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La plaza donde no dan avisos

González / Manzanares, J. A. Campuzano, CepedaENVIADO ESPECIALLa seria plaza de Bilbao es un coladero gracias al funcionario que la preside. Al funcionario que preside la seria plaza de Bilbao, una zanahoria peluda se le dan los tercios y los avisos. Lo de los avisos es que lo borda: con no dar ninguno, está al cabo de la calle.

No es que le retrase el reloj -como el de la plaza: una patata-; es que no lo tiene o, si lo tiene, ni lo mira. Mal servicio le hace a la seria plaza de Bilbao y a su famoso abono el funcionario presidente, porque sin criterio para ordenar la lidia y poniéndose el reglamento por montera, convierte las solemnes corridas generales, fundamento del Aste Nagusia, en la feria del pueblo.

Toros de Manuel González, bien presentados, aplomados

Manzanares: bajonazo y rueda de peones (pitos); tres pinchazos, otro hondo bajo, rueda de peones y cinco descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (silencio). José Antonio Campuzano: estocada corta-baja (silencio); pinchazo bajo y bajonazo (silencio). Fernando Cepeda: dos pinchazos y estocada caída; rebasó en dos minutos el tiempo reglamentario (ovación y salida a los medios); cinco pinchazos y tres descabellos; rebasó en cuatro minutos el tiempo reglamentario (silencio). Plaza de Bilbao, 19 de agosto. Cuarta corrida de feria.

Entre los 10 minutos de retraso con que comienza el festejo -porque el reloj de la plaza va loquillo- y la inhibición del presidente en materia de avisos, las corridas no se acaban nunca. Los taurinos ya se: han orientado de que, en Bilbao, las faenas pueden durar lo que les plazca y obran en consecuencia. Si embiste el toro, allá va el torrente de derechazos; si no embiste, zapatillazos para que embista, hasta que duela el callo.

Grandota corrida

Ayer, en Bilbao, ocurrió lo segundo, pues toda la grandota corrida se aplomó en el último tercio. Casi toda: el sexto embestía con casta. Fernando Cepeda, cierto pico y cierto despego para aliviar los pases, no consiguió embarcar con temple y construir su faena, ni en la tanda inicial, ni en la mil; ni en el minuto uno, ni en el 14. Y si finalmente decidióse a mechar el toro, debió ser por deferencia al lehendakari, que es un hombre ocupado y no podía pasar en el palco la noche.

El lehendakaii, hombre ocupado, llegó a la plaza después de arrastrado el tercer toro y fue recibido con el Gora tagora y una ovación. No la ovación de la tarde, que esa se la ganó un acorazado de picar, por no picar. El quinto toro, boyancón colorado de 627 kilos, derribó una vez y se quedó sin fuerzas. El acorazado le tiraba la vara sin herir, la levantaba, y el público se ponía en pie, entusiasmado. La ovación con que le despidió el público fue tal, que hubo de saludar con el castoreño.

Manzanares y Campuzano porfiaron para que les embistieran los aplomados toros, sin lograrlo. Cepeda le ahogaba la remota embestida al tercero. Como un solo hombre, mataron echandose fuera y de bajonazo. Como un solo hombre, no hicieron ni un quite. La corrida general cuarta no había quien la soportara. Se duda de que la corrida general cuarta fuera corrida.

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