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El buen y el mal gusto

Agnes Heller, socióloga y profesora de filosofía, una de las principales representantes de la Escuela Marxista de Budapest, plantea en este artículo las relaciones entre el buen y el mal gusto. La autora de Sociología de la vida cotidiana, El hombre del Renacimiento y Teoría de los sentidos, entre otros títulos, parte de que el gusto es una valoración de preferencias. Distingue las épocas premodernas, donde el gusto era más objetivo que subjetivo, y las modernas, con drásticos cambios en el gusto y su valoración. "Es un hecho habitual que la gente cambie su gusto artístico dos o tres veces en la vida, mientras sus gustos sexuales o por las flores permanecen invariables".

El gusto es una valoración de preferencias. Al manifestar nuestro gusto con respecto a algo, expresamos nuestra preferencia por haber experimentado, creado o consumido, este elemento en particular y no otro. El juicio que emitimos al expresar nuestras preferencias puede ser subjetivo u objetivo. Podemos decir esto es hermoso, agradable, bueno o está bien hecho Pero también podemos decir: nos gusta este determinado objeto, nos agrada, disfrutamos de esto y no de otra cosa.Se puede tener gusto para todo aquello que uno disfruta, ya sea comida, flores, la pareja sexual, música, novelas, ropa, muebles, el entorno que rodea nuestras vidas, la conversación, la forma del cuerpo humano, deportes, ejercicios, etcétera. El elemento subjetivo, sensual o intelectual del gusto (disfrute, placer), es indispensable. El gusto es una valoración de preferencias; sin embargo, no todos los tipos de juicios preferenciales pueden denominarse gusto. Decir que las preferencias de uno por una forma determinada de gobierno, en desmedro de otra, son un problema de gusto, sería absurdo.

En épocas premodernas, el gusto era más objetivo que subjetivo. Existía un consentimiento generalizado sobre lo bueno y lo malo. Del mismo modo, había un denominado canon o estándar para todo lo relacionado con el goce y el placer. En aquellos tiempos, los cánones y normas variaban muy lentamente de manera que el cambio apenas se notaba a lo largo de una generación. Los niños aprendían de sus padres, maestros y comunidades cuáles "son las cosas buenas" y cómo diferenciarlas de las malas o inferiores. Entonces ellos disfrutaban exactamente lo que "se suponía debían disfrutar"; lo que se definía como agradable les agradaba. Adquirieron la habilidad de distinguir lo hermoso de lo feo, en el espíritu mismo del canon.

Las reglas relativas al gusto en el mundo premoderno lo abarcaban todo. Incluían el gusto con respecto a la comida, la pareja sexual, los entretenimientos, la conversación, las artes, todo aquello que uno tenía la posibilidad de disfrutar. Por tanto, no existía 'buen gusto' o 'mal gusto', la gente o tenía gusto o no lo tenía en absoluto. En cualquier ambiente contemporáneo pero tradicionalista, los juicios relativos al gusto se basan todavía en las normas convencionales (heredadas). Aquellos que disfrutan de una comida sólo si está hecha tal como la hacía su madre se horrorizan ante la idea de ir a un restaurante chino. Están convencidos de que la gente que come en "lugares exóticos" no tiene gusto.

Romper las normas

En épocas modernas, tanto el gusto como su valoración han experimentado drásticos cambios debido a dos razones. En muchos aspectos relacionados con el goce y el placer se han roto las normas. El elemento subjetivo (en todo, pero especialmente en lo relativo al gusto), ha adquirido preponderancia y el individualismo se ha acrecentado hasta un punto en que los cánones son considerados como trabas a la libertad de cada uno y obstáculos al desarrollo de la personalidad. Por otro lado, "el arte y la literatura" o como los llaman los alemanes con una palabra que los engloba, die Kunst, con todas sus ramas y dependencias, se han convertido, por derecho propio, en un territorio consolidado.Este territorio tiene sus propios límites, que han sido trazados con el fin de protegerlo de invasiones por parte de la religión y las morales.

El nuevo territorio de die Kunst necesitaba un canon propio. No obstante, pronto se demostró que el canon ya no era estable: comenzó a cambiar y lo hacía rápidamente.

Surgió entonces un nuevo personaje, el genio a quien se suponía con licencia para desacatar las reglas y con la capacidad de abrir nuevos caminos y establecer nuevos códigos que a su vez serán derribados por el próximo genio. No es extraño que en la actualidad, la vieja diferencia entre tener gusto y no tener gusto, diera lugar a otras nuevas. En lo relativo al goce, donde se han roto completamente las normas, la diferencia no tiene sentido. No podemos discutir el gusto: de gustibus non est disputandum es más un eslogan de tiempos modernos que antiguos.

Las expresiones típicas son como éstas: a mí me gusta rojo, a ti amarillo; a mí me gusta amargo, a ti dulce; a mí me gusta grande, a ti pequeño; lo que es agradable para mí, es desagradable para ti; tú te molestas con lo que yo disfruto. Resumiendo, el gusto se ha transformado, desde hace poco, en algo meramente relativo a la preferencia subjetiva.

Sin embargo, die Kunst se ha convertido en los llamados placer y goce sublimes, temas en los cuales ha dejado de transmitir, desde entonces, un mensaje político o moral; desde entonces ha renunciado a su prerrogativa a enseñar y se han establecido normas extremadamente rígidas. Los respectivos dominios de lo alto y lo bajo (los comúnmente populares) se han separado de una manera estricta.

Enigma

Ya no bastaba con decir que "Heine me gusta" y que "Felligrath me desagrada". La persona que hacía un juicio semejante estaba obligada a explicar por qué consideraba a Heine mejor que Felligrath. Kant se dedicó íntegramente a la solución de este enigma, en varios capítulos de su tercera Crítica.Constituye realmente un enigma el porqué la gente está satisfecha si alguien manifiesta su preferencia por un color o una comida en términos de me gusta más, y no se muestran muy satisfechos si la misma persona es incapaz de justificar sus preferencias por una determinada novela y no por otra. Lo que hizo al enigma aún más difícil de resolver fue la caída en desuso de la práctica de asociar la subjetividad con la inconstancia y la objetividad con la firmeza y la constancia.

En la actualidad, los cánones del arte cambian rápidamente, unos experimentos siguen a otros y la innovación de ayer se convierte en el canon de hoy. Es un hecho habitual que la gente cambie su gusto artístico dos o tres veces en la vida, mientras

Una clase especial

El buen y el mal gusto

Las normas ya no se establecen de la misma manera. No hay connoisseurs pero hay comerciantes, canales de televisión, sus propiietarios, sus directores, editores e instituciones estatales cuyo cometido consiste precisamente en controlar la calidad de todo lo que se consume.Hay personas que rechazan tales normas y que alegan desinterés en todo lo referente al gusto: no les importa si lo tienen o no. Por último, siempre hay gente que se esfuerza por establecer normas para el gusto, haciendo de él un problema de subjetividad colectiva.

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