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Tribuna:BICENTENARIO DEL NACIMIENTO DE LORD BYRON
Tribuna
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Las grietas de la condición humana

Rafael Argullol

Quizá sea Byron uno de los escritores más citados y menos leídos de todos los tiempos. Aún en la actualidad, siendo escasos sus lectores, los críticos siguen discutiendo sobre el alcance real de su obra literaria. Y, sin embargo, la leyenda de Byron ha sido asombrosamente perdurable, no sólo a lo largo del siglo XIX, sino también del nuestro. El poeta erigido en héroe, el aventurero convertido en modelo de rebeldía, el dandy elevado a transgresor de la moral son figuras que han alimentado la imaginación de una época, proyectando sombras inquietantes sobre los tiempos posteriores. Posiblemente sea Goethe quien ha emitido uno de los juicios más estimulantes, a la par que más enigmáticos, acerca del fenómeno del magnetismo espiritual provocado ,por Byron. Ya anciano, en sus conversaciones con Eckermann, califica de demónico al escritor inglés. De modo indudable identificamos en esta opinión la huella de la fascinación que en el viejo Goethe produce el hombre de acción. También, de alguna manera, puede pesar en el ánimo del autor de Fausto el aura satánica que rodea la silueta byroniana. Pero, indiscutiblemente, la utilización del calificativo demónico implica una carga de mayor profundidad cuando se asimila, como lo hace Goethe, con aquellos aspectos que escapan a la razón humana. 0, más exactamente, con aquellas conductas, acciones o creaciones que emanan del hombre mas escapan a * su comprensión. Forma parte de la última lección de Goethe: la condición humana es a veces inexplicable; ambigua, siempre.Más allá de su controvertido valor literario, Byron encarna el mérito histórico de haber reunido, alrededor de su leyenda, a algunos de los fantasmas que amenazan con socavar el pulcro desarrollo de la mente moderna. De ahí que podamos tomarlo como representativo de la conciencia romántica. Byron, por su actitud, por su voluntad de sembrar grietas en el edificio de la moral occidental, puede ser, desde nuestros días, un atractivo referente para abordar el polémico alcance del romanticismo en la cultura europea actual.

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El joven viajero que arrastraba un pie

¿Hasta qué punto experimentamos la actualidad del romanticismo? Aun haciendo caso omiso de su utilización meramente sentimentalista en el lenguaje cotidiano, el término romántico está sometido a tal número de tergiversaciones que apenas es reconocible como exponente de una mentalidad y, ni siquiera, de una concepción artística. Hay lacras que interfieren el diálogo abierto con un horizonte estético e intelectual que, por su riqueza, desborda el marco histórico de una época. Las visiones nacionalistas y academicistas han contribuido no poco a distorsionar la reflexión sobre el romanticismo. Otra lacra, sin embargo, llama en los últimos tiempos la atención, la que atañe a la creatividad artística: el neorromanticismo o, si se quiere, los neorromanticismos. En otras palabras, el ejercicio manierista de recuperación de las formas románticas. Escribir a la manera de los románticos, simulando una relación verbal con el mundo semejante a la que ellos tenían, es no sólo un monstruoso atentado contra el sentir contemporaneo, sino, asímismo, un obstáculo para comprender las dimensiones del propio romanticismo. Este amaneramiento, a medio camino entre el agotamiento expresivo y la rendición a los fluctuantes reclamos de la moda, contribuye a reforzar las imágenes epidérmicas, blandas, de las propuestas románticas._

Estulticia neorromántica

El neorromanticismo, como en general todos los movimientos encabezados por un neo, auspiciados con fines propagandísticos y asumidos por escritor'e incautos o estériles, entraña junto con el peligro de vacuidad .estética, la malversación del paradigma cultural al que obs cenamente se remite. Se trata para decirlo de un modo rotundo, de preservar el patrimonio romántico de la estulticia neorromántica.

¿En qué sentido? ¿Es que, pesar de todo, tiene de nuevo vigencia el romanticismo? Nun ca ha dejado de tenerla. Al me nos interpretado desde una de terminada perspectiva a la que apenas afectan los juegos de moda y las recurrencias estilís ticas. Una perspectiva en la que se proyecta, con mayor o menor radicalidad, el entero trayecto de la modernidad: un itinerario en el que persistentemente se vislumbran las heridas abiertas en el seno de la razón y el progreso por la conciencia romántica. Son, precisamente, estas heridas y su ahondamiento en el tiempo las que le otorgan valor de actualidad. Se hace indispensable, por ello, no examinar el romanticismo desde una óptica unilateral. En cuanto a nueva sensibilidad, pone al descubierto el profundo desgarro de la civilización occidental. Como concepción trágica de la existencia, enuncia el autoexilio inevitable del individuo. Pero, siendo importantes las respuestas que el romanticismo, históricamente considerado, opone a su época, de mucha mayor importancia son las preguntas que vierte sobre el futuro. A más de un siglo de distancia, los caminos románticos -a menudo callejones sin salida, y tal vez por este motivo- ofrecen poderosos atractivos. Muchos no podemos dejar de conmovernos ante la transmutación mítica de Hölderlin o los viajes oníricos de Nerval, ante la afirmación heroica de Keats o la pasión tanática de Novalis. No obstante, por encima de estos vigorosos caminos, acaso nos intrigue todavía más esa común atmósfera de incertidumbre que flota sobre todos ellos. Esa atmósfera de interrogantes no desvelados, de enigmas que se multiplican en el afán de conocimiento. Advertimos, entonces, que la conciencia romántica ofrece escasas soluciones y, como compensación, detecta multitud de síntomas que siguen afectando a nuestra civilización. La trascendencia temporal del romanticismo estriba en su capacidad de anticipación, de intuición cultural. En su capacidad de constituirse en diagnóstico del hombre moderno.

Por eso nos sigue interesando Byron, aunque, con justicia o no, lo sigamos reduciendo a su leyenda. Nos interesa ese Byron que interesaba al viejo Goethe. Quizá ya no por todas las razones de éste. Sí, al menos, por una: como rastro seductor de un desasosiego y una fuerza que nacen de constatar que el hombre sólo empieza a explicarse a sí mismo cuando acepta lo que de inexplicable hay en él.

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