De un congreso a otro
A raíz del congreso inaugural del Partido Popular, allá por 1977, cuenta Areilza en una de sus memorias que el malogrado Joaquín Garrigues le comentaba: "Lo mejor que puede esperarse de un congreso es que traiga como consecuencia la disolución del partido que lo convocó". Tan sutil ironía, profética en aquel caso, en cierto modo, y en algún otro, como en el de UCD en Palma de Mallorca, probablemente no será aplicable al 31º Congreso del PSOE, a pesar de que, por el descontento manifestado en amplios sectores internos y externos al partido contra la política del Gobierno, parecería ser un congreso del partido contra su Gobierno. No obstante, al ser tan profundas las expectativas de cambio y renovación, alimentadas por los medios de comunicación, nada favorables al business as usual, es de esperar que el congreso no esté a su altura, por ser aquéllas excesivas y sobre todo desaforadas, pues tratan de llevar a un congreso ordinario asuntos que, en el fondo, son manifestaciones secundarias de una incertidumbre más honda, la de cuál sea el sentido de la izquierda y del socialismo en el mundo contemporáneo. Otra cosa, claro, es que el 31º Congreso en el primer quinquenio despliegue boato y liturgia dignos de un cuadro de David. El endiosamiento es típica debilidad de todos los seres humanos, de los endiosados, de los endiosadores y del servicio del culto.Si el PSOE pretende iluminar las complejas oscuridades doctrinales de hoy (razón de ser del partido, alcance real del proyecto socialista y otros), quizá lo más sensato sea aprobar una moción de reenvío en este congreso a otro extraordinario que, al reunirse, reflexione y debata como conclusión de un amplio proceso de intercambio de ideas. El 31º Congreso podría ser el comienzo de ese debate clarificador y público que todos echan en falta. No es un intento de hurtar la polémica que algunos se prometen apasionante desde hace meses. El que suscribe carece de competencia para ello, y también de interés. Pero es razonable pensar que, en estas condiciones, el debate no sea eficaz..., salvo que su eficacia resida en su carencia de ella. En otros términos, plantear un debate excesivo en condiciones impropias es una premonición de la queja posterior: si en nuestra mano estuviera, giro de 180 grados hubiera; prueba evidente de que no lo está es que el debate no se da. "Me rebelo, luego somos", decía Camus.
Vayamos a lo concreto. Se da la generalizada creencia de que el Gobierno no ha aplicado ni poco ni mucho las previsiones del programa de 1982. Y tan convencidos estamos de que no va a hacerlo en el futuro que de incumplimiento le acusan hasta los sectores que pondrían el grito en el cielo si el tal programa se llevara a efecto. La acusación es grave, pues equivale a la de fraude. Un partido que no respeta el principio de pacta sunt servanda se pone en situación incómoda, a pesar del relativismo moral de todo lo político. El Gobierno tiene fácil la respuesta, pues la situación era conocida cuando en 1986, a pocos meses del referéndum de la OTAN, que sí que fue incumplir, consagró su política con otra mayoría absoluta; mermada, pero absoluta. Y no hay otra forma de legitimar las propuestas en democracia que con mayorías.
Hablando de cuestiones de interés teórico general, no se olvidará que el PSOE es el único partido socialista de Gobierno en un país europeo importante en estas condiciones y en pleamar del conservadurismo, por lo que recae sobre él un cometido de sendero luminoso: mostrar a los demás el camino hacia la futura sociedad socialista, todavía por definir, y enseñarles a mantenerse en el poder sin cumplir con especial mérito el primer cometido.
Hallar la serenidad
Es pedir lo excusado que en un congreso ordinario de dos días y pico, con cientos de delegados, allegados, postulantes y militantes, montañas de enmiendas, transacciones y otros rifirrafes de una feria de vanidades y seriedades, se encuentre la serenidad y el desapasionamiento necesarios para abordar los problemas sustanciales del socialismo (y de la izquierda) en el mundo contemporáneo. Y sin ello, los otros debates tenderán alarmantemente a la trivialidad. Pongamos algunos ejemplos.
La petición mas frecuente es que el Gobierno cambie su política económica en favor de una le izquierda. Cambiar esta política es alterar las grandes decisiones económicas (dar prioridad al paro frente a la inflación por ejemplo), cambiar incluso os Presupuestos Generales del Estado, aprobados por ley de Cortes. Al margen de que tal cosa sea formalmente posible, el Gobierno señalará los éxitos le la recuperación económica le su política y la inconveniencia de cambiarla. Aparecerán entonces los tres millones de parados, y la respuesta de la autoridad será que ese es el precio, lamentable, pero obligado, le la recuperación, la competitividad y otras venturas que nadie cuestiona. El resultado del ejercicio será dejar una minoría Frustrada por ser tal y una mayoría amargada por tener que suscribir una política que no siente como propia.
Sin maduración suficiente, otras polémicas pueden ser igualmente repetitivas. Así, la crítica al estilo del Gobierno, que va desde la genérica de la falta de maneras socialistas de los gobernantes, guapos o feos, hasta la concreta de que la vida parlamentaria languidece. Es dificil pensar en un Parlamento con mayoría absoluta de un partido relativamente disciplinado que no sea lánguido para los otros. Pero es más difícil pensar en que sea ese partido quien pueda transmitir la queja al Gobierno cuando nada distingue al Gobierno del partido y del grupo parlamentario.
Muchos lamentan los términos celestialmente imprecisos de la ponencia marco. Pero hay que ver si es posible convertirlos en un lenguaje llano, real, eficaz y distintamente socialista en dos días y medio. Así, los socialistas están a favor de la igualdad. En el nombre del cielo, ¿queda alguien en nuestra sociedad a favor de la desigualdad? Con las precisiones de rigor, se nos dice, sobre la igualdad de hecho y de derecho, las famosas oportunidades y la memoria del bendito juez O. W. Holmes, las diferencias residen en los mecanismos para hacer real el objetivo igualitario.
Es dificil creer que en el congreso saquemos algo más en limpio de los tales mecanismos que ternes declaraciones sobre las venturas de la redistribución de la renta.
Estaría bien que el congreso no fuera más aclamatorio de lo preciso, de precisarse aclamación alguna. Si el Gobierno reprime su inclinación triunfalista ante una mayoría de incondicionales dará pruebas de buen gusto. De sentido común y eficacia las dará la oposición (congresual) si, además de polemizar durante estos dos días, concibe el congreso como el comienzo, y no la culminación, de un proceso de reflexión sobre problemas que no están claros en Espaila ni en el resto de Europa, por quedamos aquí.
Se daría así un paso importante en la realización del objetivo de la izquierda, que presupone más o menos igualdad, poca o mucha solidaridad y mejor o peor organización; pero, en todo caso, requiere toda la racionalidad posible.
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