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Después del acuerdo

Pere Vilanova

El acuerdo alcanzado para la retirada de determinadas categorías de misiles con cabeza nuclear basados en tierra es ciertamente histórico, pero no exactamente por las razones que se han aducido. En efecto, como se ha dicho repetidamente, esa reducción afecta a menos de un 5% de los actuales arsenales nucleares y, aunque esa proporción es sustancialmente mayor si la aplicamos al territorio europeo, sigue siendo nimia en relación a los almacenamientos nucleares de Estados Unidos -entre 26.000 y 30.000 armas- y, la URSS -entre 18.000 y 20.000-, de acuerdo con diversas fuentes, todas ellas occidentales. Nadie pone en duda que la importancia del acuerdo alcanzado es de tipo político, porque señala el restablecimiento de unos ciertos parámetros necesarios para mantener la carrera nuclear militar en los límites de lo que la literatura especializada denomina arms control (en inglés), y eso es fundamental si tenemos en cuenta el desarreglo en que han vivido las relaciones EE UU-URSS desde 1979, con el acuerdo SALT II como frágil y único elemento de relativo control a nivel de armas nucleares estratégicas. Por tanto, no hace falta demostrar la estrecha relación entre la crisis internacional, el deterioro de las relaciones Este-Oeste y otros episodios, como, por ejemplo, la llamada crisis de los euromisiles de los años 1979-1984.Pero si el acuerdo es fundamental, pero no por las razones aducidas, ¿cuáles son los problemas que han quedado en segundo plano? Se podrá aducir que son muchos y que el acuerdo no podía resolverlos todos, pero aquí se plantea el tema de los problemas directamente vinculados al acuerdo y que han sido escamoteados, de modo que en la opinión pública se está generando una especie de sobreexpectación.

El primer problema es el de considerar lo que se quita, pero sin perder de vista lo que se pone o lo que se queda. El movimiento de las armas nucleares es rápido; la vida de esos ingenios es corta -entre 10 y 20 años de promedio-, de modo que no es ésta la primera tanda de misiles que va a ser retirada. Lo fundamental es la decisión política simultánea de quitarlos y de hacerlo en un plazo inferior a cinco años. Nos quitan 441 del tipo SS-20, 332 del tipo Pershing II y GLCM (de crucero) y más de 250 misiles de tipo menor. ¿Qué queda? Ante todo, queda en pie la triada estratégica de unos y otros, con una dinámica de renovación que por parte de Estados Unidos ha producido el MX, el avión B-1 y la nueva generación de submarinos dotados de misiles MIRV con 10 cabezas cada uno, y sus contrapartidas soviéticas, entre las que destacan los SS-24 y SS-25, aunque estén en su fase inicial (de prueba o primer despliegue). Queda por debajo de los 500 kilómetros de alcance el arsenal llamado nuclear táctico, que entre misiles de corto alcance, artillería y minas de demolición nucleares y otros ingenios suman entre 4.000 y 5.000 cabezas por cada lado. En el ámbito intermedio, que algunos llaman de teatro (es decir, en el tipo de armas que incluye los misiles que van a ser retirados), queda un amplio abanico de armas nucleares en aviones (los F- 111, A-6, A-7, F16, para Estados Unidos; los Flogger, Fitter, Fencer, para la URSS); las cabezas nucleares emplazadas en submarinos, que pueden ser de tipo estratégico, pero que en la actualidad están (en ambos lados) destinadas a su uso intermedio de acuerdo con las doctrinas de uso respectivas.

Nuevas armas

Y, sobre todo, queda en pie la alarmante perspectiva de renovación del arsenal nuclear por debajo del nivel estratégico sobre la base de desarrollar los misiles de crucero de la nueva generación, tanto los SLCM (lanzados desde el mar) como los ALCM, emplazados en aviones, de los cuales hay una versión emplazada en los B-52 desde 1983, sin olvidar la contrapartida soviética del tipo SSNX-21. Es evidente que el emplazamiento en el mar y en el aire tiene todas las ventajas (mayor seguridad y movilidad, menor vulnerabilidad) y pocos inconvenientes (la gente se manifiesta más contra los misiles instalados en casa que en el mar, no se sabe dónde).

Un segundo problema es el de la cuestión alemana. La comedia a que hemos asistido en relación al tema de los Pershing I ha sido reveladora. Se ha argumentado que el cohete es alemán, y aunque la cabeza nuclear es de Estados Unidos, éstos no podían negociar en nombre de aquélla. Menos mal que la URSS ha aceptado aparcar el tema en el acuerdo del otro día, después de que el canciller Kohl se comprometiese a no hacer de los Pershing 1 un problema a medio plazo. Debe recordarse aquí que las cabezas nucleares de la OTAN (los arsenales francés y británico quedan fuera de las estructuras decisorias OTAN) son todas de Estados Unidos y que la decisión de uso es exclusivamente americana, de modo que cualquier negociación sobre este tipo de armas la hará cuando y como quiera EE UU, no el país atlántico propietario del lanzador. La cuestión alemana es otra cosa: los alemanes de los dos bandos están de acuerdo en que todos son alemanes y, por tanto, coinciden en alarmarse ante la perspectiva de que el arsenal que queda, entre otras cosas, es el que debe explotar únicamente sobre alemanes. Y la RFA, adicionalmente, teme la desvinculación americana, que es el fantasma que por lo visto hoy recorre Europa.

Quedan más temas. Mencionemos tan sólo los arsenales francés y británico, que no entran en el acuerdo, pero que apuntan desde países de la Alianza Atlántica a la URSS y sólo a la URSS. ¿Qué se supone que debe hacer Gorbachov? Puede entablar negociaciones por separado con cada uno de estos países y, entre tanto, guardar tantas cabezas nucleares de teatro como las que tienen Francia y el Reino Unido. Podría haber bloqueado el acuerdo de hace unos días porque con esos arsenales no hay ni cero ni doble cero. Pero no lo hay de todas formas, y Gorbachov ha demostrado una vez más una notable flexibilidad política al aparcar este tema o una gran necesidad de alcanzar el acuerdo al precio que fuese. O las dos cosas a la vez.

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Pere Vilanova es profesor de Ciencia Política y miembro del Transnational Institute de Amsterdam.

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