El director más aburrido del mundo
Robert Wilson está considerado como uno de los mejores directores del mundo: no sólo porque ha abierto nuevos caminos de aburrimiento y pesadez para el teatro, sino porque sus productos están bellamente construidos y bien terminados. Alguna de sus obras no ha podido ser representada entera jamás (The civil wars); en España se vio en el segundo Festival de Otoño el fragmento The knee plays; gustó por su austeridad oriental, su limpieza, su música (de Philip Glass), y también por la condición de producto acabado.Die Hamletmachine, de Heiner Müller (República Democrática Alemana), se vio en Madrid en enero de 1986, presentada por Espacio Cero en la sala San Pol. Ninguna relación. La obra tiene 10 folios y es más bien una propuesta para directores de escena en libertad. El texto dicho, sí, es el mismo: una desesperada visión del mundo contemporáneo -de hace 10 años-, una exaltación del nihilismo. Y un antiteatro, o una explosión dentro del teatro, utilizando el mito de Hamlet, emparentado con el propio autor -se puede observar que Hamletmachine tiene las mismas iniciales que Heiner Müller; y la fotografía que se desgarra en el escenario es la del auténtico Müller-, que quería verse convertido en máquina. Este antiteatro se encuentra con un Robert Wfison que suele declarar que a él no le gusta el teatro: ama la arquitectura, la plasticidad, el silencio, el paisaje, la inmovilidad. Sus primeros hallazgos los hizo cuando creaba teatro para sordos, naturalmente peculiar; de ahí dedujo su obra La mirada del sordo, que duraba siete horas. Pareciéndole breve, Ka mountain se representó durante siete días con siete noches, y La vida y la época de Josip Stalin tuvo 12 horas de duración.
Die Hamletmachine
Heiner Müller, versión inglesa de CarlWeber, dramaturgia de Wolfgang Wiens y Anne Cataneo. Intérpretes: Almeida Theatre, Reino Unido. Dirección: Robert Wilson. Festival de Otoño. Teatro Albéniz, 14 de octubre.
Poco más de una hora
Fue más indulgente en Madrid, y se limitó a poco más de una hora de actuación (parece que la versión original tiene casi tres); le bastó ese tiempo para demostrar que su capacidad para destilar aburrimiento es superior a la de cualquier otro director del mundo. Es una forma de teatro repetitivo (como la música; queda dicho que su colaborador es Philip Glass) en el que el tema principal se reproduce, con ligeras variantes, desde las cuatro dimensiones del escenario. Los silencios son largos, las actitudes quedan congeladas, los personajes están más tiempo inmovilizados que actuando. Todo hecho con excelente calidad.La simplísima disposición del escenario, la preparación corporal de los actores, la educación de sus voces desde el susurro al grito -grito armónico, intelectual-, son magistrales. No sólo en el conjunto, sino en cada actor o en cada fragmento de la representación -las tres brujas de Hamlet, por ejemplo, que son como las Andrew Sisters-, la belleza está presente. También lo es la calidad del escrito de Müller -en versión inglesa-; después de vista la obra, conviene leerlo una vez más.
El público se deslumbró al principio, siguió luego en un respetuoso silencio; luego, poco a poco y discretamente -por respeto al escenario y por miedo a ser acusados de poco cultos-, muchos fueron abandonando la sala, y quedaron comentando en el vestíbulo. Una gran mayoría se quedó, y aplaudió a los actores, cuyo esfuerzo, hay que repetirlo, es impresionante, como la dirección de conjunto hecha por Bob Wilson.
Babelia
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