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El caballero del perrito

La rutina de nuestra vida musical -conciertos y más conciertos, generalmente malos, mediocres, buenos, extraordinarios de verdad, es decir, excelentes (no porque hayan sido organizados en pro de alguna asociación benéfica)- nos hace olvidar que la, gran música, la verdadera música, guarda un secreto íntimo que cada intérprete debe revelar y transmitir en su justa y depurada esencia a un público atento, preparado y receptivo.Pero, a fuerza de escuchar y escuchar indiscriminadamente, sin criterio selectivo antes, juicio crítico durante o deliberación en tertulia después del concierto, el secreto no acaba de revelársenos o se nos manifiesta a medias, y cariacontecidos, insatisfechos sin saber por qué, seguimos acudiendo a ciegas a los conciertos esperando el milagro de una revelación.

Los aficionados, y en muchos casos los profesionales, desengañémonos, no están preparados para apreciar los infinitos matices de una impecable o una muy creativa interpretación y ejecución musical. Sin embargo, en muchos casos reaccionan bien, de modo intuitivo, ante esas interpretaciones geniales que se dan de tarde en tarde.

¿Y los ejecutantes en activo? Nuestro país cuenta, por fortuna, con un material humano de primer orden, pero los intérpretes trabajan, por lo general, acuciados por la prisa y en esterilizante soledad. Por eso es tan dificil arrebatar a la gran música su profundo secreto, el cual, por antonomasia, está implícito en las intenciones y deseos del compositor. Generalmente, el compositor ha desaparecido, y su intérprete ha de trabajar en aislamiento el siempre complicado montaje de una partitura para su ejecución pública.

En el mar de la música, casi todos navegamos en la oscuridad, sacudidos por incesante oleaje que desplaza sin fundamento nuestro criterio. A la salida de la ópera y de los conciertos es donde se escuchan los mayores disparates.

Cuantos amamos la música con todas nuestras fuerzas sabemos hasta qué punto es necesaria la guía de un maestro que ilumine sus enmarañados caminos. Un gran maestro hace sencillo lo más complejo.

Durante los primeros días del pasado mes de octubre, el mundo musical madrileño se conmovió con la presencia de uno de los mayores talentos -yo diría genios después de haberle oído en estas sesiones- de lainterpretación musical de nuestro siglo: Mstislav Rostropovich.

El ilustre músico soviético, que volverá el próximo martes a Madrid para interpretar con la Orquesta Nacional de España, dirigida por Jesús López Cobos, el Concierto, de Dvorak, impartió entonces, durante cuatro días y a razón de siete horas diarias, unas clases magistrales en homenaje a los Reyes, con motivo de la celebración del 25º aniversario de su boda.

Terreno humanístico

El Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), organizador de las sesiones, tuvo el acierto de Hevar a Rostropovich a la sala de la Escuela Superior de Canto, un ámbito especialmente apto para la música de cámara, donde las lecciones del maestro, ciertamente magistrales en el terreno humanístico -tan olvidado cuando de música se trata-, y no digamos en el estrictamente musical, congregaron a un numeroso y muy selecto grupo de intérpretes españoles.

En su mayor parte, los participantes fueron violonchelistas, la sección más activa y de mejor nivel entre las nuevas generaciones de estudiantes de música. Que tras ellos hay un profesorado de la especialidad como jamás lo hubo es cosa bien sabida. Y aquí convendría recoger la gratitud y el reconocimiento general hacia unos maestros ejemplares que están en la mente de todos. Como todos rindieron aplauso de gratitud a la reina Sofía, alumna incondicional de unas clases inolvidables.

A juzÉar por sus palabras después de las audiciones a buen número de asistentes activos, la impresión que de los intérpretes españoles recibió Rostropovich fue favorable, con las lógicas excepciones.

¿Y la de los músicos españoles sobre él? El actual directorde la Orquesta Nacional de Washington es un pianista de primera fila, violonchelista incomparable y un pedagogo genial. Es un músico nato en toda la extensión de la palabra, un artista que desborda humanidad y fervor. Su forma de abordar la ejecución de las más arriscadas piezas del repertorio, desde sus múltiples facetas de músico total, tiene siempre la sinceridad, la pasión, la intensa expresión que requiere un arte, no por asemántico menos necesitado de fuerza y vigor explicativo.

La gran música -sea triste o alegre, lírica o dramáticamana de Rostropovich de modo fresco y natural, sin las trabas con que la han encorsetado las obligadas normas para su ejecución. Por eso, es motivo de profunda *gría la oportunidad de poder verlo actuar en Madrid, y observar, después de haber vivido su faceta de pedagogo, su maestría como instrumentista.

Un detalle anecdótico: el artista soviético llevó algunos días a la clase su pequeño perrito, que le acompaña en todas sus giras. Pero es que de Rostropovich emana la vida pujante, sin complejos ni rencores, de un niño grande, travieso y alegre como ninguno, pero responsable también, como nadie, de un arte al que sólo es posible acercarse con amor.

Andrés Ruiz Tarazona es responsable del área de música del Centro de Estudios y Actividades Culturales de la Comunidad de Madrid.

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