. Los caballeros reanudan el torneo en caballos dadaístas (motocicleta con asiento de tapa de retrete). Luego se lían a porrazos y estetizan su violencia lanzándose y lanzando al aire los colores líquidos de los recipientes.

Pero al final las cosas no acaban como estaba previsto: el coche, que tenía que caer en picado apoteósico, se queda agarrado al anzuelo de la grúa. Como el auto se resiste, el espectáculo finaliza con el sacrificio de una taza de retrete que desencadena un múltiple petardazo para espanto de toda la concurrencia.

El espectáculo tiene un ritmo casi trepidante, ágil, bien medido, sin momentos muertos. La idea tiene una solida coherencia escénica, una potencia estética desbordante, una atmósfera sugerente, un paisaje alucinante. Caben numerosas lecturas, y ese sentido a la deriva es uno de los méritos. Hay una lectura inmediata, la exaltación estética de la violencia adormecida en los ingenios industriales, y también una exaltación de la fealdad, un reciclaje estético de la basura industrial. Todo ello desde una mirada irónica, apenas sugerida, que desemboca en un humor contenido, desconcertante.

Se podría hablar de sacralización de la violencia, de ritualización. 0 también del amansamiento de la revuelta de una fuga de los contenidos que deja en los escenarios la resaca de cierta impotencia generacional, un mundo de signos huérfanos, vacíos, convertidos en objetos puros que ensayan un nuevo lenguaje.

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