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Crítica:CANCIÓN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Párpados a media asta

El sentido dramático, cuando canta Miwa, se convierte en acento trágico. A ello contribuye su cultivado talante de mujer fatal. Él/ella está muy distanciado de los gustos occidentales. Su trabajo es una mezcla desconcertante de los modos cortesanos del Japón con algo tan popular y cotidiano como la canción francesa. En cualquier caso, el contacto con el público se establece a través de una actuación de denso sabor y añejo empaque.El agrio gesto de su boca está redactado a partir de la mímica clásica del teatro japonés. Su cara se hace por momentos una máscara con un rictus pétreo, los párpados a media asta y una voz de fuerte proyección nasal. Sabe ser arpía, ingenua o enamorada, y tiene razón en prever al personal cuando dice que actúa las canciones.

Akihiro Miwa

El amor, La canción, La vida. Recital de canciones. Akihiro Miwa: voz; Serge Somel, plano; Seizo Suda, bajo; Mitsuru Imahe, guitarra; Tadayuki Akao, batería; Hirofumi Mizuno, acordeón.Semana del Japón. Sala de Columnas, Círculo de Bellas Artes de Madrid, 11 de junio.

Por otra parte, siempre acecha el abismo casi insalvable de la lengua. Aquello es, efectivamente, otro mundo, y aquí puede parecer hasta insulso.

El drama de la madurez

Su despliegue erótico es leve como el té verde, basado en la insinuación de un sabor, la mirada esquiva y siguiendo gestualmente la bronca cadencia de la voz partida.La madurez es a veces un drama, y el canto se precipita hacia una morbidez no excenta de crueldad. ¿ Cómo vemos hoy a Juanita Reina, Paquita Rico, Olga Ramos? Unos con pasión, otros con sorna, los menos con prudencia. Son testigos ciertamente insustituibles, las momias andantes de un género. A su manera y en su medio, Miwa es la transición del quimono de seda a la cola de lentejuelas.

Miwa usa del trémolo en la forma tradicional japonesa, y eso suena rarísimo al oído europeo. Su a veces dudosa afinación se resiente de ese ejercicio más propio del onnagata que de la chansonnière. La segunda parte de su recital está mucho más conseguida que la primera. En La habanera enlaza de manera exótica con la Baker hasta hacer sentir la falta de los cubatas y el neón azul.

Su propina, argumentalmente digna de, Los ricos también lloran o de una Lucecita de equívoco destino, la llevó a ser una chica Fassbinder, conservando esa frivolidad que dignifica el buen cabaré, pero con una distancia que también recordaba a la Magnani.

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