Julio Robles soñó un toro
Samuel / Robles, J. A. Campuzano, Ortega CanoLos toreros, tantas veces en las duermevelas, sueñan faenas, sueñan toros para esas faenas y la síntesis es el triunfo. Lágrimas como garbanzos les resbalan por las mejillas al estremecerles la emoción con que el triunfo embriaga, cuando la fantasía lo discurre volcánico y enloquecedor.Julio Robles, uno de los pocos toreros que hoy pueden serlo de una pieza, también habrá soñado esas faenas yesos toros, pero, sobre todo, soñó una vez -hubo de soñarlo- un toro que le llegaba desde la infinitud de la casta brava más pura, para convertir el toreo en mística y crearlo más allá de los parámetros del triunfo. Y ese toro le salió ayer.
Lo toreó Julio Robles gustándose, o para él -suele decirse en la jerga- Así toreó al toro de ensueño. Paradójico torazo que seguramente fue despreciado en el cortijo por su destartalado corpachón, por sus atirabuzonadas, bizcas, brochas astas, tan cerradas que, poco más largas, y se habrían podido anudar sus puntas. Toro además quebrado de patas, que claudicaba al humillar, aunque se rehacía y, al primer cite, ya estaba tomando la muleta, absolutamente fijo en el señuelo, obediente al ritmo que le marcaba el torero.
Toros de Samuel Flores, mutilados de pitones, inválidos
Julio Robles: silencio; dos orejas. José Antonio Campuzano: oreja; silencio. Ortega Cano: oreja; oreja. Plaza de San Sebastián de los Reyes, 26 de agosto. Segunda corrida de feria.
Ritmo de pastoral
Era un ritmo melodioso de pastoral. Robles ceñía la embestida, la llevaba larga, volvía a traerla cerca; en redondo o al natural; abrochándola con el de pecho, sometiéndola en trincherilla, envolviéndola en el caracoleo del pase de la firma. Pinchó, y aún seguía toreando -y el toro embistiendo- arqueada la pierna contraria, rodilla en tierra, para templar de nuevo el natural. Cobró la estocada, y aún ligó más naturales -el toro sin parar de embestir, y eso que estaba clínicamente muerto-.
Ahí empezó y terminó la corrida, porque lo restante no fue corrida. Toros inválidos, brochos y despitorrados, no hacen lidia y sin lidia no hay fiesta. Se simularon los tercios de varas y de banderillas, y la función se reducía a caricaturizar faenas de muleta. Carecieron de relieve la de Robles a su primer tullido toro y las de Campuzano, larguísimas, reiterativas, pico va. A las de Ortega Cano, más enjundiosas, les sobró la afectación con que pretendía suplantar el arte y la pinturera bravuconería, que, con inválidos, es una pasada. Menos lobos, le decía la afición.
Había mucha afición presenciando aquello, en gran parte llegada de Madrid, y se sentía estafada: pagó a precios carísimos una lamentable pantomima. Protestaba, con toda la razón del mundo. Y por estas que no vuelve, si no llega a encontrarse, de súbito, con el esotérico piélago del toreo onírico. Cosas que pasan en San Sebastián de los Reyes, qué quiere que le diga.
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