¿Qué hacer con la economía?
TRAS EL derrumbe de las cotizaciones en las bolsas, los Gobiernos de los principales países occidentales parecen haber iniciado un período de vacaciones intelectuales sobre lo que conviene hacer, dejando a las fuerzas del mercado la responsabilidad de encontrar por ellas mismas un equilibrio más estable que el actual. Salvo la discreta reunión de los bancos centrales el pasado fin de semana en Basilea, no ha habido ninguna reunión internacional para tratar de coordinar las políticas económicas, probablemente por el miedo al fracaso: los recuerdos de la crisis de 1929 permanecen aún vivos en las memorias y aparentemente se ha decidido aplazar las reuniones hasta que existan posibilidades de llegar a acuerdos convincentes sobre la coordinación de las políticas económicas,De momento, la reducción del déficit presupuestario norteamericano se ha convertido en la piedra angular de la confianza de los inversores. Existe un sentimiento generalizado de que la inestabilidad en los mercados de cambios disminuirá apreciablemente si Estados Unidos es capaz de proponer una reducción sustancial del déficit de sus administraciones. Pero para llevarla a cabo se necesita un acuerdo entre los republicanos y los demócratas que, aparentemente, no está al alcance de la mano.
Mientras que el presidente norteamericano Ronald Reagan no quiere subir los impuestos, los demócratas se niegan a aceptar una disminución de los gastos, y, una vez perdido el sentido de la urgencia que
provocó el hundimiento dramático de las cotizaciones, parece como si cada cual se aferrase a sus viejos dogmas con una extraña e incomprensible terquedad. Existen, sin embargo, argumentos para defender que la reducción del déficit debe ser comedida, al menos en los primeros momentos; la mayoría de los economistas coincide en que la caícla de las cotizaciones en la bolsa va a inducir una disminución de la demanda de consumo y, probablemente, también una caída de la inversión.
En estas circunstancias, añadir más leña al fuego deflacionista puede resultar peligroso, pero los mercados no lo interpretan así y de lo que se trata en estos momentos es de calmarlos.
La necesidad de coordinar las políticas económicas de los principales países accidentales es cada vez mayor, especialmente desde que los bancos centrales de los países excedentarios (esencialmente Alemania Occidental y Japón) han tomado sobre sus espaldas la tarea de sostener el dólar.
Hasta finales del año pasado fueron los particulares de todo el mundo los que financiaron el défcit norteamericano mediante la compra de grandes cantidades de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Pero desde entonces las cosas han cambiado, y, ante la falta de entusiasmo de los particulares, han sido los bancos centrales quienes han acumulado 90,000 millones de dólares en sus carteras en menos de un año. El propio Banco de España ha comprado más de 10.000 millones de dólares en los últimos meses, contribuyendo así al mantenimiento de la estabilidad del dólar (o evitando una apreciación excesiva de la peseta, según se mire).
Pero esta política no puede prolongarse indefinidamente y los grandes países excedentarios -como Japón o Alemania Occidental- deben elegir entre sostener el dólar y neutralizar las consecuencias inflacionistas internas de las operaciones de apoyo o aceptar nuevas revaluaciones de sus monedas, con el consiguiente riesgo para la competitividad de sus productos. La otra alternativa, la más razonable y la que urgen los demás países industrializados, es la de relanzar la demanda interna de sus economías: Japón lo intenta tímidamente, mientras que Alemania Occidental se hace tirar de la oreja.
De no hacer nada para resolver estos problemas, lo más probable es que la economía norteamericana se estanque sin que las economías de los demás países industrializados tomen el relevo. En este caso, el eslabón más débil de la cadena se encuentra en los países endeudados en vías de desarrollo que verán cómo se reduce el principal mercado para sus productos y que no es otro que el norteamericano. A su vez, una agravación de la situación económica, ya bastante precaria, de estos países reduciría aún más la tasa de crecimiento del comercio mundial.
Es cierto que esto no puede resolverse como por arte de magia en una sola reunión de los principales países industrializados, y nadie espera que así sea. Lo que el mundo quiere es que alguien señale un camino razonable para salir de la crisis. Pero con un presidente decrépito y aturdido en la Casa Blanca eso es enormemente dificil. La falta de liderazgo nunca ha sido tan acuciante como ahora.
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