En clave negra
Una oscura marea de nuevo y viejo cine policiaco invade la oferta cinematográfica mundial
El cine negro, expresión europea que designa las variantes del thriller, género derivado de la literatura policiaca estadounidense, creado en Hollywood en los años treinta y cuyo apogeo llegó en la década siguiente, tiene actualidad casi epidémica y prolifera como una gripe por todas partes. España no es excepción, tanto en la demanda de filmes negros como en la repercusión de esta onda en la producción. ¿Es arbitrario este rescate de una antigua mirada a los submundos urbanos? ¿Se trata de una simple solicitud ambiental de violencia balsámica, o de algo más profundo: de la busca de un diagnóstico de nuestro tiempo?
En un recuento de las carteleras españolas de hoy, con el infalible cálculo a dedo de una aritmética de abuela, se extrae del amorfo montón de la oferta de exhibición un porcentaje de películas negras, o de películas blancas en clave negra, sorprendente por su enormidad. ¿Qué lleva dentro este viejo género para que atraiga ahora con tanta fijeza las miradas de los ojos nuevos?El filme que ahora convoca a más espectadores es Los intocables de Eliot Ness, un brillante collage realizado por Brian de Palma con elementos visuales extraidos de la iconografía de la etapa fundacional del thriller cinematográfico. Lo que en él descubren deslumbrados los ojos nuevos, es cosa familiar para los de los viejos espectadores y para las ratas nostálgicas de las cinematecas. ¿Sólo un inofensivo indicio de la moda retro?
No toda la oferta negra se encierra en las arcaicas reconstrucciones de esta película, que ha convertido al plagio en un asunto casi noble, sino que se extiende a reposiciones de antiguas obras maestras del género, como El halcón maltés y La jungla de asfalto, de Huston; El beso mortal de Aldrich; Chicago, años 30 de Ray; Atraco perfecto de Kubrick, Extraños en un tren de Hitchcock, entre otras; y a filmes más recientes que recogieron la herencia de estos, como Bonnie y Clyde de Penn; La ley de la calle de Coppola; y Blade Runner de Scott, muestras de una selección que podría ser inabarcable si se recuerdan no sólo otros muchos estrenos y reposiciones por el estilo, sino también la gran audiencia despertada por los ciclos de cine negro que la televisión ofreció recientemente. ¿Síntoma de sofisticación del gusto o de expulsión de un temor latente?
No toda esta marea negra se detiene en la repesca de viejos títulos con aroma de leyendas del cine, sino que se prolonga en otros de nuevo cuño, que reanudan, ahora masivamente, una tradición nunca perdida, pero que hasta hace unos años era patrimonio de unos pocos francotiradores. Ahora mismo, y en calidad de estrenos, pueden verse muchas películas, unas casi calcos de antiguos filmes negros, y otras de intención blanca, pero envueltas en el celofán oscuro del thriller. ¿Deficiencias en la inventiva de los cineastas de hoy o sagacidad suya para canalizar en un viejo cauce una preocupación universal nueva?
A la española
Entre las primeras, además del citado Los intocables, están los estrenos de Mano de oro, Querido detective, El eslabón del Niágara, Falso testigo, Danny Boy, El cuarto protocolo y El corazón del ángel. Y entre las segundas El poder del dinero, Ábrete de orejas, Nadine, Apology, Bajo el peso de la ley, y otras muchas, que conforman una oferta amplia y homogénea de cine unas veces policiaco y otras de otro contenido, pero con estructura formal derivada del cine negro. ¿Puede una forma narrativa ya acuñada fundirse con un contenido argumental dispar, sin que responda ese acoplamiento a una necesidad ambiental?La nueva oferta negra no proviene únicamente de los Estados Unidos, sino también de la producción europea -en especial la británica- y, en la pequeña parte que nos corresponde de los despojos, también de la española. Baste, en este sentido, con recordar que, de las dos películas que representaron al cine español en el reciente festival de Valladolid -que es muy orientativo de por donde van los vaivenes de la demanda interior- una -El amor de ahora, de Ernesto del Kio- cuenta en clave negra una historia política con derivaciones sentimentales; y otra -Al acecho, de Gerardo Herrero- se -tiene devotamente a los códigos de la ortodoxia del thriller. ¿Qué tipo de urgencia arrastra a una cinematograria menor a engancharse en las pautas de la mayor?
El hecho está ahí, es tangible, evidente, y el muestrario traído a cuento no es más que la pequeña parte visible en la cartelera de hoy de la penetración de un gusto sumergido, del que podríamos ofrecer muchas más muestras, con sólo escarbar un poco en la multitud de títulos que abarrotan las carteleras de los últimos meses y años. Asunto de sociólogos es averiguar las proporciones exactas y los porqués estadísticos de este fenómeno de retorno por varias vías al mismo punto del pasado. Pero asunto de todos es bucear con el instinto en la paradoja de una mirada hacia atrás que adquiere de pronto la condición mirada alrededor.
Nada impide una deducción inquietante: el cine negro, que creció en oscuros tiempos de convulsión; que fue luz en la penumbra urbana de anteguerras, guerras y posguerras mundiales; que taladró las superficies de asfalto en busca de los abismos germinales del lado atroz de la historia moderna; que descubrió una manera de ver el mundo en una mirada al submundo, se ha convertido en pasión de un tiempo del que se dice que está más allá de la aquellas miserias históricas. Y el enigma sigue ahí: ¿La actual marea de cine negro es obra de un regusto pasajero por la violencia balsámica o rasgo profundo de un universo urbano que se agrieta bajo los pies de sus pobladores?. Es ésta una de esas incógnitas que agotan su respuesta en su formulación.
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