Un empecinado
El teniente coronel Aldo Rico -quien, siendo rebelde, perdió su grado, recuperándolo después por gracia de la extraña justicia militar argentina- es un empecinado de entre los muchos que integran aquellas fuerzas armadas. Hijo de emigrantes asturianos, llegó a hacer célebre, antes de los sucesos ahora comentados, el empecinamiento de su raza. Se encuentra limpio de sangre, y ni desde el Informe Sábato sobre la desaparición de personas ni desde las causas instruidas por los juzgados federales se le reclama por nada.Fue un oficial querido por sus subordinados, que-soportaron su bárbara pero amigable instrucción de comandos, y un pequeño mito en el desastre profesional militar que supuso para las fuerzas armadas argentinas el desastre en la guerra por los archipiélagos australes.
Típico macho militar, se desempeñó heroicamente durante la batalla por las Malvinas, peleando tras las líneas del general británico Jeremy Moore con alguna pericia y más voluntarismo. Eljefe de los comandos británicos durante aquellas batallas redactó posteriormente un libro de memorias bélicas sobre aquellos sucesos, titulado No picnic. No fue ciertamente un paseo militar.
Rico se desempeñó con briHantez en aquella pelea de gallos, determinada de antemano, hasta el punto de ser multicondecorado por su valor en combate y de serle aparcadas las medallas en tanto en cuanto sugirió públicamente el fusilamiento en campaña del general Benjamín Menéndez, a la sazón gobernador militar de las Malvinas, por aceptar la rendición incondicional ante la fuerza de tareas británica.
De los pasados sucesos de Semana Santa fue el inspirador y su sostén principal. Utilizó como detonante al teniente coronel Barreiro, un hijo de gallegos, que malamente se había distinguido como oficial de espionaje en el III Cuerpo de Ejército -Córdoba- y como jefe de interrogatorios en él chupadero La Perla.
El general Héctor Ríos Ereñú; éntonces jefe del Estado Mayor del Ejército, llamó a Barreiro y vino a decirle que era imposible librarle de su procesamiento, pero que debía aceptarlo con paciencia, por cuanto el tiempo político le libraría de males penitenciarios.
Barreiro, ya conspirativo, dijo a todo que sí y marchó a Córdoba, al III Regimiento de Infantería Aerotransportada de La Calera, donde, acuartelado y rebelde, recibió su citación judicial por delitos contra, la humanidad, que se negó a acatar.
Aldo Rico estaba esperando esta señal. Jefe de un regimiento de comandos acantonado en la provincia de Misiones, en la frontera con Brasil y Paraguay, ordenó a sus tropas marchar .sobre Buenos Aires para apoyar el cuartelazo de Barreiro. El grueso de sus fuerzas fue interceptado por tropas leales al Gobierno mientras pretendía alcanzar por carretera la cap¡tal federal; pero Rico, para nada tonto, ya había previsto la contingencia. Junto a su estado mayor y un grupo de leales había tomado el avión de la línea de cabotaje e Austral, aterrizando en el aeroparque metropolitano de Buenos Aires, y, cruzando la capital, se aprestó a ocupar la Escuela de Aplicación de Infantería de Campo de Mayo -Cuartel General del Ejército argentino-, colocando en jaque al poder civil.
Durapte aquella Semana Santa, Rico y sus comandos pusieron al Gobierno radical contra la pared, exigiendo el final de los procesamientos mil¡tares y la reivindicación del Ejército en su guerra sucia contra la subversión. Aquella asonada tuvo que resolverla personalmente Raúl Alfonsín presentándose en Campo de Mayo y exigiendo ver a Rico, mientras las masas esperaban histéricas en la plaza de Mayo.
"Muy nervioso"
Alfonsín relataba posteriormente cómo Rico y sus edecanes tuvieron la delicadeza de presentarse ante él sin armas a la vista y cuadrándose. Sentados a la mesa, Rico hablé de negociar, y Alfonsín le replicó que con su jefe supremo de las fuerzas armadas nada tenía que negociar, lo que asumió. Muy nervioso, Rico expresó el malestar de los jefes intermedios ante la conducción del arma de Tierra y reivindicó el valor mil¡tar de esos mismos cuadros durante la guerra de las Malvinas. Hecho lo cual se rindió, a lo que se ve, Provisionalmente.
Su rebeldía precipitó una malhadada ley de obediencia debida que desprocesó a numerosos jefes y oficiales presuntos responsables de violación de 'los derechos-humanos y dinamita al contemporizador Héctor Ríus Ereñú como jefe del Ejército. Los infantes, especialmente los más jóvenes, encontraron así un nuevo líder: el macho asturiano que, pese a todo, reivindicaba la dignidad del oficio militar. Miseria sobre miseria.
Rico cumplió prisión militar rigurosa en Campo de Mayo por presunta rebelión. Fue en el comienzo de su penúltima historia de insubordinaciones -siempre fue un gallo peleador ante sus superiores- bastante bien tratado por el Gobierno radical. No sólo se había insubordinado, sino que. había abandonado su residencia, su mando y desplazado a parte de su tropa sin órdenes superiores, haciendo plantes de fuerza al Gobierno de la nación. Sólo el hecho de que Argentina es un país abolicionista impidió la caridad de fusilarle.
De nada sirvió. Antes de rendirse a Alfonsín rechazó la intimidación de un juez federal, y por ello fue preso y procesado por rebelión y sujeto a prisión rigurosa ante la justicia civil. Apeló y logré que se calificara su supuesto delito como motín -había exhibido armas-, con lo que obtuvo el pase de su causa a la justicia castrense y, sorprendentemente, una calificación de prisión atenuada.
Su guerra personal no eis exactamente con la democracia -por más que no se pueda ignorar que continuamente la coloca en precario-, sino con José Dante Caridi, el solterón general de Artilleflá, actual jefe del Estado Mayor del Ejército, que sólo procura restablecer la cadena de mando. Preso en Campo de Mayo, Rico recibía todos los fines de semana multitudinarias visitas de jefes y oficiales. Sus fieles elaboraron un vídeo, Operativo Dignidad, sobre los sucesos de Semana Santa, que se ha proyectado en los cuartos de banderas.
Rico y su gente -y en esto radica su peligro- no reivindican las viejas juntas militares de la dictadura, de las que abominan, sino que enarbolan una nueva bandera castrense que utiliza ese monstruo jurídico denominado obediencia debida como lavadero de Pilatos: hicimos lo que hicimos -vienen a decir- porque nos lo mandaron, pero para nada somos responsables ni de la guerra sucia ni del resultado de la guerra en las Malvinas; -somos el nuevo ejército. Un movimiento que se embosca falsamente en cierto nasserismo a la suramericana y del que sólo cabe esperar mayores desastres y quebrantos para la frágil democracia argentina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.