_
_
_
_
Tribuna:EL SIGLO DE LAS DICTADURAS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sobre la responsabilidad de los intelectuales

El aniversario de la guerra civil española constituye una ocasión apropiada para realizar un examen de conciencia. Demócratas, socialistas, liberales, todos unánimemente celebraron con las más grandes esperanzas el advenimiento del siglo XX. Se suponía que nuestro siglo iba a realizar todos los nobles sueños de nuestros antepasados: el progreso, la paz eterna, la libertad, la justicia social y tantas otras cosas. Los grandes sueños le han transformado en una serie de pesadillas. De las ruinas de la I Guerra Mundial surgieron, regímenes totalitarios de diferentes colores. Todo el continente europeo se vio asolado por el fascismo, el nazismo y por diversas clases de dictaduras militares y civiles. A finales de 1940, casi toda la Europa continental cayó víctima de esa plaga. ¿Qué es lo que falló? Los historiadores enumerarán todas las condiciones objetivas; no obstante las condiciones son sólo condiciones. Hacen que algunos acontecimientos tengan más probabilidades de ocurrir que otros, pero no los determinan. Desde que vivimos en la historia, desde que se hace historia, somos los seres humanos quienes la hacemos. Entre ellos, el estrato social denominado los intelectuales tiene, desde los albores de la modernidad, una considerable influencia en el curso de ,los acontecimientos.Liderazgo político

Se ocupen de lo que se ocupen los intelectuales, desarrollan además determinadas ideas sobre el mejor Estado del mundo y yuxtaponen esas ideas a la insignificancia de la vida cotidiana, a la estrechez de miras de la política de la clase burguesa, a los infinitos y deshumanizados compromisos de la burocracia (estatal o sindical).

Debido a estas y similares ideas, los intelectuales tienen una fuerte inclinación a tomar en sus propias manos la elaboración de la política. Piensan que pueden hacer cosas maravillosas sólo con ocupar el lugar de los socialistas y socialdemócratas buscadores de votos, de los sucios políticos democraticos (por utilizar una frase acuñada por Hitler).

Creen que podrían traer de inmediato el paraíso a la Tierra; restaurar la religiosidad, la jerarquía y el orden medievales; establecer el Reich milenario o hacernos entrar de una tacada en una sociedad comunista no alineada.

Los intelectuales de la primera mitad de este siglo, e incluso de años posteriores, entendían su condición de tales como una vocacion para el liderazgo político. Varios de ellos querían de una forma bastante sincera conducir a los demás hacia determinados objetivos que serían beneficiosos para todos. Pero siempre deseaban ser los conductores, ser la vanguardia, tener seguidores, una multitud rodeándoles que se hiciera eco de sus ideas.

Necesitaban. a la multitud porque necesitaban los números para la realización de sus sueños. Sobre todo, los intelectuales se situaban en contra de la prosa del mundo moderno. Soñaban con acciones que pasmaran al mundo, querían poner a prueba sus almas, emulaban el ejemplo dado por los antiguos héroes. Ansiaban vivir, aunque sólo fuera por un momento, frente á la muerte.

Experimentar la metafísica de la tragedia era su gran ambición personal. Incluso los que en la realidad vivían las vidas de los fosilizados hombres de la burguesía o de la clase media alta, o las de un apparatchik manipulador, albergaban la ilusión de responder a la heroica imagen que ellos mismos se habían fraguado.

Los sueños de los intelectuales eran de clases muy diferentes. Entre ellos existían sueños hermosos y sueños repulsivos, sueños constructivos y sueños destructivos, sueños inocentes y sueños infernales.

No obstante, sin tomar en consideración el contenido de esos sueños, la propia actitud era irresponsable. Y llegó a ser más importante que el contenido de los sueños y de las ideas. Con la mayor frecuencia, esa actitud modificó el contenido original; pero incluso cuando no lo hacía, la propia estructura de la relación líder-multitud, el culto histérico del heroísmo y la violencia, el extremismo subyacente preparaban en cierto modo a la gente para los carnavales de las carnicerías humanas, las inducían a someterse y a vitorelar a los tíranos.

La buena vida

Los países de la parte de Europa que habían estado sometidos al dominio nazi y fascista, a dictaduras militares y civiles de derechas, entraron ya en la etapa de un nuevo comienzo, algunos de ellos inmediatamente después de la II Guerra Mundial; algunos otros (Grecia, España, Portugal), considerablemente después.

Hoy, la responsabilidad de los intelectuales consiste, entre otras cosas, en actuar contra una nueva oleada de movimientos de la clase de los que, en primer lugar, han llevado a tales dictaduras. Por muy comprensible que pueda ser la nostalgia de los intelectuales por la gran vida es exactamente esa nostalgia la que tiene que ser olvidada. En vez de luchar por la gran vida, los intelectuales deben luchar por la buena vida.

La buena vida es una categoría tradicional de la antigua democracia. Vivimos la buena vida en la medida en que participamos como ciudadanos, un ciudadano entre todos los demás, en la conducción de los asuntos públicos.

Los intelectuales responsables, que son conscientes de las experiencias históricas, rechazan la posición de liderazgo. Rechazan también la tentación de practicar las virtudes heroicas. En su lugar aprenden a practicar las virtudes cívicas, tales como el valor cívico, la tolerancia radical, la solidaridad y la buena disposición para participar en discusiones abiertas en relación con todas las materias de interés público.

Verdad y servicio

En un intelectual no es lo irresponsable tener sueños trascendentales, sino el intento de superimponerlos a los demás incluso mediante la más suave de las fuerzas. Los intelectuales responsables confían al papel sus ideas o se dirigen al público con ellas en su capacidad real: como ideas propias. Porque los intelectuales responsables no pretenderán que ellos, y sólo ellos, son los depositarios- de la verdad. Por consiguiente, ofrecen sus ideas a los demás como un servicio. "Tómalo o déjalo" -sugiere el gesto- de acuerdo con tus necesidades, no con las mías -aunque, evidentemente, los intelectuales desean que sus ideas sean aceptadas por muchas personas.

La vida de un buen ciudadano puede parecer aburrida en comparación con la de un héroe de la antigua estirpe y, sin embargo, no es necesariamente menos heroica. El heroísmo de la gran vida dura unos pocos años, a veces sólo unas pocas unas o minutos. El heroísmo de la vida de un buen ciudadano es una tarea que ha de extenderse a lo largo de toda ella.

El intelectual responsable que ha aprendido sus lecciones de la historia y que quiere que nuestro siglo acabe al menos en una nota más prometedora que aquella con que empezó es un buen ciudadano. El intelectual, como buen ciudadano, trata de extender su actitud más allá de las fronteras de su Estado, practica las virtudes cívicas del valor cívico, la solidaridad, la tolerancia radical y la buena disposición para una discusión abierta cuando esté relacionada con materias de grave preocupación en cualquier lugar del mundo. Porque la responsabilidad del intelectual se extiende más allá del mundo europeo: si después de tanto tiempo hemos conseguido aprender a abstenemos de envenenar nuestra propia sopa, no debemos echar veneno en la sopa de ningún otro.

Traducción de M. C. Ruiz de Elvira.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_