Tirar botellas
Soy una anciana de cerca de 80 años, y le ruego me permita, a través de su periódico, dar públicamente las gracias al ministro de Justicia, y en él, a la ínclita justicia española, porque -aunque indirectamente- me ha sugerido la impensable posibilidad de ejercitarme en un deporte asequible a la tercera edad. Puesto que, según la apreciación de un juez de Sestao, tirar botellas vacías a la cabeza de un jugador de fútbol -y abrirle una brecha no pequeña- es sólo una falta, sancionable únicamente con arresto domiciliario, de ahora en adelante voy a comprobar cómo a mi edad me funcionan todavía la vista, el pulso, el brazo y la energía, tirando botellas vacías a los pacíficos transeúntes que circulen bajo mi ventana. No se me había ocurrido antes, pero esa sutil distinción entre falta y delito -que me recuerda aquella no menos hábil entre pecado mortal y venial, que me enseñaron en mi infancia y jamás logré asimilarme ofrece la oportunidad de ejercitarme en el sano deporte del tiro al blanco con botellas sobre cabezas humanas, en la seguridad de que si llegare a causar alguna contusión, raguño o brecha, las sanciones económicas serían impuestas a los dueños del estadio (en este caso, la calle, que, por cierto no sé si pertenece al Ayuntamiento o a la autonomía). A mí sólo podrían castigarme con arresto domiciliario, es decir, quedarme en casa, lo que hago voluntariamente y con frecuencia, entre otras razones porque mi pensión, inferior al salario mínimo, no me permite muchas salidas para divertirme. Pero ahora, gracias a la inefable justicia española, me lo voy a pasar bomba-
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