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Una reflexión sobre la paz en Centroamérica

La concesión del premio Nóbel de la Paz al presidente de Costa Rica Óscar Arias, como artífice del plan de paz que lleva su nombre, demuestra la gran trascendencia del proceso en curso en Centroamérica. De hecho, la rapidez con que los presidentes de los cinco países de América Central firmaron el pasado 7 de agosto un acuerdo general, el llamado Esquipulas II, sorprendió a la mayoría de los observadores porque la prevista reunión de Esquipulas estaba chocando con grandes obstáculos y, muy especialmente, con el obstáculo de la declarada hostilidad de la Administración Reagan, y existían serios temores de que no se llegase a celebrar. Sin embargo, se celebró y terminó con un acuerdo que, sin ser la panacea para la solución de todos los problemas de Centroamérica, abre nuevos caminos y nuevas posibilidades de arreglo. Ese acuerdo, promovido por el presidente costarricense Óscar Arias, que ahora acaba de ser distinguido con todo merecimiento con el premio Nóbel de la Paz, sigue su marcha a pesar de aquella hostilidad declarada.El acuerdo de Esquipulas no surge, naturalmente, de la nada. Detrás de él hay innumerables negociaciones, reuniones, acuerdos y desacuerdos, protagonizados no sólo por los máximos representantes, sino también por muchas otras instancias gubernamentales y no gubernamentales. Detrás de él está, muy especialmente, la acción del Grupo de Contadora y del Grupo de Apoyo, formado por los principales países del Cono Sur americano, acción que encontró muchas dificultades, pero que preparó el terreno para los acuerdos de ahora. Por eso creo que la concesión del Nóbel a la figura del presidente Arias es una forma simbólica de concederlo colectivamente a todos los que han preparado, impulsado y hecho posible este gran paso adelante.

El acuerdo de Esquipulas hunde sus raíces en estos antecedentes, pero su razón de ser inmediata está en la propia realidad económica, política y militar de Centroamérica y en las relaciones de ésta con la política del Gobierno de Estados Unidos. Como es sabido, la estrategia puesta en marcha y aplicada a fondo por la Administración Reagan consistió en la militarización a ultranza de los conflictos de la zona. El resultado ha sido una tremenda distorsión de las economías de todos los países centroamericanos y un agravamiento de sus problemas sociales hasta límites insostenibles.

Las situaciones más conocidas son las de Nicaragua y El Salvador, pero tanto o más espectacular es el caso de Honduras. La política norteamericana ha transformado a Honduras en una especie de enorme campamento militar, en la que se superponen hasta cuatro ejércitos: el Ejército hondureño, la contra, nicaragüense, que ocupa casi todo el sur del país, el Ejército norte americano, que ha construido grandes bases militares y sofisticados aeropuertos, cuando la capital, Tegucigalpa., carece prácticamente de un aeropuerto digno de tal nombre. Y para colmo, el Gobierno norteamericano obligó al de Honduras a ceder bases de entrenamiento al Ejército de El Salvador, es decir, de un país con el que Honduras se encontraba oficialmente en guerra.

Incluso en Costa Rica, país que ha hecho gala de su neutralismo y que se ha permitido el lujo de prescindir del Ejército, se ha producido en los últimos años un creciente proceso de militarización, a partir de sus fuerzas de seguridad, y un incremento de las tendencias belicistas de algunos sectores de la población. Y aunque Panamá no se acostumbra a incluir entre los países centroamericanos propiamente dichos, también allí los norteamericanos han utilizado sus numerosas bases en la zona del canal para sus acciones militares en el istmo centroamericano y para el suministro a la contra nicaragüense, rompiendo de hecho el tratado sobre el canal, firmado hace, unos años, implicando al país panameño en una escalada de tensiones que ha contribuido a dañar seriamente su estabilidad política interna.

La, militarización impuesta ha roto todos los circuitos económicos tradicionales, ha descapitalizado a estos países, ha agravado las diferencias sociales y ha colocado a todos los Gobiernos implicados ante una alternativa clara: o se superaba la espiral de la militarización y la guerra o se hundían todos en una crisis que sólo podía terminar en catástrofe colectiva. De ahí los esfuerzos por encontrar una salida general, es decir, una salida centroamericana, porque ni la paz ni la superación de la crisis económica son ya posibles en el marco estricto de cada país, al margen de los demás.

Nada de esto es nuevo. La reflexión de la mayoría de los analistas y de una gran parte de los dirigentes políticos latinoamericanos ha ido por esta vía desde hace tiempo, y ésa es también una de las razones que explican el origen del Grupo de Contadora. Lo nuevo es que hasta ahora todos estos esfuerzos se habían estrellado, las iniciativas habían sido bloqueadas y, las esperanzas de solución casi habían desaparecido, y ahora, súbitamente, el acuerdo de Esquipulas ha desbloqueado las cosas y se han abierto serias posibilidades de solución.

A mi entender, las causas de este cambio son dos la primera es que, en Nicaragua, la estrategia militar de Estados Unidos ha fracasado, porque los sandinistas han derrotado a la contra. Como es sabido, tras la fase negociadora inicial de la Administración Carter, el Gobierno de Reagan adoptó una estrategia de confrontación militar a ultranza para derribar al Gobierno sandinista. Para ello organizó, armó e instruyó a la contra, bloqueó a Nicaragua, miné sus puertos y desautorizó todos los intentos de negociación o de participación en las instituciones políticas nicaragüenses por parte de la oposición. Cuando el Gobierno sandinista convocó elecciones, el Gobierno de Reagan consiguió que una parte de la oposición las boicotease, aunque no pudo impedir que un sector significativo participase en ellas. En definitiva, la Administración Reagan lo jugó todo a una sola carta, la carta militar. Su presión fue tan fuerte que algunos sectores de la jerarquía eclesiástica y de la Prensa entraron en el juego de la confrontación militar, que sólo podía significar el apoyo a la contra, elemento central. de la estrategja norteamericana.

Pues bien, el Gobierno sandinista ha aguantado la presión militar, y la contra no ha podido obtener ningún éxito significativo ni consolidarse como una auténtica fuerza en el interior del país. En una palabra, la Administración Reagan lo ha jugado todo a esta sola carta y ha perdido. Se ha quedado sin alternativa política. porque ha desautorizado y desprestigiado a

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Una reflexión sobre la paz en Centroamérica

Viene de la página anteriorla oposición política interna. Y ahora intenta recuperar a la contra como fuerza política, forzando una negociación política de ésta con el Gobierno sandinista. Pero el hecho es que una fuerza derrotada, carente de prestigio, montada y sostenida por el propio Gobierno norteamericano y sin arraigo en el país, no puede imponer sus condiciones políticas, y sólo puede negociar su propia rendición.

La segunda razón del éxito de la conferencia de Esquipulas es evidentemente la crisis provocada por el escándalo del Irangate, o del Contragate, como se dice en América Latina. Es un episodio tremendo, que va ligado a todo lo anterior y que es como la confirmación a bombo y platillo del fracaso de la estrategia militar seguida por el presidente Reagan y su equipo de colaboradores inmediatos. Este fracaso y la incapacidad de ofrecer una alternativa política a corto plazo han impedido que la Administración Reagan siguiese bloqueando los intentos de buscar salidas negociadas por parte de los propios centroamericanos y ha hecho saltar el obstáculo principal con que chocaban estas iniciativas.

Con el acuerdo de Esquipulas se abren, pues, nuevas perspectivas de negociación política. Para ser realista, creo que no se puede decir mucho más. Que las posibilidades abiertas culminen con resultados positivos es cosa que depende de muchos factores y de que se superen bien las ambigüedades del propio acuerdo de Esquipulas.

Yo no sé si desde aquí hemos percibido bien estas ambigüedades, pero las hay, y muy importantes. Quizá la más significativa es la de El Salvador. Elacuerdo de Esquipulas no coincide punto por punto con el llamado Plan Arias, pero se inspira mucho en él. Y tanto el Plan Arias como el acuerdo de Esquipulas mantienen una ambigüedad de fondo en el problema de los movimientos armados, equiparando de hecho su carácter y la solución a dar a cada uno de ellos, como si se tratase de lo mismo. Baste conocer mínimamente la realidad de la zona para saber que el FDR-FMLN salvadoreño es algo diametralmente distinto de la contra nicaragüense, y no sólo por su orientación política. El FDR-FMLN es una fuerza surgida de la propia realidad salvadoreña, no una invención del exterior, está ampliamente implantado en el país y no ha sido militarmente derrotado. Al contrario de lo que ocurre en Nicaragua con la contra, en El Salvador existe un verdadero empate militar y político entre el FDR-FMLN y el Gobierno de Duarte y su Ejército. Por consiguiente, la solución política no puede ser la misma. Si en un caso la negociación carece de sentido, en el otro es indispensable. Y salvando las distancias, algo parecido cabe decir de la UNRG en Guatemala, que tampoco tiene ningún parecido con la situación de la contra en Nicaragua. Por eso, dentro del marco general del acuerdo de Esquipulas, habrá que encontrar vías de solución caso por caso y país por país, y de nada servirá intentar una especie de intercambio del tipo de "El FMLN salvadoreño por la contra nicaragüense".

Finalmente, creo que las perspectivas de paz en Centroamérica sólo serán posibles si existe un movimiento internacional de ayuda económica a aquellos países que les permita salir del tremendo túnel en el que les ha metido la militarización a ultranza. En un reciente debate sobre este problema, celebrado en Lirna y en el que tuve ocasión de participar, se habló incluso de la necesidad de dar a Nicaragua una ayuda económica especial para reciclar a la contra, y también se habló, por analogía, de la necesidad de una especie de Plan Marshall para Centroamérica.

Hace unos días, en estas mismas páginas, el jesuita español Xavier Gorostiaga, director del CRIES y uno de los hombres mejor informados de la situación de Centroamérica, se refería a las iniciativas ya surgidas al respecto en el seno del Partido Demócrata norteamericano y en otros países. Creo que ésta es una cuestión fundamental, que precisamente por ello la Comunidad Económica Europea debería salir de su actual pasividad y que los países europeos, y muy particularmente el nuestro, deberían tomarse muy en serio este aspecto del problema. En definitiva, se necesitan muchos recursos y muchas iniciativas, cuanto más diversificadas mejor, para sacar a los países centroamericanos del pozo en el que han sido precipitados por tantos años de militarización y de destrucción y asegurarles una paz estable.

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