Por la seguridad de Europa
Las dificultades que encuentra la CE para su progreso institucional exigen nuevas formas de cooperación y de integración muy por encima de la simple consulta actual. En este sentido, una iniciativa para la seguridad y la defensa europeas sería la ocasión para una verdadera reactivación política de Europa, según opina el autor.
El progreso institucional de la Comunidad Europea es, a la vez, significativo y limitado. En particular, se halla bastante por debajo de las ambiciones del proyecto de la unión europea, adoptado por el Parlamento Europeo en 1984, a iniciativa de Altiero Spinelli. Yo no lo niego. Sin embargo, una de las piezas esenciales del proyecto de tratado del Parlamento era la posibilidad de que entrara en vigor solamente entre aquellos países que lo aprobaran (desde el momento en que representaban a una parte suficiente de la población comunitaria), quedando fuera los otros, en una posición a definir. Esta fórmula, audaz tanto política como jurídicamente, puede ser posible por el paso a un nuevo tipo de Comunidad, como lo proponía Altiero Spinelli. Ésta no se corresponde con las necesidades del gran mercado interior y del espacio económico común, obra conjunta de los doce.¿Sería igualmente posible ir más lejos con respecto a la cooperación política, tal como ahora está institucionalizada en el Acta Única? Desde el informe Davignon, de 1970, los procedimientos de cooperación política se han perfeccionado notablemente, se ha adoptado el hábito de trabajar en equipo y han surgido orientaciones comunes en algunos temas importantes. Entre tanto, es un sentimiento común que las posibilidades de progreso están casi agotadas. Las divergencias de fondo que aún persisten entre los Estados miembros sobre algunas de las orientaciones importantes de la política exterior no podrán ser superadas por los especialistas en procedimiento. No puede concebirse un avance sin que medie el famoso salto cualitativo que implica el establecimiento de nuevas formas de cooperación o, mejor dicho, de integración, muy por encima de la simple consulta actual.
Unión política
En lo que a esto respecta, los recientes cambios resultan elocuentes. Reikiavik ha puesto perfectamente de manifiesto la dificultad de ser que tiene Europa, de cara a una política soviética activa y a una impaciencia americana por concluir. Basándose en las disposiciones del Acta única, que incluyen aspectos políticos de seguridad en los temas a tratar en el marco de la cooperación política, el presidente Delors había propuesto, en marzo pasado, que los jefes de Estado y de Gobiemo de los doce se reunieran en un Consejo Europeo para comprobar la evolución de las relaciones entre Este y Oeste y señalar la voluntad, las propuestas y las precauciones que la Comunidad Europea pretendía confirmar. Esta propuesta no ha tenido consecuencias, y nuestros países han continuado actuando por cuenta propia. Éste es el resultado de la interpretación restrictiva, por parte de unos, de las disposiciones del Acta única, y de la falta de insistencia de los otros para tratar de convencer y modificar esa actitud. Este fracaso pone de manifiesto los límites contra los que tropezará todo intento de hacer avanzar a los doce hacia la unión política.¿Qué conclusiones pueden sacarse de aquí para actuar? El progreso asegurado en materia económica entre los doce será significativo durante el próximo decenio. El nivel de integración económica que pueden -y deben- alcanzar será de tal magnitud que incidirá de manera importante sobre la política general. Aquellos de los doce que, por diversos motivos, se niegan hoy a ahondar la solidaridad en temas de seguridad y defensa, tarde o temprano serán inducidos a reexaminar su posición para tener en cuenta los nuevos lazos establecidos entre una Comunidad Económica, monetaria y social, sólidamente integrada. Esta constatación debería incitar a considerar la posibilidad de que los países más disponibles en el tema se comprometan desde ahora, permitiendo un avance en la construcción europea y mostrándole el camino a sus socios aún dubitativos.
El mantenimiento de la seguridad de Europa, el respeto a los imperativos de una Europa que pretende seguir siendo dueña de su destino, imponen, en virtud de los cambios actuales, tan ricos en esperanzas, un análisis común y, después, una toma de posición común. Las perspectivas de un buen acuerdo entre la Unión Soviética y Estados Unidos no deben hacer que debemos de mantenernos vigilantes, ya que las lecciones de la historia están para que las recordemos. Ahora bien, seguridad y defensa son los elementos clave de toda unión política. Esto es cierto en los Estados federales existentes; ha sido cierto para la CE cuando el proyecto de defensa de la Comunidad fue lanzado sobre la huella de la Comunidad Carbón-Acero.
Seguridad y defensa
Una iniciativa europea para la seguridad y la defensa que se llevara a cabo en un futuro próximo sería la ocasión para una verdadera reactivación política de Europa, que constituiría una continuación de la reactivación económica, a través del Acta única, y de sus consecuencias.¿A quién corresponde tomar la iniciativa? Ante el silencio y la inmovilidad de la Europa organizada están los Gobiernos y sus jefes. Parece que hay dos países que deben jugar un papel preponderante, e incluso asumir una responsabilidad especial: la República Federal de Alemania, en función de su situación geográfica y de su potencial económico, y Francia, en virtud de su armamento nuclear, totalmente autónomo. En declaraciones oficiales de sus principales dirigentes, ambas naciones han puesto de manifiesto cierto interés y también cierta disponibilidad. La sugerencia del canciller Kohl de crear una brigada mixta francoalemana tiene el mismo valor simbólico que el proyecto Monnet-Schuman sobre el pool carbón-acero, y la acogida que recibió en París da a entender que ha sido escuchada.
Los estudios iniciados por los dos países para un consejo de defensa, que debería ampliarse con otros países europeos que lo deseen, es un signo positivo más. El apoyo dado a esta idea por España, Italia y Bélgica resulta igualmente alentador. Es de vital importancia que estas ideas vayan tomando cuerpo, debido a su contenido sustancial, y que se asocie el mayor número posible de países europeos.
Hay que subrayar lo delicado que es gestionar una iniciativa de este tipo. Parece legítimo que los países promotores se dediquen, en primer lugar, a identificar los elementos esenciales de aquélla, para después exponerlos a sus socios, porque se trata de verdaderos compromisos. Por el contrario, aquellos países que habían declarado estar dispuestos a unirse aceptando estos elementos de base, no deberían encontrarse con los hechos consumados, por lo cual tendrían que asociarse rápidamente, a medida que el proyecto avance.
¿Cuál es el contenido que se le debe dar a un proyecto europeo en materia de defensa si se quiere que a la vez tenga eficacia, contenido político e impacto sobre la opinión pública? Los europeos deberían poner de manifiesto su voluntad política de dotarse de un instrumento de defensa en el sector ampliado de las armas convencionales, es decir, incluyendo las armas en el teatro de operaciones que sean las suyas, que estén bajo el control de una autoridad europea, y esto, sin renunciar a la fuerza nuclear francesa de disuasión.
Para que este instrumento de defensa sea creíble, parece indispensable que exista un comando europeo único.
Esto planteará, naturalmente, un problema delicado de relación entre las fuerzas europeas y la fuerza nuclear francesa, y esto, a su vez, también planteará problemas, no menos delicados, para fijar las relaciones con las fuerzas americanas en Europa: la lógica aconsejaría que éstas estuvieran igualmente bajo el mando europeo único, lo que podría ser factible si existiera una buena articulación entre el sistema europeo y la organización atlántica, a la que no se trata de debilitar. Es la principal condición para la participación de la mayoría de los países europeos.
El comando europeo único deberá depender necesariamente de una institución política en la cual participarían todos los países asociados en la empresa de defensa común. Por tanto, ésta sería diferente de las instituciones actuales de la CE y de cooperación política. Esta institución, que estaría encargada de la defensa, normalmente también debería definir y realizar una política exterior común, por lo menos en ciertos dominios amplios que afectan a todos. Como lo ha sugerido el presidente Delors, una junta de jefes de Estado y de Gobierno de los países involucrados podría constituir el órgano supremo.
Es necesario decir la importancia de tener a la mayor brevedad un diálogo abierto sobre estos problemas con el Reino Unido, otra potencia nuclear, pero con un estatuto diferente al armamento francés.
¿Cómo terminar? Por una evolución muy particular, nuestros países hoy se enfrentan a una situación política bastante parecida a la de 1951-1952. La presión exterior es evidente. ¿Podría entonces Europa, o una parte de ella, darle una respuesta válida?
Un objetivo factible
Como en 1952, la unión política es nuevamente un objetivo factible, que se puede lograr, yo diría que está al alcance de la mano. ¿Sabremos nosotros agarrar la fortuna por los pelos, como decían los antiguos romanos, o se nos va a escapar otra vez ante tantas dudas y temores? Si, por segunda vez en medio siglo, perdemos la ocasión, no tendríamos ni siquiera la excusa de la inexperiencia o de la precipitación. Si, por el contrario, Europa, o por lo menos una parte de ella, se compromete en el plan de seguridad y defensa, sabemos que las consecuencias serán enormes. Nuestros pueblos volverán a encontrar la confianza y la fe en un futuro común. La integración económica y monetaria tendrá una justificación política que hoy le falta.Ésta es la perspectiva. El Gobierno de la España democrática y europea es consciente de ella y nadie debe subestimar el valor de los consejos que da, de la voluntad que pone de manifiesto. España parece haber hecho suya, en materia europea, la fórmula cara a Pascual Madoz: "Hacía lo que decía y decía lo que hacía". Es un aporte inestimable a las esperanzas de todo un continente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.