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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Primavera de agosto

AYER SE cumplió el 19º aniversario de la entrada de los tanques soviéticos en Checoslovaquia para aplastar el intento de Alexander Dubceck y sus compañeros de reformar el sistema socialista en un sentido democrático. Hoy, el recuerdo de esa tragedia está rodeado de un clima distinto al de años anteriores. La reforma de Mijail Gorbachov en la URSS, inicialmente centrada en la economía, está abarcando otras zonas: más apertura en la vida cultural, mayor transparencia en la información, formas de debate entre posiciones discrepantes. El impacto de este proceso no puede quedar encerrado en las fronteras soviéticas. Y en Checoslovaquia es inevitable que salte a la luz el parentesco entre muchos de los objetivos de la actual reforma en Moscú y los rasgos que tuvo hace 19 años, la llamada primavera de Praga.

La reunión secreta que, con motivo de ese aniversario, ha celebrado un grupo de dirigentes y asesores de los movimientos de oposición Solidaridad y Carta 77 en un lugar próximo a la frontera checopolaca es significativa. Han firmado juntos una carta al académico soviético Sajarov, en la que, además de valorar su labor en defensa de los derechos humanos, subrayan la conveniencia de que las nuevas autoridades soviéticas" respeten las "aspiraciones políticas" de las naciones de Europa central. Ponen así sobre el tapete la cuestión del efecto que la reforma tendrá sobre las relaciones entre Moscú y sus satélites. Entre los firmantes hay figuras de prestigio, como los polacos Bujak, Michnik, Kurón y el escritor checoslovaco Havel, lo que confirma la tendencia de las fuerzas opositoras en el Este a actuar con la cara descubierta. Y, asimismo, la influencia cultural y social alcanzada por estas corrientes.

No parece dudoso que, por su misma naturaleza, la reforma de Gorbachov tendrá que abordar una revisión de las relaciones de la URSS con los otros países del Este, basadas en la tesis brezneviana de la soberanía limitada. No obstante, por ahora, la situación es más bien contradictoria. Por un lado, Gorbachov teme que un impacto descontrolado de la reforma soviética (como ocurrió en Budapest en 1956) pueda crear situaciones explosivas en algún país del Este, lo que reforzaría en Moscú la oposición conservadora contraria a la reforma. De ahí la cautela con la que el líder soviético se coloca ante las corrientes de renovación que, de una u otra forma, se manifiestan en dichos países. Algunos intelectuales soviéticos, partidarios de Gorbachov, han dicho a título personal que la invasión de Checoslovaquia en 1968 fue un error. Pero la actitud oficial es hablar lo menos posible del pasado. En su último viaje a Praga, lo que Gorbachov buscaba, y obtuvo, fue una declaración de apoyo explícito de la dirección checoslovaca a su política de reformas. Declaración de escasa utilidad, salvo para desmoralizar quizá a los breznevianos de Moscú. En Praga sigue en el poder -aunque haya cambiado algo su lenguaje- el mismo grupo de ancianos dogmáticos instalados por Breznev en 1968. El hecho nuevo es que los jóvenes rebeldes, en Praga como en Berlín, gritan el nombre de Gorbachov para expresar su voluntad de cambios.

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Ese hecho es halagüeño para el dirigente soviético, pero supone un compromiso. Admitido el principio de que la autonomía de cada Estado debe ser respetada, es evidente que la actitud de la URSS será decisiva para impulsar, o frenar, las posibilidades reformadoras en un país como Checoslovaquia, y en algunos otros. Hoy, la prioridad lógica de Gorbachov es consolidar la reforma en la URSS, además de los temas de desarme y las relaciones con Occidente. Vivimos en un mundo interdependiente, y es imposible marginar, congelar, el problema de las relaciones de la URSS con los otros países del Este. Sin duda es una cuestión que requiere procesos evolutivos. Pero es insoslayable para el éxito mismo de la reforma de Gorbachov.

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