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Tribuna
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La última frontera

Parecía que su capacidad creativa no conocía límites, que iba a seguir dirigiendo películas sin importar cuántas botellas de oxígeno le pusieran al lado. Su inagotable empuje vitalista y un corazón más grande de lo normal le permitieron continuar en la brecha, encontrando siempre un último aliento cuando la resistencia física se tambaleaba.

A cara descubierta

Esa es, en realidad, la historia de su vida, pero también es la radiografía más exacta y consecuente de sus obras fronterizas. Es decir, de aquellas películas en las que nos hablaba a cara descubierta, sin necesidad de recurrir a coartadas culturalistas (que, por cierto, le jugaron algunas malas pasadas), sin ceder a la tentación discursiva y sermoneadora que en ocasiones le traicionó.

Películas llenas de vigor y generosidad, narradas por un optimista escéptico, por un existencialista que amaba la vida. Historias desesperadas pero no quejumbrosas, llenas de figuras desarraigadas y colocadas en el borde, en la frontera misma del precipicio. Sombras errantes que no tienen dónde caerse muertas y que por ello se dedican a capturar caballos salvajes, a librar un último y amañado combate o a predicar una fe que carece de profeta. Cadáveres ambulantes, que diría Marilyn.

Son los antihéroes de Vidas rebeldes (1961), Fat City (1972) y Sangre sabia (1979). Tragedias íntimas y desgarradas, filmadas por el mejor Huston, aquel que construye sus imágenes a golpe de vísceras, sin mitificar la derrota y testimoniando con arrojo la fuerza vital que subyace al advenimiento del crepúsculo.

Fracasados en la sociedad y en el amor, Roslyn, Langland, Perce, Isabelle y Guido son verdaderos inadaptados (título original de Vidas rebeldes) en desigual combate contra el tiempo. Cuando intuyen que la América de los pioneros ha desaparecido y que las viejas certezas son inoperantes, se descubren desplazados y a la deriva, sin otro equipaje que interrogantes y frustraciones.

En el exilio interior de la ciudad dorada, Billy Tully arrastra su existencia solitaria dejándose los últimos jirones en hoteluchos de lóbrega atmósfera, gimnasios mugrientos y bares cochambrosos. Como el resto de los personajes de Fat City, va dando tumbos sin rumbo fijo, sin otro aliciente que el encontrar unos brazos necesitados de comunicación, deseosos de compartir la derrota y el desconcierto.

Paisaje humano

El desquiciado predicador de Sangre sabia vende su devaluada mercancía en medio de un paisaje humano bailado por la sordidez y la miseria moral. Sin más amigo que un falso gorila, deambula errante y golpeado hasta que el ruido y la furia del profundo sur termina por arrojarle a la cuneta bajo los tristes acordes de un lánguido blues. Cow-boys que ya no tienen caballos, boxeadores que ya no combaten, predicadores de iglesias imaginarias. Reno, Stockton, Taulkinham: ruinas viidentes de una civilización en donde se amontonan los desechos humanos. Es el reverso de la rutilante América, la cara oculta de una realidad multitudinariamente ignorada, la pesadilla del sueño americano.

Frontier de origen, como él mismo se reconocía, John Huston hizo de aquellas películas narración y testimonio, dramaturgia y poesía, acción y moral. Por sus grietas se desparraman un desabrido lirismo y una rabia interna siempre a punto de desbordarse, de dar con sus huesos al otro lado del espejo. Y es que, a fuerza de explorar el peligroso territorio de la frontera, algún día iba a tener que traspasar la última que se encontrara en el camino.

Ahora que se ha decidido a cruzarla, sólo nos quedan las imágenes. Es decir, su mejor herencia.

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