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Entrevista:

"Si pudiera vivir de nuevo"

John Huston evoca sus rodajes más difíciles, recuerda peleas y bromas y habla de sus hijos en una de sus últimas entrevistas

En unas memorias escritas hace unos años, John Huston, uno de los últimos grandes directores de cine de Hollywood, fallecido a los 81 años, decía que en una nueva vida no se casaría por quinta vez, y pasaría más tiempo con sus hijos. Pero éstos, como se desprende de esta entrevista, no le guardaron ningún tipo de rencor, y estaban muy orgullosos de su padre. No fueron fáciles los últimos tiempos de Huston, a causa de un enfisema pulmonar que le torturó durante 40 años. Aunque casi inmovilizado al final, Huston terminó su película Los muertos, y tenía previsto actuar en otra este año. Huston fue enterrado el martes en una ceremonia familiar en Hollywood.

Hace algunos años, en su autobiografía (Libro abierto), John Huston hizo una breve lista de las cosas que haría de forma distinta si pudiera vivir de nuevo su vida:"Pasaría más tiempo con mis hijos".

"Haría dinero antes de gastarlo".

"Aprendería los placeres del vino en vez de los de los licores fuertes".

"No fumaría cigarrillos cuando tuviera una neumonía".

"No me casaría por quinta vez".

Hace unas cuantas semanas, buscando atar algunos cabos perdidos en ese libro que más que nada es un manifiesto, telefoneé a John a la casa de su amigo el actor Burgess Meredith, en Malibú.

Si antes Huston tenía casas no sólo en Hollywood sino al parecer en todas las partes del mundo, incluyendo un castillo en Irlanda con caballos de carreras y una magnífica colección de obras de arte, ahora se había visto reducido a un solo domicilio: un pequeño refugio en las afueras de Puerto Vallarta, México.

Y este refugio no tenía teléfono y era de tan difícil acceso que cuesta trabajo creer que incluso él pudiera llegar allí (no hay ningún camino que lleve al refugio y sólo se puede acceder al mismo por barca, a menudo sobre aguas extremadamente agitadas).

En los últimos tiempos, Huston no podía realmente llegar allí. Cuando hice el viaje, supe que los médicos le habían prohibido volver a su refugio. Porque lo cierto era que Huston, que ese mes cumplía 81 años, no era un hombre que gozara de buena salud.

Con un enfisema pulmonar que le ha acompañado durante 40 años -y habiendo sufrido, según me dijo Meredith, "todas las operaciones conocidas por el hombre y algunas más"-, ahora, cuando hablo con él, tiene un tubo de plástico que le va desde la nariz hasta un depósito de oxígeno. No podría prescindir de ese aparato más de 20 minutos, porque se moriría. Incluso con él se ve obligado con frecuencia a realizar esfuerzos para respirar.

"Todavía leo y oigo"

Cosa muy característica de Huston: le preocupaba mucho menos su situación que el efecto que pudiera causar a sus visitantes. "No me encuentro tan mal", me dijo alegremente. "Todavía puedo leer, y oigo perfectamente".

Hizo una pausa. "Poco a poco, todos renunciamos a una parte de nuestra libertad, y todos, de una u otra forma, nos convertimos en rehenes. Yo lo soy de esta máquina".

Luego, dando una palmada a su sillón de ruedas, continuó: "Además, yo viajo; es una total vanidad por parte de las gentes decir que no querrían ser vistos en un sillón así". Sus ojos buscan con una rápida mirada a su enfermera. "Y de cuando en cuando", añade con un conspiratorio regocijo, "si Maricela no está mirando, intento subir las escaleras. Cuando consigo llegar arriba, me siento como si estuviera plantando una bandera, lo mismo que Hillary" [el conquistador del Everest].

En mitad de la batalla

Meredith me había dicho que visitó a Huston en su habitación del hospital después de una reciente operación circulatoria, y se lo encontró fumándose un puro. "Tuve realmente que luchar con él para conseguir que se lo sacara de la boca", me había asegurado el actor. "Tiene menos sentido común y más valor que ninguna otra persona que yo haya conocido.

Cuando estaba filmando La batalla de San Pietro, para el ejército, se paseaba literalmente en medio de la misma. La gente estaba siendo alcanzada a su alrededor, sus ayudantes habían huido, y él estaba allí, parado allí, solo, tomando imágenes".

No nos equivoquemos: John Huston todavía estaba trabajando. Aunque ninguna compañía de seguros habría aceptado suscribir una póliza sobre una película suya, a menos que hubiera otro director a su lado, cuando visité a John acababa de terminar su película número 41 -Los muertos, una adaptación de Dublineses, de James Joyce, para la que escribió el guión junto con su hijo Tony, y cuya protagonista es su hija Angélica-

Y para este verano tenía el proyecto de actuar en una película basada en el libro Theophilus North, de Thornton Wilder, siguiendo una notable tradición de los Huston. John había dirigido a su padre, el gran Walter Huston, en El tesoro de Sierra Madre, y en Theophilús North, su hijo Dan le iba a dirigir, a él.

Pregunté a John si discutiría con Dan cuando, después de una escena, éste le dijera: "Papá, no quiero que esto se haga de esa manera". La respuesta llegó rápidamente: "No, a menos que Danny estuviera equivocado", dijo, "e incluso en ese caso yo no le diría que lo estaba. Me limitaría a buscar la manera de que él lo sugiriese y le demostraría que efectivamente así era".

Advertí a John que había hablado con sus hijos sobre la clase de padre que él había sido. "¡Oh, Dios!", pretendió quejarse. Le dije severamente que era curioso que hubiera dicho eso -con Dios era exactamente con lo que Tony le había comparado-

A los 16 años, Tony había estado presente en el plató de La Biblia, cuando su padre no sólo dirigía la película, sino que además representaba el papel de Dios y también el de Noé y el de la serpiente- "Hay algo de extraño en ver al propio padre representar el papel de Dios, de Noé y de la serpiente", me había dicho Tony. "Cuando él dice 'no', seguro que ese 'no' le detiene a uno en su trayectoria".

Unas piernas largas

Huston se sonrió paternalmente. Me preguntó qué había dicho Danny. En lo que a Dan se refería, le contesté, la teoría hollywoodense de que los hijos de las personalidades famosas tienen, un montón de inseguridades carecía de fundamento. Dan me había dicho: "Utilizo su nombre de forma descarada, en cada oportunidad que tengo; estoy tan orgulloso de ser hijo suyo...".

Me estaba metiendo en un terreno delicado: John estaba sintiéndose incómodo. Rápidamente le recordé que en una ocasión en que le preguntaron a sus hijos cuál había sido el regalo más importante que les había hecho su padre, Tony replicó que era el regalo de no ser aburrido, y Danny dijo que era el regalo de la economía: en la actuación, en la dirección e incluso en la conservación. Pero Angélica les había superado a los dos con su respuesta: "Unas piernas largas", había contestado.

Huston se rió. "Recuerdo cuando dirigí a Angelica", dijo,cuando ella tenía 16 años, en una película llamada Un paseo por el amor y la muerte, y luego no volví a dirigirla de nuevo hasta El honor de los Prizzi, cuando ya andaba en la treintena. Pero Angélica tiene una habilidad especial, que yo sólo he conocido en otra persona -mi padre-, para ser capaz de meterse y salirse de la piel de cualquier personaje. Mi padre podía cambiar de un archiduque ruso a un trapero analfabeto; pero él tenía toda una vida de experiencia. Ángelica, incluso de niña, podía ir de una sirvienta inglesa a una irlandesa o a una francesa, y sin que existiera el menor diálogo yo podía señalar la diferencia".

"Y no nos olvidemos de mi hija Allegra", añadió John. Le dije que no sabía nada de Allegra -era difícil mantener en el secreto a hijos suyos- "Bueno", dijo con toda naturalidad, "Tony y Ángel son hijos de mi cuarta esposa, la bailarina Ricki Soma, que murió en un accidente de automóvil. Pero habíamos estado separados por espacio de 10 años. Durante ese tiempo tuve a Danny con Zoe Sallis -quien hacía el papel de Agar en esa película, La Biblia-, y al mismo tiempo Ricki tuvo a Allegra con otro hombre. Pero la quiero tanto como a cualquiera de mis propios hijos, y estoy igual de orgulloso de ella. Sólo tiene 23 años,. pero ya es jefa de edición (¿o directora de un periódico, de una editorial, o redactor jefe?) en Londres. Obtuvo dos licenciaturas superiores en Oxford; nunca he oído hablar de un estadounidense que las haya obtenido".

John abandonó los estudios en el décimo curso. Le pregunté si sentía haberse perdido algo al no haber ido a la universidad. Se quedó pensativo un momento. "Pienso que perdí el sentido de la continuidad histórica", dijo. "Hay lagunas en mi conocimiento de la historia que creo no serían tan grandes como lo son". Hizo una pausa. "He leído más que la mayoría de los profesores".

Aunque el padre y la madre de John se divorciaron cuando él tenía seis años, siguió estando próximo a su madre, que era periodista, y también extraordinariamente próximo a su padre. "Estábamos tan próximos", dijo sosegadamente, "como un padre y un hijo pueden estarlo. Cuando fui creciendo, nuestro juego favorito consistía en ver si éramos capaces de hacer reír a otra persona mientras nosotros nos esforzábamos para no reímos. A veces resultaba un juego muy difícil, pero siempre terminábamos riéndonos a carcajadas".

El mejor y el más amable

"Veo El tesoro en televisión una y otra vez", afirmó, "y todavía se me mueven las caderas cuando veo a mi padre bailando esa danza de triunfo. Y cuando escucho September song me vuelvo loco. Cuando mi padre cantaba esa canción en Knickerbocker Holiday, los aplausos que recibía eran los que más han interrumpido las representaciones en la historia de Broadway".

"Recuerdo lo que dijo Spencer Tracy en el funeral de mi padre: 'No hay nada extraño en ser el mejor en una profesión. Alguien tiene que serlo. Pero sí hay algo extraño si sucede que el mejor es también el más amable".

El joven John no tuvo en modo alguno un éxito inmediato en todo lo que intentó. Trabajó de reportero, por ejemplo -un puesto que le consiguió su madre- y en el que, afirmó, "yo era horrible", lo mismo que en los intentos que hizo de llegar a pintar. "No podía hacer dinero con eso", dijo de la pintura.

Intentó el boxeo, en cuya habilidad su combate más memorable tuvo lugar en la casa de David O. SeIznick. Su oponente no era otro que Errol Flynn.

"Errol dijo algo sobre una mujer por la que yo había estado muy interesado, y me puse furioso", recuerda Huston.-"Esto es mentira"', le dije, e incluso si no lo fuera, solamente un canalla lo repetiría'.

Peleamos fuera, en el camino de entrada de la casa de SeIznick, que estaba bien iluminado porque, como la fiesta se acabó, todo el mundo encendió los faros de sus automóviles".

"Fui noqueado casi de inmediato, pero me levanté de nuevo y peleamos durante cerca de una hora, furiosos y gritándonos mutuamente, pero respetando estrictamente las normas del marqués de Queensberry -no hubo ni un solo golpe ilícito- Luego fuimos a un hospital distinto, y a la mañana siguiente Errol me llamó por teléfono, deseoso de saber cómo me encontraba. Le dije que estaba bien y que había disfrutado a fondo la pelea. Me dijo que él también, y que esperaba que pudiéramos pelear pronto de nuevo".

Salen los generales

Aates de que acabara la II Guerra Mundial, Huston había dirigido dos películas de mucho éxito, El halcón maltés y Al otro lado del Pacífico. Pero igualmente memorables y más importantes para él fueron los documentales que hizo durante la guerra para la División de Servicios Especiales .

Uno de ellos fue La batalla de San Pietro. Supuestamente realizado para infundir ánimos a las tropas estadounidenses en la difícil campaña italiana, contaba la historia de un ataque temerario sobre una posición alemana virtualmente inexpugnable.

Era tan ferozmente gráfico que, cuando se les mostró a los generales, uno detrás de otro "en orden de graduación", recordaba con ironía John-, se salieron de la sala de proyección. Posteriormente, por orden del propio general George C. Marshall, se proyectó la película, pero todavía sin lo que Huston considera como su mejor escena.

"Me había entrevistado con algunos soldados antes del ataque, preguntándoles por qué luchaban", dijo, "y después volvieron de la montaña; pusieron los muertos, metidos en sacos, en sus ataúdes. Cuando los alzaba el destacamento que había de enterrarlos, enfoqué la cámara sobre las caras de cada uno de los muertos, y luego dije en voz alta Io que cada soldado me había dicho".

Otro documental fue Let there be light (Hágase la luz), pensado para mostrar cómo podían restablecerse los soldados que se habían derrumbado mentalmente. "Fimé todo", dijo John tranquilamente, "incluso la terapia por electrochoque, que entonces era tan brutal. El paciente podía arquear su cuerpo tan violentamente que se necesitaban cinco personas para sujetarle y evitar que se rompiera la espalda. Al mismo tiempo, el hombre así tratado emitía un sonido -una especie de chillido primitivo- que era absolutamente enervante. En cualquier caso, ese documental nunca llegó a George Marshall, y estuvo arrinconado durante 35 años".

John y yo estuvimos hablando de los tiempos del Big Studio. Le pregunté por qué no había hecho más comedias. "La verdad es que no distingo entre tragedia y comedia", dijo. "Me gusta mezclarlas. La gente siempre habla de la gran calidad trágica de (Eugene) O'Neill. Bien, existió siempre en él, además, un elemento humorístico".

Una cosa es cierta. Hubiera o no humor en el guión, siempre hubo humor en el plató cuando Huston estaba en él. "Al empezar La Reina de Á/rica", dijo, "tanto Bogey [Humphrey Bogart] como yo le tomábamos el pelo inmisericordemente a Katie Hepburn. Fingíamos estar escandalosamente bebidos cada noche cuando ella venía a vernos, y conseguimos engañarla. durante bastante tiempo. Pero cuando descubrió lo que estábamos haciendo se divirtió mucho con la broma".

"Por lo que se refiere a La noche de la iguana", siguió John, "se me había advertido tanto de los problemas que iba a tener en el plató con esa gente que había comprado cinco derringers (pistolas de bolsillo de gran calibre) sobredoradas. Les presenté solemnemente a Elizabeth (Taylor) y a Richard (Burton) y a Ava (Gardner) y a Deborah (Kerr) y a Sue Lyon. Les recordé que cada pistola venía con cuatro balas doradas -cada una de ellas con el nombre de uno de los otros cuatro posibles receptores de las mismas-".

La película más difícil

"La película más difícil de todas las que he filmado fue Moby Dick. En uno de nuestros momentos más bajos, cuando todo el mundo se equivocaba y nos encontrábamos todos a bordo del Pequod, vi cómo venía a nosotros un gran transatlántico; le dije a Greg Peck y a todos los demás que se echaran al suelo y se hicieran los muertos. El transatlántico llegó a unos 90 metros de nuestro barco. Pudimos ver a muchas personas que nos señalaban y oír sus gritos. Se creían que éramos un barco fantasma. Luego, en el momento en que empezaron a bajar un bote salvavidas para venir a investigar, todos nos pusimos en pie y agitamos las manos".

John admitía en su autobiografía que incluso fuera del plató podía ser incorregible. En una ocasión, durante la proyección en Durango (México) de Los que no perdonan ("La única película de las que he hecho que realmente no me gusta", decía Huston), él y uno de sus amigos, el yoquei Billy Pearson, decidieron divertirse un poco con el hecho de que en México estaba a punto de celebrarse un importante torneo de golf con un montón de celebridades internacionales.

"Billy y yo compramos miles de pelotas de pimpón", contaba, "y la noche antes de que comenzara el torneo nos la pasamos hasta la madrugada escribiendo en ellas palabras obscenas. Fuimos muy creativos y nada discriminatorios con nuestros tacos, que escribimos tanto en inglés como en español. A la mañana siguiente alquilamos una avioneta y cuando todo el mundo se encontraba en el campo de golf, volamos sobre los agujeros y descargamos todas las pelotas. Fue un triunfo. Posiblemente nadie pudo localizar su bola y tuvieron que suspender el torneo".

Llego finalmente a los matrimonios de John. "He estado casado cinco veces", me contó tranquilamente, "como creo que ya he dicho antes. Mis mujeres constituían un variado surtido. Hubo una colegiala, una gran dama, una actriz de cine, una bailarina y un cocodrilo".

Hizo una pausa. "Para los dos primeros divorcios eché la culpa a quien correspondía: a mis propios defectos. Y lo mismo para el quinto. Pero para el tercero, no; yo no se lo propuse a Evelyn Keyes, ella fue la que me lo propuso a mí".

Nueva, pausa. "Además, consiguió toda mi colección de arte precolombino. Ya tenía la mitad, y un día, cuando llegué allí, le dije que toda la colección debía estar bajo el mismo techo y que debíamos echarla a cara o cruz. Lo hicimos así, maldita sea, y ganó ella".

¿Había estado alguna vez realmente enamorado durante un largo período de tiempo? Huston asintió con la cabeza. "Su nombre es -o era entonces-Marietta Fitzgerald", dijo.

"La conocí durante la guerra y me enamoré de ella. Todavía hoy es la, mujer más bella y deseable que he conocido". Le pregunté que por qué no se había casado con ella; yo sabía que Marietta había dicho que Huston tenía más poder y magnetismo que cualquier otro hombre de los que había conocido. "Cuando la conocí", replicó John, "ya estaba casada. Y luego me casé yo, y después, cuando ambos volvimos a ser libres, no me quiso. Además, me dijo que yo habría sido el perfecto marido de haber podido tener un harén".

"Hice que actuara en Vidas rebeldes", siguió diciendo, "o más bien fue Clark Gable quien lo hizo. Marietta había venido a verme en el plató, y me salvó la vida. Todo había estado yendo fatal. Marilyn Monroe estaba bien desde el lunes al miércoles, pero andaba con los barbitúricos y desde el jueves no podía sacar de ella ningún resultado. De manera que la envié a casa y volvió el lunes siguiente, magnífica otra vez para tres días".

"Cuando llegó Marietta, Clark había estado entrevistando a algunas actrices para un pequeño papel. En el mismo momento en que vio a Marietta, dijo: 'Ésta es la que quiero'. Le dije: que Marietta no había actuado en toda su vida, pero eso no le detuvo -nada detenía nunca a Clark- y ella consiguió el papel".

Hablamos unos momentos sobre su película recién acabada, Los muertos. De repente, John esbozó una sonrisa. "¿Sabe usted cómo me gustaría morirme?", me preguntó. "Como el tío Alec. Un día, cuando Alec estaba muy enfermo, sonó el timbre en la puerta de la casa y mi tía fue a abrir. Volvió a subir las escaleras y dijo a Alec que era una prima que había venido a verle. 'Dile que me niego a verla', respondió Alec. 'Es un rollo. No voy a desperdiciar con una pelma ni un minuto del tiempo que me queda". John. hizo una pausa, evidentemente saboreando la historia.

Una imperTinencia

"Al oír esto, mi tía se puso muy enfadada con Alec. Le dijo que su prima había hecho un largo camino para verle,y que él tenía que: ser educado y dejaría entrar y verla. Pero Alec fUe inflexible. 'Dile que me he muerto', le sugirió. Mi tía se negó a ello. 'Si eso fuera cierto', señaló, 'yo se lo habría dicho cuando llegó a la puerta'. 'Bueno, entonces', dijo Alec, cargado de razón,¿por qué no le dices que me acabo de morir y que no te has enterado hasta que volviste?-.

"Mi tía tampoco quiso saber nada de esto. 'Ella querría entonces subir y verte', predijo. 'Déjala subir', replicó Alec. 'Me haré el muerto'. 'No puedes', dijo mi tía. 'No puedes contener la respiración durante todo ese tiempo'. 'Ponme a prueba', contestó Alec".

"Y eso exactamente", concluyó.John, sonriendo ahora de oreja a oreja, "fue lo que Alec hizo. Su prima entró y, él permaneció completamente inmóvil, con los ojos medio cerrados y reteniendo la respiración. La prima nunca supo la verdad, y Alec se murió realmente unas semanas más tarde".

"Me gustaría ver de nuevo a Alec", dijo con calma Huston, pero no hago conjeturas. La verdad es que no profeso ninguna creencia en cualquiera de los sentidos ortodoxos; del término. Me parece a mí que el misterio de la vida es demasiado importante y demasiado grande y demasiado profundo como para que hagamos otra cosa que no sea asombrarnos de él. Por lo que a mí respecta, cualquier otra cosa sería una impertinencia".

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