Nacionalización peruana
El martes 18 de agosto, el embajador de Perú, en calidad de servidor del Gobierno que representa, nos ofrece en un artículo, a propósito de la nacionalización de la banca en este país, dar respuesta a las opiniones que sobre el particular vertiera en uno anterior el escritor Mario Vargas Llosa. Sin embargo, y no obstante la intención, su artículo no responde en absoluto al del novelista. El esgrimir citas de un célebre cronista y de un no menos conocido poeta, y el parafrasear reiteredamente retóricos galimatías del presidente Alan García Pérez son insuficientes para refutar la afirmación de Vargas Llosa según la cual estatizar las entidades financieras peruanas implica -no por lógica bizantina alguna, sino por la dinámica política del partido gobernante y conocidas experiencias históricas similares- la paulatina captura de todos los resortes del poder en Perú por parte del partido aprista peruano.Esta presunta democratización del crédito (justificada por García Pérez con razones tales como la de Iograr que los peruanos aprendamos a mirarnos unos a otros como semejantes, a aceptar nuestro mestizaje", de cuestionable pertinencia y de nulo sentido económico -en su pretensión pedagógica- a la hora de fundamentar una medida políticad e tal naturaleza), al margen de Ia demagogia y del ruido ideológico, no persigue otra cosa que la canalización, sin las restricciones propias de una actividad bancaria autónoma y racional, de los recursos financieros de los bancos hacia empresas que, como aquellas creadas en los últimos dos años entre gallos y medianoche con la finalidad de obtener millonarias licitaciones y contratas de escándalo con el Estado, sirven para dotar indirectamente al partido -¡tras décadas, por fin!- gobernante de los medios económicos, que aseguren por un buen tiempo, no únicamente su clientelaje, sino, fundamentalmente, su monopolio de toda fuente importante de poder -no militar- alternativo en Perú. Puesto que, si como afirma Alan García, "el sistema financiero es el más poderoso instrumento de concentración de fuerza económica y, por ende, influencia política", su estatización, es decir, su. puesta bajo el mando del partido que administra el Estado, le asegura a este partido el servicio incondicional de tan poderoso instrumento y, por otra parte, la eliminación de toda opción política distinta democráticamente viable al destruir el eje económico de un sector de la sociedad peruana (algo más que cuatro grupos de privilegiados rentistas dueños de bancos) que pudiera sustentarla.
Pero, supeditados todos los instrumentos de poder a la Administración aprista, el espacio político democrático se estrecha incluso para la izquierda, no sólo a nivel de los gobiernos municipales, sino también en el plano sindical, ya que puede predecirse sin ánimo catastrofista que no transcurrirá mucho tiempo antes de que la central de trabajadores controlada por el partido gobernante (la CTP) sea la primera federación de sindicatos, aupada a tal posición por el Estado, quebrando a la organización comunista, que se fragmentaría luego de pugnas internas inevitables.
De este modo, y bajo el lema de una democratización por la justicia, la revolución propiciada por el Gobierno en un país con las arcas estatales vacías tras estériles enfrentamientos con el sistema financiero mundial, singificaría algo menos lírico que lo expresado en el eufemismo diplomático como un ensayo de "un nueve, espacio de creación social": la ampliación del tradicional espacio del estado como botín, al de la sociedad como botín; identificándose en un apetito de poder acrecentado durante más de medios siglo las mayorías nacionales, en cuyo nombre se sacia, con la mayoria aprista en los poderes del Estado.
Un partido lomo el APRA, de doble inspiración totalitaria (el comunismo y el fascismo), reailzaría así, 60 años tarde, su vocación autóctona de convertirse en el PRI peruano, cuando la crisis de este modelo político, admirado en sus inicios por Haya de la Torre -recuerdese que fue secretarlo de Vasconcelos-, es para todos signo evidente de su corrupción y decadencia.-
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