La lección argentina
La visita del presidente Alfonsín a nuestro país después de las dramáticas jornadas vividas por el pueblo argentino con la rebelión de Aldo Rico y sus secuaces puede ir debe ser una ocasión para expresar nuestra solidaridad democrática al presidente y, a través de él, a toda Argentina. Pero, la solidaridad es una gran palabra que a veces puede convertirse en mero gesto protocolario para eludir el examen de los problemas de fondo. Para empezar, entiendo que sería una ligereza creer que la rendición del teniente coronel Aldo Rico ha significado el triunfo definitivo del poder civil sobre el militar y que a partir de ahora la democracia argentina se puede considerar consolidada. Más bien cabe pensar que si las fuerzas armadas han actuado ahora para sofocar la rebelión, al contrario de lo que hicieron en la rebelión anterior del propio Aldo Rico, durante la Semana Santa del año pasado, es porque la mayoría de sus integrantes sabe que con lo que entonces consiguió puede imponer ahora lo que quiera, siempre que mantenga su unidad y su jerarquía internas y no protagonice más desórdenes como los de los sublevados de estos días, que la desprestigia ante la opinión interna e internacional. La aprobación el año pasado de la llamada ley de punto final fue un paso decisivo en este proceso, no tanto por la ley en sí corno por la forma en que se consiguió imponer, es decir, mediante la sublevación. A partir de entonces resultó evidente que nada se podría hacer contra la voluntad de las fuerzas armadas, siempre que en éstas funcionase la unidad de mando. Por eso no han tolerado ahora una rebelión que resquebrajaba esta unidad.Creo que éste es un dato esencial para valorar los resultados de la experiencia democrática argentina y para situar debidamente el alcance histórico y las posibilidades futuras del alfonsinismo. Mi opinión personal es que el presidente Alfonsín intentó resolver dos problemas enormes 3, decisivos, como son el problema militar y el económico, y que emprendió la tarea. con lucidez, con honestidad y con gran valentía, pero no contó con la fuerza ni los medios suficientes para conseguir la victoria. Sus adversarios le achacan muchas vacilaciones y muchos errores coyunturales. Pero uno se pregunta si ésta es la verdadera razón de lo ocurrido y si la raíz de la actual debilidad del poder civil no hay que buscarla en otro terreno y en otro momento.
Para decirlo de una manera un poco brutal, creo que lo que ha ocurrido en Argentina -al igual que en Uruguay, Brasil, Filipinas o Corea del Sur, y lo que va a ocurrir seguramente en Chile- demuestra que después de una dictadura militar la transición a la democracia no se resuelve sólo con unas elecciones que reinstauren las libertades y la alternancia de partidos políticos, ni menos todavía con una simple vuelta a la situación anterior a la dictadura. En régimen de dictadura, el poder militar se apoya en la fuerza, pero no sólo se basa en ella, sino que produce cambios sociales y genera consensos más o menos sólidos en diversos sectores, sobre todo si ha habido terrorismo porinedio. Por ello, el problema principal no radica únicamente en hacer funcionar las instituciones democráticas formales, sino en conseguir que el poder civil tenga la fuerza suficiente para predominar efectivamente sobre el poder militar.
El lector me permitirá que recurra a una anécdota personal para ilustrar lo que quiero decir. En la primavera de 1983, ya en la fase final del régimen militar argentino, formé parte de un grupo de políticos españoles, encabezado por el teniente general Gutiérrez Mellado -ex ministros, diputados o ex diputados-, que visitó Argentina para explicar nuestra experiencia de transición a la democracia. Casi al final de la visita, y en uno de los actos multitudinarios que se celebraron en Buenos Aires, un señor del público pidió a los miembros de la mesa que concretásemos en una sola frase nuestro mensaje personal al pueblo argentino ante la difícil transición que ellos iban a iniciar. Es una de aquellas situaciones que te ponen en un compromiso, porque lo primero que se te ocurre es alguna trivialidad del tipo de "¡Animo y adelante!" o "¡Espero que tengan éxito!". Pero lo que me salió cuando me tocó el turno fue: "Busquen ustedes un rey", frase que como es lógico provocó un cierto estupor.
Naturalmente, yo no estaba proponiendo a los amigos argentinos que instaurasen una monarquía o que buscasen algún aspirante a monarca en paro para ponerlo al frente del país. Lo que quería decirles era que necesitaban imperiosamente un elemento de estabilidad que les permitiese neutralizar a las fuerzas armadas y que fuese un punto de referencia común para todos los sectores políticos comprometidos con la democracia, por encima de sus lógicas diferencias.
Si alguna conclusión general se puede sacar de las diversas experiencias de transición a la democracia, empezando por la nuestra, es que la transición sólo puede tener éxito si coinciden tres factores esenciales: un elemento de sólida estabilidad, una gran capacidad de consenso de las fuerzas políticas principales y una activa movilización de la población a favor de la democracia. Pero cada uno de estos factores tiene un carácter diferente según el país. Y lo que quería decir a los asistentes al acto de Buenos Aires con mi frase provocadora era precisamente esto: que buscasen su propio factor de estabilidad como elemento esencial de la transición.
En el caso argentino, el principal elemento de estabilidad fue inicialmente el propio presidente Alfonsín, pero no pudo seguir siéndolo eficazmente porque todo contribuyó a ais larlo y debilitarlo y porque tuvo que ser a la vez protagonista y árbitro, motor y movido. Todos parecían partir de la base de que la democracia ya estaba consolidada porque se habían celebrado elecciones, se habían reconocido las libertades y los partidos y los sindicatos actuaban libremente. El presidente no era la expresión de un poder civil débil que luchaba por consolidarse, sino el líder de un grupo que los demás querían precisamente derrotar. El presidente Alfonsín se ha quedado literalmente en minoría después de las últimas elecciones, y desde este punto de vista es cierto que se ha abierto paso la alternancia democrática y es posible que otro partido, el justicialista, gane las próximas elecciones presidenciales. Pero el problema es que no sólo ha sido derrotado el presidente Alfonsín, sino que el poder civil no ha conseguido imponerse al militar, que la inflación se ha vuelto a disparar y que el sistema democrático se ha debilitado.
No pretendo decir con esto que en una transición de la dictadura a la democracia los partidos, los sindicatos y las organizaciones sociales deben supeditar siempre los intereses que representan a la necesidad de consenso. Quiero decir únicamente que no es posible afrontar con éxito la transición y definir un marco democrático estable que haga posible el libre juego de partidos, sindicatos y organizaciones si no se consigue contraponer al frente militar de la dictadura un auténtico frente civil y si este frente civil no es capaz de ganar la partida y estabilizar un sistema democrático a salvo de golpes y de intentonas reaccionarias.
Algo de esto se ha intentado en Argentina, pero tarde y mal, cuando los dados ya estaban echados. Pero quizá se está todavía a tiempo de volverlo a intentar. En todo caso, tanto si los radicales consiguen volver a ganar las próximas elecciones presidenciales -cosa que parece más bien improbable- como si las ganan los peronistas, no se ve cómo van a poder gobernar unos u otros si desde ahora no se ponen de acuerdo para atajar el deterioro del sistema democrático, poner remedio a la crisis económica y cerrar el paso a la prepotencia del poder militar. Es posible que el presidente Alfonsín y el alfonsinismo estén a punto de concluir su ciclo, pero nada se podrá consolidar en el futuro si no se parte de lo que esta experiencia de gobierno ha representado y, sobre todo, si no se superan las causas que han provocado su deterioro y su crisis.
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