Los ricos no tienen remedio

Juan fuerza la vivienda de Javier; sujeto por los hombres de seguridad, entra en el salón donde Javier, su mujer y su hija reciben a sus íntimos Ernesto y Matilde en una escena de alta comedia, donde los riquísimos, con esmoquin y licores viejos, ofrecen el cinismo de su vida. Juan tiene una verdad para todos: Javier fue el amante de su mujer -fallecida-, y él se ha vengado siendo el amante de la mujer de éste y de su hija, y también, por casualidad, de la esposa de Ernesto -que resulta bisexual-, que también es adúltera con Javier. Cuando este aguafiestas cree que va a suscitar una toma de conciencia, encuentra que esa sociedad es impermeable, que el juego de sociedad abarca todo ello, que ninguno tiene necesidad de perdonar a nadie porque todo está comprendido. Incluso el entregar a la muerte al aguafiestas.Suena a Priestley. Pero Priestley tenía muchas más cosas que decir de la sociedad de su tiempo -años treinta-, muchas más cosas que contar de cada uno de sus personajes, muchas más sorpresas teatrales que dar, y creaba un ámbito denso y emotivo. Suena a Benavente. Pero las frases de autor de Benavente tenían más calado, más carga, y la acusación a su entorno social partía desde un mejor conocimiento de ella y desde otro conocimiento del teatro. Hay muchas cosas que recuerda la obra de María Manuela Reina, pero sin llegar a ellas. Para cumplir sus dos horas de espectáculo tiene necesidad de reiterar, de volver a contar las mismas acciones varias veces (al comenzar el segundo acto se relata largamente el primero), sin que las formas de lenguaje interesen por sí mismas. La idea moral de que los ricos son malos, muy malos, es algo estimulante; pero no pasa de ahí. Por otra parte, el pobre no es tampoco un hombre virtuoso, aunque no se acuda a esa demostración, que sería contraria al intento demagógico de la autora.

Malos papeles

No van los actores a mejorar el texto. Cuando lo que se dice es inane, el actor no se anima. Carlos Larrañaga tiene que acudir a tics para personalizar su papel de ingenuo que fracasa en su última misión, y Ramiro Oliveros se estira y se hace terso para mostrar su donjuanismo; Tere del Río y Licia Calderón visten bien sus figurines -lo cual es fundamental en la alta comedia-, pero no tienen más recurso que acudir al falsete de risas y tonillos para defender sus malos papeles. Pastor Serrador tiene que hacer de fascistoide: lo que sale es pintoresco. Y Flavia P. de Castro tiene que vivir entre la ingenuidad, el amor, la desesperación y la entrada en la sociedad cínica, y no lo consigue. No son culpables, sino víctimas de su texto.El decorado de Mampaso reproduce el salón de la casa rica con verismo artístico. Y la dirección de Mara Recatero se limita a hacer lo posible por dar movimiento a la sucesión de discursos; consigue bastante soltura.