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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reagan y el plan Arias

LA ENTREVISTA que el presidente Reagan ha celebrado recientemente en Los Ángeles con los dirigentes de la contra no es sólo un gesto para tranquilizar a los sectores más derechistas de la opinión pública de su país, sino que se inscribe en una trayectoria cuyo objetivo no es prioritariamente la paz en Centroamérica, aunque no se oponga a ella, sino la consolidación en Nicaragua de una fuerza armada rebelde, financiada por EE UU, susceptible de eliminar al sandinismo y de sustituirle en una posición que no resulte temible para Washington.EE UU ha querido imponer a la contra como interlocutor en cualquier proceso de cese de hostilidades y de pacificación en la zona. En vísperas de la reciente aprobación por los cinco presidentes centroamericanos del plan Arias, Reagan presentó un plan alternativo que incluía la obligación para Managua de negociar con la contra. La maniobra fracasó: el plan Reagan murió recién nacido, al no ser tenido en cuenta por los presidentes de los cinco países centroamericanos. El plan Arias especifica que los Gobiernos "iniciarán el diálogo con todos los grupos desarmados de oposición interna". Desde entonces, la política centroamericana de EE UU se encuentra con la dificultad de no poder declarar abiertamente su oposición a Esquipulas, porque ello significaría enfrentarse con todos los Gobiernos de América Latina. Por otro lado, la mayoría demócrata del Congreso apoya Esquipulas 2, y las nuevas ayudas a la contra necesitan ser votadas al menos por un amplio sector de esa mayoría. El resultado de todo ello es el de que Reagan no ha podido condenar ni tampoco aprobar la nueva iniciativa de paz, a la que no se opondría si fuera el camino para una reforma sustancial del régimen sandinista, pero de cuya efectividad duda. Pero más que las palabras cuentan los hechos: el primero ha sido la dimisión de Philip Habib, el enviado especial de Reagan a Centroamérica, que preconizaba el apoyo de EE UU al plan de Esquípulas. Como ha dicho The New York Times en un editorial, esa dimisión arroja más claridad que muchos discursos, y muestra hasta qué punto Washington se halla a falta de una política sobre Centroamérica.

Para no entorpecer la aplicación del plan de Esquípulas, cabría esperar de la Administración norteamericana que obligase a la contra a aceptar el alto el fuego. En cambio, lo que preocupa a Reagan es cómo sortear la oposición del Congrego al voto de una nueva ayuda militar para los rebeldes nicaragüenses, que se planteará transcurrido el plazo de congelación de fondos, previsto hasta el 7 de noviembre. En consonancia con esa actitud, Reagan no puede conceder el beneficio de la duda a Managua y tiene que afirmar que tan sólo la presión de la contra es lo que ha empujado al sandinismo a tomar ciertas medidas pacificadoras. Por el contrario, no parece exagerado afirmar desde una perspectiva europea que el régimen nicaragüense tiene tanto interés como necesidad de demostrar que es el primero en cumplir unos acuerdos que, aun siendo imperfectos como garantía de reformas democráticas en la zona, son el mejor marchamo de legitimidad para el sandinismo.

Las medidas que Daniel Ortega ha adoptado desde la firma de Esquípulas -han sorprendido a la opinión occidental, porque indican una voluntad de cumplir lo pactado más presurosa de lo que algunos esperaban. La designación como presidente de la Comisión de Reconciliación del cardenal Obando - la principal figura de la oposición al sandinismo-, la autorización de regreso al país de obispos cuyo apoyo a la contra ha sido público, permiten esperar otras medidas esenciales, como sería la pronta reaparición del diario La Prensa, de conocidas simpatías por los rebeldes. Es importante comprender las causas que empujan hoy a los sandinistas a adoptar estas medidas. Pero más aún fomentar esa evolución. Tal es la actitud de los presidentes centroamericanos, del Grupo de Contadora y del Grupo de Apoyo, del secretario general de la ONU. España, por su parte, debe promover un apoyo más activo de la CE. Las perplejas reticencias de la Casa Blanca deben ser compensadas por una solidaridad internacional que ayude a mantener abierto el camino de Esquipulas.

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