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Reportaje:

Las Azores, encrucijada del Atlántico

Los azorianos y los norteamericanos de la base de Lajes viven de espaldas unos a otros

La base de Lajes y sus ocupantes estadounidenses constituyen un enclave del American way of life en el paisaje bucólico de la isla Terceira. Entre las suaves ondulaciones de viejos volcanes cubiertos de prados siempre verdes, el vaivén de los aviones y de los helicópteros y las numerosas chimeneas de ventilación que emergen de la tierra no parecen perturbar a las vacas que pastan en las inmediaciones de las pistas. Desde 1951, azorianos y estadounidenses comparten el mismo suelo, y tal vez no se hayan visto nunca. Unos no pueden cruzar los muros, otros no están interesados en salir.

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Debido a la emigración, hay actualmente más azorianos o descendientes de azorianos en EE UU que en las nueve islas del archipiélago, y estos lazos tradicionales amortizan eventuales problemas de cohabitación entre el personal de la base y la población local. Además, la base emplea en permanencia unos 1.500 trabajadores civiles azorianos, y constituye, de lejos, la mayor fuente de empleo de la región.Los intercambios entre la base y el resto de la isla son extremadamente limitados, y las relaciones sociales de los militares estadounidenses que viven con sus familias fuera del recinto no van mucho más allá del círculo de los militares portugueses que participan del mismo destino. Militares portugueses del continente y estadounidenses comparten su aburrimiento y un ostensible desprecio hacia la sociedad azoriana, aún profundamente apegada a sus tradiciones rurales, religiosas y conservadoras.

El destino de las prostitutas

Las autoridades regionales afirman que la presencia de los militares de EE UU no provoca reflejos sociales negativos ni aumentos sensibles de la prostitución o de la droga. Las religiosas son menos optimistas, o menos indulgentes, acerca de los jóvenes que frecuentan las discotecas instaladas en la periferia de la base, y atribuyen a la vecindad, del conjunto militar el aumento del consumo de droga y de la homosexualidad. Pero para el cura del pueblo es un consuelo que la mayoría de las prostitutas se casen con soldados norteamericanos. "Se llevan las que no sirven para nada y es mejor que desaparezcan de aquí", afirma.Los comerciantes se quejan de que la base vive "en circuito cerrado" y que los norteamericanos no les compran nada, porque "hasta la carne y el pan vienen de EE UU", y niegan con indignación cualquier participación en el contrabando, al parecer intenso, que se establece entre la base y el medio circundante, donde, gracias a los emigrantes, es muy fácil disponer de dólares.

Los militares disponen de sus propias emisoras de radio y televisión, pero no procuran alargar su audiencia hacia el exterior de la base. Los dos mundos viven de espaldas uno hacia el otro y procuran ignorarse.

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Con excepción de los pocos militantes de la oposición de izquierda, muy minoritaria, los azorianos no parece excesivamente preocupados por el peligro que puede significar la base, o su eventual utilización futura -oficialmente negada- para transporte y almacenamiento de armas nucleares. La convicción general es que "los norteamericanos están aquí para quedarse", y se citan como ejemplo las obras iniciadas hace pocos meses para construir más de 600 casas y triplicar la capacidad de almacenamiento de carburantes.

La mayoría de los azorianos no ve inconvenientes a esta presencia, ni siquiera a su eventual refuerzo, con una única condición: que los norteamericanos paguen y que las contrapartidas sean destinadas prioritariamente a su región, porque les parece injusto que Lisboa, que se preocupó tan poco en el pasado del desarrollo de las islas, quiera ahora sacar la parte del león del acuerdo luso-estadounidense sobre la base de Lajes.

Situación estratégica

Orgullosos de una historia de cinco siglos repleta de acontecimientos, los cerca de 250.000 habitantes del archipiélago portugués reconocen que su posición estratégica en medio del Atlántico -prácticamente a igual distancia de las costas de Estados Unidos que de las de Europa- les proporciona, hasta ahora, más problemas que riqueza.La utilización militar del territorio, y más particularmente de la isla Terceira, para la protección de las vías de comunicación entre América, Europa y África es una tradición que se inició con el descubrimiento y poblamiento del archipiélago, a principios del siglo XV. El fuerte de San Felipe, hoy de San Juan Baptista, mayor fortaleza militar española fuera de la Península, recuerda que la primera base militar extranjera instalada en las Azores por Felipe II de España y I de Portugal, utilizó el puerto de Angra para proteger de piratas y corsarios emboscados entre las islas a los pesados galeones que llevaban a Sevilla el oro de América.

El siglo XX y el desarrollo de la aviación y de las comunicaciones hicieron de la isla de Faial, también en el grupo central del archipiélago, una escala obligatoria para los hidroaviones que inauguraron los vuelos regulares transatlánticos y un punto de apoyo para los cables submarinos de comunicación.

Durante la II Guerra Mundial, Portugal optó por la neutralidad, y los aliados encararon la necesidad de ocupar militarmente las Azores para mantener la zona despejada de submarinos alemanes. Winston Churchill invocó el Tratado de Windsor y la vieja alianza luso-inglesa para obtener de Salazar la autorización de instalar una base de la Royal Air Force en el archipiélago: así nació, en 1943, la base de Lajes, utilizada más tarde por EE UU y que constituye hoy, se gún el general Bernard Rogers, ex jefe de la OTAN en Europa, un elemento vital del dispositivo militar norteamericano en el ámbito de la Alianza Atlántica, y también para operaciones fuera del teatro de la OTAN.

Lo curioso es que nadie sabe muy bien cuántos son los que ha bitan el fuertemente guardado recinto militar. Interrogado un miembro del Gobierno de Punta Delgada, dijo: "Aproximadamente, 3.000; unos 5.000 con las familias". Pero el acuerdo es muy preciso y establece un máximo de 3.000 personas instaladas por un período de tres años, aunque también puede haber, por un máximo de 179 días, otras 3.500.

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