Nacionalismos, marxismos y retorica
Vargas Llosa se ha atrevido a tocar uno de los mitos más consagrados por la retórica populista de izquierdas: el de la imprescindible necesidad de nacionalizar la banca a fin de poner en marcha un proceso de auténtico desarrollo. Este mito reposa en una tradición que a fines del siglo XIX y durante buena parte del nuestro dividió a proteccionistas y librecambistas en la mayoría de los países latinoamericanos. Los Estados surgidos de las guerras de la independencia expresaban el desmembramiento de las antiguas colonias españolas y portuguesas, convertidos en naciones sometidas a las burguesías comerciales y a las oligarquías terratenientes que crearon y utilizaron los ejércitos para garantizar su hegemonía hasta ciertos límites. Esos límites de poder determinaron las fronteras, y con éstas, la balcanización de América Latina. En lugar de una nación poderosa y autosuficiente, nacieron Estados débiles y, en consecuencia, presas fáciles de la voracidad imperialista. La insuficiencia de mercados, más que de recursos, determinó la deformación estructural de las economías y favoreció las condiciones de la dependencia: el carácter semicolonial de los nuevos Estados. Una vez convertidas en estamento profesional, las fuerzas armadas intervinieron activamente en la vida política, toda vez que la crisis permanente impidió los llamados procesos de modernización y crecimiento económico.En la cuestión que aquí nos ocupa no fueron los marxistas los que impulsaron las políticas de nacionalizaciones que se conocen, sino los regímenes populistas, como el varguismo brasileño y el peronismo argentino. En ambos Estados, la nacionalización no condujo a un desarrollo independiente, a una mayor capacidad competitiva ni a una presencia efectiva en el mercado mundial. El crecimiento económico y la relativa modernización de las naciones latinoamericanas más prósperas se verificó únicamente en los períodos de entreguerras, como consecuencia de la sustitución de importaciones. Dichos progresos fueron afectados y destruidos hasta el desmantelamiento industrial luego de la recuperación económica de las naciones industriales y a través del deterioro creciente de los términos del intercambio: exportación de materias primas baratas, importación de productos industriales (maquinaria, herramientas, tecnologías por lo general obsoletas en las naciones de origen) a precios elevados. Latinoamérica se ha desenvuelto en un círculo vicioso que configura su insuperable crisis.
Pero si el drama económico es clara expresión del malestar profundo que infecta la vida latinoamericana, no lo es menos la específica vida política, con sus improvisaciones e inconsecuencias. Como los hechos han demostrado, Latinoamérica no es un continente aislado, y menos en una época en que la planetarización afecta gravemente a la totalidad del mundo. Cualquier vía de solución debe tener en cuenta múltiples factores que no sólo atañen al grave problema del hambre, como pretende Javier Sádaba (EL PAÍS, 28 de agosto de 1987) en un discurso más moralizante que real, en el que el hambre se transforma en categoría única y en el eje de su descalificación de Vargas Llosa. Pero Vargas Llosa sabe de qué habla cuando enfrenta al actual jefe de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en su, por otro lado, más que tímido intento nacionalizador. Sabe que Perú resultaría aislado, que, lejos de crecer y ampliar sus posibilidades de desarrollo, se vería sometido a un cerco internacional y que, internamente, serían favorecidas las posibilidades de un autoritarismo sin siquiera la contrapartida de resolver el problema del hambre, tan caro a Sádaba.
España como inspiración
En otra perspectiva, la propuesta de ver en España una fuente de inspiración para estimular una política pluralista, democrática y de crecimiento económico no me parece desatinada. Es la idea de un reformismo posible, y en este punto creo que ha llegado la hora de decir claramente que el posibilismo es hoy la única vía realista hacia una política que lleve a Latinoamérica a encarar de frente sus problemas. Y en esta política creo que es imprescindible comprometer a España, cuya fuerza ética, histórica y cultural es poderosa, sobre todo desde el Estado democrático y constitucional. Latinoamérica no sufre a causa del capitalismo, sino de su insuficiente desarrollo. Vargas Llosa ha llamado la atención sobre esta peculiaridad no sólo en su reciente campaña contra las nacionalizaciones, sino hace dos años, en su polémica con Günter Grass. Para el escritor alemán, como para muchos europeos, los países latinoamericanos tendrían que consumirse en el fuego de las guerras civiles de liberación, pues no cree que sean aptos para la democracia. Así, Grass coincide con el francés Regís Debray, que en su momento propuso la teoría del foco guerrillero, que tanto daño causó en los últimos años y que se cobró tantas vidas, no sólo por parte de la infatuada acción de las guerrillas, sino de sus enconados adversarios: los militares, que no dudaron en hacer víctimas a todos los luchadores sociales, gremiales y estudiantiles que rechazaron las dictaduras. Vargas Llosa tuvo el coraje de defender el derecho de los latinoamericanos a la democracia y asimismo al desarrollo económico, a la modernización, a la vida cultural en libertad. Y esto es lo que debiera tener en cuenta Pablo de la Higuera (EL PAÍS, 26 de agosto de 1987) cuando apela a enterrados recuerdos de principios de los años sesenta.A principios de los sesenta hubo en Latinoamérica una eclosión de ideologías bajo el impulso de la revolución cubana, que triunfó como una guerra por la libertad y la democracia, y no como revolución socialista. A esta revolución la radicalizó la miopía norteamericana. Como sea, aquella eclosión de ideologías fructificó en numerosos grupos y tendencias marxistas, expresión de unas juventudes ansiosas de protagonismo histórico que quedaron cegadas por la fuerza de los conceptos y la facilidad que parecía emanar de la toma del poder por los barbudos cubanos. Los acontecimientos trajeron el posterior desencanto. Una cosa era la dictadura de Batista y el monocultivo, y otra muy distinta los ejércitos entrenados en Wisconsin y Panamá o la intervención directa de los boinas verdes en Estados más complejos. Además, el terrorismo y la guerrilla -rural o urbana- engendraron su propia mística, su delirio justiciero, y cometieron tropelías y asesinatos injustificables, incluso en sus propias filas. Que a Sádaba y a De la Higuera estos aspectos no les parezcan relevantes sólo se explica por la manía intelectual de pensar en abstracto, aunque se habla del hambre.
En cuanto al marxismo oficial -el de los partidos comunistas-, parece innecesario dejar apuntado que, como en otras partes, sólo fueron meros portavoces de las consignas soviéticas. Un día aprueban las nacionalizaciones, si afectan al enemigo principal de la URSS, y al otro las condenan si han de favorecer una alianza, como en los tiempos en que estigmatizaron a Lázaro Cárdenas por nacionalizar el petróleo mexicano. En suma, el o los caminos latinoamericanos han de verse desde otra perspectiva: quizá la de la dialéctica del subdesarrollo, o la de una política de todas las naciones latinoamericanas en torno a un proyecto común. Las naciones más avanzadas de Europa y Estados Unidos deberían apoyar ese proyecto de civilización mediante la aportación de recursos e inversiones a escala gigantesca, un modo de impedir el surgimiento de tentaciones totalitarias de cualquier signo y de integrar toda Latinoamérica al principio occidental democrático (y socrático) de libertad y pluralismo.
También los intelectuales pueden ayudar a los latinoamericanos. En vez de hundirse en el pesimismo de una vía cerrada a las ilusiones revolucionarias y en la falsa conciencia de un consumismo insatisfecho y culposo, los intelectuales europeos -los españoles, al menos- podrían leer a Vargas Llosa sin las anteojeras de teorías y doctrinas hoy inútiles por ineficaces y superadas.
Horacio González Trejo es escritor y traductor argentino, residente en España desde 1972. Publicó, entre otros libros, Formas de alienación en Argentina y Argentina: tiempo de violencia (ensayos), y Cuestión de límites (novela).
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