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Nadine Gordimer: "El arte no tiene nada que ver con la religión o la moral"

La escritora surafricana participa en el movimiento contra el 'apartheid'

Isabel Ferrer

"Hace algunos años pensé en marcharme a Francia. Quería vivir en una sociedad sin racismo, pero me di cuenta de que allí no se me consideraba africana. Y yo soy una mujer blanca nacida en ese continente". Nadine Gordimer, escritora surafricana, no fuerza el gesto cuando pronuncia esta frase. Está segura de que nadie puede negarle sus orígenes ni la causa por la que viaja y escribe: la lucha contra el apartheid. Su último desplazamiento la trajo a Alinsterdam, donde ha tenido lugar una conferencia-festival dedicada al futuro de la cultura en Suráfrica. Su compromiso con esa causa, sin embargo, no le impide tener claro que "el arte no tiene nada que ver con la religión o la moral".

Tiene un aspecto quebradizo: es pequeña, pálida y su cabello se está volviendo gris. Pero la fragilidad es sólo aparente. Cuando habla de literatura, de arte o de su tierra, no necesita impostar la voz. Sabe lo que quiere decir y, sobre todo, conoce el alcance de sus palabras. "El arte no tiene nada que ver con la religión o la moral". Tras esta declaración de principios parece que no dirá nada más. Sin embargo, cierra la pausa declarando contundente: "El hombre que trató de conquistar el mundo era importante. Ahora la política lo es más. Por eso creo que el arte es la única fuerza capaz de reconquistar al ser humano sometido al poder político o a la tecnología".La escritora ha viajado desde Johanesburgo invitada por la fundación holandesa Culture in Another South Africa, CASA, y el movimiento antiapartheid de los Países Bajos. Nadine Gordimer ha venido a demostrar que la cultura surafricana está viva, a pesar de un régimen bajo el que la mayoría de la población, 21 millones de negros, no puede votar o adquirir tierras en la zona de los blancos, el 71% del territorio. Con la autora llegaron también 300 artistas que cantan, bailan, escriben o pintan dentro y fuera del país. "Nuestra cultura es activa porque hay que darle un sentido a la vida, incluso si ésta es tan dolorosa como allí". Vuelve a callarse. Sabe que la imagen de Suráfrica es poco tranquilizadora. "En Amsterdam sólo han visto una parte de lo que ocurre allí. El teatro negro, por ejemplo, atrae multitudes porque el público siempre puede participar en las obras".

Le apasiona Suráfrica pese a la situación que allí se vive. "Estamos en guerra civil, ¿sabe?, y la única oportunidad para los blancos radica en los movimientos de masas no racistas". Tres de sus novelas han tenido problemas con la censura. Una de ellas, La hija de Burger, fue rechazada por blasfema. "¿Sabe por qué? La protagonista, ante la mirada atónita de un niño que contempla un icono, dice que la piel de Cristo no era probablemente blanca. El censor dijo que yo demolía la imagen de un Jesús rubio y de ojos claros, mucho más aceptable. Qué tontería, ¿no?".

Sociedad blanca

A pesar de sus viajes por Europa y Estados Unidos, ella siempre vuelve a Johanesburgo, donde vive con su marido y sus dos hijos. Cree que la sociedad blanca llegará a rechazar el apartheid y trata de transmitir esa fe. En otra de sus novelas, La gente de July, el personaje de Maureen es capaz de comprender el absurdo de su vida, en una especie de viaje hacia sí misma. "Es cierto. Ella abandona su casa sin preguntar nada Está amenazada y sigue a su familia. Las discusiones con su criado July tendrá que hacerlas de igual a igual, y su evolución será como un bautismo". Por encima de la narración, como ya sucediera en El conservador, aparece también aquí la naturaleza y la noche surafricana que nadie quiere abandonar.La escritora habla de los personajes de sus libros como si fueran amigos de siempre, con calor pero sin agitarse. Cuando critica el apartheid, sin embargo, se remueve en el borde de su asiento y nada parece poder interrumpirla. "Yo escribo porque creo que es una forma de explicar el mundo. Detesto las falsas imágenes. Este año Suráfrica había desaparecido de los medios de comunicación europeos. En Holanda he visto que la solidaridad no estaba callada. ¿Sabía que nos han instalado gratis, a todos, en familias de Amsterdam?".

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