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Memorial de Chatila y Sabra

El jueves 15 de septiembre de 1982, a las seis de su atardecer, los tanques israelíes cercaban los campamentos palestinos de Chatila y Sabra; al amanecer M día siguiente caían las primeras granadas en el interior de los campos, habitados por civiles, ancianos, mujeres y niños en su mayoría. Horas más tarde, con la luz verde de los asediadores israelíes, milicianos falangistas libaneses daban comienzo a una orgía de sangre, tiro limpio y cuellos degollados, que no se interrumpiría prácticamente hasta el sábado siguiente. Los palestinos que podían escapar eran perseguidos y asesinados incluso dentro de los hospitales donde eran atendidos por cuerpos sanitarios de la Cruz Roja Internacional. En 72 horas habían sido asesinadas más de 7.000 personas.Cuando los reporteros fotográficos, y los camarógrafos de televisión, pudiendo sobreponerse al hedor de los cadáveres en putrefacción, ofrecieron al mundo las imágenes del holocausto, no hubo opinión que no viviera el escalofrío del horror. Incluso, por vez primera, en Israel tuvieron lugar manifestaciones multitudinarias condenando la matanza. Ciertamente, las matanzas de Chatila y Sabra habían pasado sobradamente al museo universal de la infamia.

Cinco años son poco tiempo para el olvido, pero la memoria humana es frágil para recordar aquello que denuncia la crueldad y la vileza de un género animal que se pretende racional. Hoy, el aniversario es inevitable, y no precisamente por culto necrofílico, sino porque nuevamente los campamentos de Chatila y Sabra están seriamente amenazados por las milicias de Amal. Una nueva tragedia, todavía evitable, se cierne una vez más sobre el pueblo palestino, que está forjando su destino, día a día, en lucha permanente contra la adversidad y la insolidaridad.

Por otra parte, justo es admitir que, probablemente desde aquel septiembre de 1982, el de Chatila y Sabra, la conspiración contra la causa palestina se haya incrementado dramáticamente. Unos cuantos datos ilustran lo correcto de la apreciación. Trágica fue la salida de Beirut de los efectivos intelectuales y militares de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), aunque muchos de sus combatientes retornaron prontamente a las tierras libanesas. Vergonzante, desde otra perspectiva, la ceguera y la traición de algunos gobernantes árabes empeñados en la tarea de manipular la cuestión palestina. Recalcitrante la cerrazón israelí para dar cumplimiento a las resoluciones de las Naciones Unidas sobre la cuestión palestina (desde la devolución de los territorios ocupados hasta las continuas violaciones de los derechos humanos sobre la población palestina, pasando por la situación de la ciudad de Jerusalén) y negándose a participar en una conferencia de paz en la que estén los representantes legítimos del pueblo palestino; conferencia cuya convocatoria es apoyada tanto por las Naciones Unidas como por la Comunidad Europea, por citar dos instituciones sobre cuyo pacifismo y desinterés es difícil discutir. Por si fueran pocos los anteriores obstáculos que han empedrado uno de los más duros trayectos recorridos por los palestinos, su propio movimiento de liberación tampoco se ha librado de escisiones y cismas internos, provocados desde el interior por más de un dirigente árabe autoproclamado hermano o líder de la nación árabe. Por añadidura, hasta la guerra irano-iraquí, por razones obvias, ha venido a sumar nuevas dificultades al proceso de paz en Oriente Próximo y, por ende, ha dañado a la causa palestina.

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Sin embargo, hoy, en esta conmemoración, tampoco es todo lamento plañidero, ni mucho menos claudicación ante las adversidades. En la última semana del pasado mes de abril tuvo lugar en Argel la 18º sesión del Consejo Nacional palestino. Esta reunión ha revestido gran importancia por tres acuerdos fundamentales. El primero, la reunificación de la resistencia palestina en el seno de la OLP, con la superación de anteriores diferencias que habían sembrado el desconcierto en más de un veterano militante. El segundo ha consistido en la derogación del nefasto acuerdo de Amman, concluido con el Gobierno de Jordania en febrero de 1985 y que, por las renuncias de su contenido, marcaba uno de los puntos más bajos en la trayectoria ideológica y política de la OLP. El tercer y último acuerdo ha consistido en el rechazo de Camp David; es decir, la negativa de los palestinos a admitir para ellos mismos un modelo que, si fue útil para la paz por separado entre Egipto e Israel, es absolutamente insuficiente y claudicante para la resolución de la causa palestina.

Tozudamente, la OLP, consciente: no sólo de sus limitaciones, sino también de las exigencias emanadas tanto de los palestinos que padecen persecución en los territorios ocupados como por los palestinos que sufren de la diáspora, pone una vez más sobre el tapete de la diplomacia internacional aquellas aspiraciones que dotan de contenido a la conciencia nacional de su pueblo: la celebración de una conferencia internacional, con todas las partes interesadas en absoluto pie de igualdad, para llegar al establecimiento de una paz justa y duradera en Oriente Próximo; paz que pasa por un meridiano innegociable: la constitución de un Estado palestino independiente y soberano, democrático y laico.

Por lo demás, otros muchos aniversarios podían haber sido traídos a colación, en este año 1987, junto al de Chatila y Sabra. La Declaración Balfotir, origen, de tanta iniquidad, data de 1917. Treinta años más tarde, en 1947, las Naciones Unidas tomaron la decisión de dividir en dos el mandato británico sobre Palestina. Seis lustros después, en junio de 1967, Israel, tras una agresión militar, ocupó militarmente las tierras palestinas de Cisjordania y Gaza. Parece, sin embargo, que los nombres de Chatila y Sabra compendian cumplidamente todas las otras conmemoraciones. Y que no se piense que el destino del pueblo palestino está presidido por el cabalismo turbio del número siete. No se trata de ningún futuro regido por la nigromancia: no hay pueblos maldecidos por la historia, ni tampoco pueblos elegidos por Dios. Lo real son las confabulaciones, y no las fábulas.

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