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Tribuna:DESAPARECE EL DIRECTOR DE 'CABARET'
Tribuna
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El corazón de Fosse latía y temía

En las nubes de Brigadoon, el corazón de Bob Fosse latía y temía. Nunca una película habrá sido más premonitoria, que All that jazz. Joe Gideon, o Roy Scheider, era Bob Fosse. Cabeza y piernas en estado de ebullición, arte alado y corazón frágil, quizá de tanto latido etéreo.Una obsesión, sencillamente. Una corazonada. Él lo presumía. Nosotros lo intuíamos. Ahora ya lo sabemos, ya lo sabe él, danzando ahí arriba con las almas de Berkeley y Minnelli.

El séptimo de caballería del musical es capaz de sacar a sus hombres del cuerpo de guardia si, a la hora de la reflexión necrófila, la memoria nos recuerda que Bob Fosse era, sin duda alguna, un aplicado realizador. ¡Qué falta de respeto por los muertos, por Dios! No, al contrario: acaba de morir un gran coreógrafo, un eminente coreógrafo, no un director.

Pues su genio, su arrebatada pasión, le llevaron a tomar las riendas y realizar musicales, pero su eterna maestría, más que en filmes como Cabaret, All that jazz o Star 80, está, como actor y coreógrafo, coreógrafo aéreo, en otros como The pajama game, en Damn yanquees y en El pequeño príncipe, las tres del maestro Stanley Donen.

Maravilla olvidada

Y está, sobre todo, en una maravilla olvidada de Richard Quine, pura comedia musical, que se llamaba Mi hermana Elena, la auténtica irrupción de sus gimnásticas formas en la ya algo declinante pericia musical de la segunda mitad de los cincuenta, tan sólo comparable a la de otro coreógrafo saltimbanqui, Michael Kidd, el de Siete novias para siete hermanos y Hello Dolly. Aunque para apreciar sus dotes de excelente bailarín, nada mejor que su filiforme y jovial presencia en la evanescente, encantadora fantasía Kiss me Kate, de George Sidney.

Como director, se lanzó a la palestra, y muy bien, con Sweet Charity (o Noches de la ciudad), en el año 1969, adaptación de la obra teatral escrita por Cy Coleman, Dorothu Fields y el conspícuo Neil Simon a partir de la fomasa Las noches de Cabiria de Federico Fellini, poema existencial cantable y bailable potenciado al límite por Shirley McLaine, inolvidable Charity Hope Valentine.

Y llegó, al estrellato, a la inmortalidad, con la multioscarizada Cabaret, musical intimista con fondo histórico, histérico, y piedra de toque, no podía ser menos, para el lanzamiento masivo de Liza, la hija de Vincente y Judy, es decir la hija del musical mismo.

Su punto álgido, sin embargo, llegaría exorcizando la vis trágica del cáustico cómico Lenny Bruce en Lenny, película excelentemente sofisticada, en blanco y negro y algo deprimente, una nueva ocasión de lucimiento de Dustin Hoffman, al tiempo que la revelación de la inquietante Valerie Perrine.

All that jazz fue, como ya se ha dicho, la premonición de su muerte y una revisión, harto pedante, de sus excelencias. Y Star 80, la narración de la ascensión y muerte de Dorothy Stratten, conejito célebre de Playboy y actriz efímera.

Pero su gloria sigue ahí, en los espacios volátiles de Brigadoon (y quien haya visto su excelente Dancin', en Broadway, habrá aprehendido la dimensión exacta de Fosse), en la emulsión de un arte del pretérito, fredasteiriano, en última instancia fenecido mucho antes de su debú en la dirección. Un ángel fuera de su tiempo.

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