Paseo por las exposiciones de arte español en París
El mal tiempo reinante en la capital francesa no evitó que gran número de parisienses hicieran cola desde las nueve de la mañana de ayer ante las puertas del Petit Palais para visitar una de las exposiciones de la muestra Cinco siglos de arte español, la titulada De El Greco a Picasso, que reúne obras de El Greco, Velázquez y Goya. El jueves pasado, con la presencia de la Reina de España y del primer ministro francés, se celebró la inauguración del que ha sido calificado como "desembarco cultural de España en la capital francesa". Lo que sigue es un paseo por dos de las exposiciones y un reflejo de los comentarios suscitados por la contemplación de algunas de las obras expuestas.
ENVIADO ESPECIALLa misma borrasca que el jueves pasado, en el momento de la inauguración oficial, atentó contra el peinado de la reina doña Sofía, maltrató a los parisienses que desde las nueve de la mañana ya hacían cola a pie firme, emparaguados, esperando penetrar en el Petit Palais a la búsqueda de Cinco siglos de pintura española, con Velázquez, Goya, Picasso, El Greco y más, como cabecera de cartel.
El taxista se asustó: "¿Qué pasa?, eso debe de ser muy importante, una exposición, claro; sí, sí, mire ese cartel enorme: Sol y sombra"; el taxista no entendía nada. Sol y sombra es el título de la exposición portuguesa que abrirá sus puertas dentro de poco. Ya son las diez, los últimos ajustes de las medidas de seguridad retrasan la apertura de "la más grande exposición de arte español jamás realizada en el mundo", como alerta en primera página el diario democrático / libertario /pragmático Libération, que añade con esa pizca de chovinismo propia de quien lo es: esa exposición "está en París". El retraso impacienta al gentío; se cuentan unas 240 personas en fila india medio empapadas, que dan pequeños saltos para ahuyentar el frío.
Por fin, El Greco a la vista. Es decir, antes hay que pagar, y antes aún hay que pasar bajo la puerta de seguridad; más de 100 personas vigilan con el celo de los días de fiesta. Quien lo explica es toda una mujer redonda, orgullosa de su título de conservadora jefe del Petit Palais, madame Burollet: "Esto de la puerta de seguridad es por miedo a ETA Militar; en las demás exposiciones no es necesario, pero ya ve usted que la gente se presta y colabora; una bomba, ¿sabe usted?, con esa ETA, siempre es posible".
Tras el pago de los 30 francos (600 pesetas) se pueden gastar hasta 800 más (16.000 pesetas), precio de venta de los cuatro catálogos de este muestrario de los cinco siglos de la plástica hispánica. Y sin más, de bruces ante El Greco y su Sagrada Familia con Santa Ana y San Juan Bautista niño que reciben al vecindario parisiense madrugador; la gente se hacina; un señor comenta: "Fíjate en las caras y las luces"; otro medita con brazos cruzados, su esposa parece emocionada y mira fija, silenciosamente; el Esopo, de Velázquez, se lo rifa un remolino de gente; y su Felipe IV cazador excita a un señor que exclama en honor de la señora que le acompaña: "C'est beau" ("es bello").
Asombro
Aún se avanza con normalidad por las salas del Petit Palais, pero cada vez menos; se escucha hablar alemán a veces, inglés también, y español; pero los franceses barren: gente mayor, madura, jóvenes, muchos jóvenes, sexo doble; una agente especializada de la vigilancia, encantada, diríase que con amor, se explica: "Desde hace ocho años que estoy aquí nunca había visto tanta gente el primer día, y eso que llueve y no se ha hecho mucha publicidad; lo que veo es asombro en la faz de los visitantes, y se habla y discute; pero ahora perdóneme porque tengo que vigilar, nos han dado órdenes muy severas". Una señorita, ante Alonso Cano, mantiene un mutismo como religioso; al sacarla de su ensimismamiento dice: "La pintura española es conocida por Picasso, Goya, Dalí...".
Esto ya es gentío en la sala donde domina Goya con La familia del infante don Luis; unos se sientan y contemplan; un señor saca la lengua y ahí se queda; otro lee la guía de la exposición alternando con análisis de la tela; otro cuchichea con su mujer; otro más habla él solo, pero no es posible captar sus meditaciones masticadas; son las 11.30, no se suda aún.
Ante La última comunión de san José de Calasanz (Goya) el inmovilismo es ley; siete personas miran con la boca abierta; alguien, brazos cruzados, saca la lengua todo lo que puede como si fuera a tomar también la comunión; una señora se acerca, se aleja, se acerca de nuevo, se planta durante tres minutos y habla con ella misma: "oh, là, là". Un hombre maduro, muy puesto, en un repente, se quita su sombrero ante el cuadro; nadie le toma en cuenta; una mujer de unos 30 años comenta: "De repente , lo que veo en este cuadro es la muerte; pero me interrogo sobre la pintura", y se sienta, brazos cruzados, para mirar más fijamente.
Sophie Cremel tiene ocho años, visita la exposición con su madre y habla: "Lo que más me gusta es El brujo, de Goya"; y a instancias de su madre añade: "El siglo XVII es una pintura más oscura y el XVIII más clara"; y a su madre: "Ahora ya estoy cansada, mamá". Sorolla imanta al personal, que va y viene, vuelve, no se queda quieto; una estudiante de Ciencias Políticas visita la exposición porque le gusta Picasso y también el realismo de El Greco, y los dos monjes de Alonso Cano; un chino se molesta porque el periodista le interrumpe; una señorita pasea indolente, como si buscara otra cosa. Ante El bautismo de Cristo (El Greco); ¿no le parece siniestro este señor?; "más bien atormentado", responde la señorita interrogada.
Son las doce. En menos de dos horas ya han entrado alrededor de 1.400 personas; una tal Carolina, de marcha ya, sentencia: "Me ha gustado, pero está mal iluminada la exposición".
Falta lo mejor
Museo de Arte Moderno de la villa de París, también en el paraje ciudadano parisiense definido por la avenida de los Campos Elíseos: ¿menos visitantes en este primer día que en el Petit Palais?; quizá sí. Una española que ya abre el paraguas cara a la avenida del Presidente Wilson protesta: "No me ha gustado demasiado la exposición porque no ha traído lo mejor"; un matrimonio que debió escaparse de alguna página de Proust, ante Madre con su niño muerto (Picasso), comenta por boca del marido / portavoz: "Très, très ètonant" ("muy, muy asombroso"), y dibuja un gesto hecho de melancolía y arabescos. Aquí ha venido a parar el siglo XX, con sus monstruos sagrados y lo más joven; la sala de los más novatos parece interesar menos a este público mojado de la primera jornada; salvo a una criatura con gafas que toma notas y se dice responsable de la galería Bastille: "Picasso y los otros ya están vistos; me gusta cómo trabaja la materia José María Sicilia; y me gusta también Darío Villalba". El hombre proustiano al salir del museo resume: "Très ètonant, monsieur"..
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