La espléndida guerrita del coronel North
Una de las curiosidades de Iranagua es que está convirtiendo a Estados Unidos en un país del tercer Mundo. Muchos sociólogos se han servido del concepto de patrimonialismo, propuesto por Max Weber, para penetrar los misterios del estilo de gobernar, digamos, en el Paraguay del general Stroessner; en la Etiopía de Haile Selassie, descrita por Riszard Kapucksinzky en El emperador, o en el Pakistán del general Zia, que forma el contexto de la maravillosa novela de Salman Rushidie Vergüenza.El poder patrimonial, explica Weber, se basa en la figura de un jefe rodeado de criados obedientes que no sienten responsabilidad alguna hacia la ley, sino que la definen como obediencia y fidelidad personal hacia, el jefe, cuyas órdenes se consideran siempre legítimas por mas arbitrarias que en realidad sean. Esta forma arcaica de poder aísla al jefe, quien depende cada vez más de su clan inmediato y, al cabo, debe actuar a través de un ejército privado a fin, de imponer sus caprichos.
El coronel North, dispuesto a pararse de cabeza en un rincón si su jefe se lo pide, o el almirante Poindexter, capaz de adivinar y complacer los más íntimos deseos de su jefe, le dan una proyección moderna a lo que Weber consideró una de las formas más antiguas de usar el poder. En Washington, las obsesiones de un reducido grupo, rodeando a un jefe vagamente anuente e interpretando sus más secretos pensamientos, han conducido a la creación de un ejército privado dedicado a derrocar al Gobierno de un pequeño país centroamericano que antes fue un protectorado de Estados Unidos y ahora se niega a obedecer.
No importa que el ejército privado -los contra- hayan probado una y otra vez su incapacidad militar. No importa que sus únicas victorias se cuenten en campesinos asesinados, niños mutilados, cosechas destruidas, escuelas incendiadas. No importa que carezcan de apoyo interno en Nicaragua. No importa que llamarles luchadores por la libertad resulte tan ridículo como confundir a Quisling con la resistencia noruega contra Hitler. No importa que sin el apoyo norteamericano los líderes de la contra tendrían que dedicarse a vender gaseosas en Miami.
No importa que la política centroamericana de Reagan sea rechazada por la mayoría latinoamericana: Contadora y el grupo de apoyo suman el 90% de la tierra, la población y los recursos de América Latina. No importa que la mayoría latino americana ofrezca proyectos de paz perfectamente viables para la región, culminando en una América Central neutral y desmilitarizada. No importa que la América Latina posea la capacidad diplomática más probada para resolver conflictos, y que, dejados a nuestras propias iniciativas, sabríamos darle una solución latinoamericana a un problema latinoamericano. No importa que el desdén y la arrogancia del Gobierno de Reagan hacia la mayoría latinoamericana socave las relaciones de Estados Unidos con 300 millones de vecinos en el nombre de destruir a tres millones de nicaragüenses.
No importa que una invasión de Nicaragua por Estados Unidos extienda la guerra a toda América Central y desequilibre a todos los Gobiernos latino americanos, suficiente mente agobiados por deuda, inflación, desempleo y estanca miento económico. No importa que las políticas defendidas por el coronel North provoquen una destrucción mayor que cualquier desastre que la Unión Soviética fuese capaz de desencadenar en el hemisferio occidental.
No importa que la política de Gorbachov hacia América Latina excluye el aventurerismo o la revolución, que, como los sandinistas bien lo saben, no es producto exportable.
No importa: los muchachos en Washington quieren tener su fiesta y romper su piñata. ¿Por qué no forman, simplemente, una brigada Ronald Reagan y llevan su espléndida guerrita a Nicaragua? Ya es tiempo de que todos ellos demuestren, sus aptitudes guerreras en el campo de batalla y no sólo en las entrevistas de televisión y los, comités del Congreso. Muchos de ellos, después de todo, no tuvieron ocasión de combatir en Vietnam porque alegaron enfermedades muy oportunas: el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Eliot Abrams, no fue a Vietnam porque le dolía la espalda, y el ex secretario de Prensa de la Casa Blanca Patrick Buchanan, porque le dolía la rodilla.
Ahora, estos guerreros patrimoniades, intérpretes del patriotismo de su jefe y de los intereses vitales de Norteamérica, tienen la oportunidad de hacerse perdonar, combatiendo en Nicaragua, su responsabilidad por haber perdido la guerra de Vietnam, que, según el coronel North, ganaron los soldados y perdieron los políticos. Sin embargo, el Gobierno de Johnson arrojó contra Vietnam el poderío militar masivo de Estados Unidos, con la excepción del arma atómica, y perdió porque la industria no vence a la selva, ni el desánimo en el combate a la alta moral nacionalista. Lo que North pide, entonces, es lo inconcebible: el uso del arma atómica contra los países rebeldes del Tercer Mundo.El mundo es muy peligroso, declaró el coronel North. Es cierto, y él lo hace aún más peligroso con su demagogia y su llamado a las armas. Estados Unidos está en espera de un estadista que sepa conducirle a las realidades del siglo venidero. Éstas son las realidades de una responsabilidad internacional cada vez más compartida entre diversos polos, ya rito concentrada en sólo dos grandes potencias. Oliver North es un anacronismo: es el último huérfano de Yalta.
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