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El cuerpo como culpa o como fiesta

Se acercan los cinco siglos del descubrimiento. Se me ocurre que no sería mala idea que uno de los temas centrales de la celebración fuera, un homenaje a la libertad sexual que había en América, o al menos en buena parte de América, antes de que ella se llamara así y cuando nadie le había hecho, todavía, el favor de descubrirla. Sacerdotes como Bartolomé de las Casas o Vasco de Quiroga predicaron en América la palabra de un Dios enamorado de la condición humana, pero no fue ese Dios quien se impuso en nuestras tierras, sino un jefe universal de policía que a sangre y fuego entró para enseñar la culpa y castigar la libertad en el más allá y en el más acá.No sería mala idea, digo, ese homenaje a la más antigua memoria de América, que es una memoria de libertad, y tampoco sería una idea inoportuna, ahora que los países desarrollados están sufriendo ciertos accesos de castradora moralina, al influjo del clima de creciente pánico que el SIDA provoca.

El SIDA, tina enfermedad nueva, contagiosa, todavía sin vacuna ni remedio alguno, podría ser la perfecta coartada de las policías del, sexo; y ya está siendo. Ojalá me equivoque, pero tengo la impresión, por no decir la certeza, de que asistimos al desarrollo del mejor caldo de cultivo posible para los enemigos de la imperdonable alegría del cuerpo. Lo que acaba de ocurrir, por ejemplo, con Gary Hart, denunciado y condenado de tan fulminante manera, no había ocurrido, en otros tiempos, cuando Franklin Delano Roosevelt o John Kennedy fueron protagonistas de casi idénticas situaciones.

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El puritanisino en acción

Recientemente, los diarios de Europa y Estados Unidos dedicaron sus títulos de primera página al escándalo de Gary Hart. Los periodistas del Miami Herald, consagrados a la noble tarea de espiar camas, descubrieron una aventura amorosa del posible candidato de alternativa a Reagan. Cuando vi la foto de la dama del pecado me vinieron ganas de aplaudir a Hart, y aplaudirlo de pie; pero las ganas se me desvanecieron apenas leí sus penosas explicaciones, indignas del más indigno de los acusados por los tribunales del Santo Oficio de la Inquisición.

En todo caso, la denuncia del Miami Herald, que liquidó la carrera política de Hart, desplazó a un conveniente segundo plano las simultáneas revelaciones sobre las trampas del presidente Reagan en el desvío de fondos ¡legales para asesinar niucaragüenses. La tradición puritana, que viene de la época colonial, y no de antes, ha colgado a Gary Hart del palo mayor del Mayflower. Desde el punto de vista de un sistema que tiene por costumbre la doble moral, el doble lenguaje y la doble contabilidad, él ha cometido, sin duda, un crimen más grave que las atrocidades que los contra cometen por cuenta y cargo de Estados Unidos.

Una cruzada contra el sexo

Mientras al norte de América el viento de la hipocresía balanceaba el cadáver político de Hart, en Europa el neomorafismo mojigato también hacía de las suyas.

En París, los ministros de Interior y Cultura lanzaban nuevas andanadas de propaganda en su campaña de censura contra el erotismo, llamado pornografia. En una playa de Cádiz, dos mujeres que tomaban el sol en cueros, o casi, eran enviadas por tres días a prisión, cosa que, si mal no recuerdo, hacía años que en España no ocurría. Todo desnudo es pecaminoso porque remite al pecado original, decía san Agustín, y en Florencia sus devotos ponían el grito en el cielo, o mejor dicho en el paraíso, ante la anunciada exhibición del Adán de Masaccio, que por primera vez podría mostrar su temible desnudez original. Los técnicos han logrado desvestir a Adán, y ahora él está tal como Masaccio lo echó al mundo, sin la hoja de parra que la Iglesia le había plantado encima. Y en el Vaticano, mientras tanto, el Papa, recién llegado de América y de Alemania, afilaba sus tijeras de castrar.

La morada de Satán

En Chile, en el estadio Nacional, de siniestra memoria, el Papa había podido comprobar personalmente la persistencia de una demoniaca tradición pagana. Cuando Su Santidad exhortó a los jóvenes chilenos a repudiar el sexo, ellos le contestaron con un rotundo y unánime "nooooo" Unos años antes, el general Pinochet había dictado un decreto ley contra otra muy demoniaca tradición pagana: un decreto ley contra el modo comunitario de producción y de vida de los indios mapuches.

En tiempos de la conquista, estas dos habían sido, precisamente, las pruebas fundamentales de la perdición de América, o de su necesidad de salvación. Claro está que los indios también olían a azufre por su tendencia a adorar ídolos y a ofrecerles sangrientos sacrificios ceremoniales, pero dos eran las pruebas más irrefutables de que el Nuevo Mundo servía de morada a Satán: el amor libre y la ausencia de propiedad privada.

Una memoria peligrosa

El amor era libre en la mayor parte del espacio americano, aunque la vida sexual estaba sometida a normas relativamente rígidas en las vastas regiones dominadas desde el valle -del Cuzco y el lago de Texcoco, donde tenían su centros de poder los incas y los aztecas, sociedades de siervos y señores verticalmente vertebradas por el Estado. Pero las tales normas relativamente rígidas resultan muy flexibles si se las compara con lo que vino después. Al fin y al cabo, en toda América había divorcio, en el sentido de que nadie estaba condenado a cónyuge perpetuo, y en ningún lugar de América la virginidad de la mujer tenía la menor importancia.

En la región del mar Caribe, y también en otras regiones, la homosexualidad se consideraba normal. Fue en Panamá donde ' en 1513, Vasco Núñez de Balboa cumplió una de sus ceremonias de exorcismo arrojando a los perros carniceros a 50 indios homosexuales, que hasta entonces disfrutaban de libertad y

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El cuerpo como culpa o como fiesta

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respeto entre los suyos. En la costa colombiana del Caribe, en 1599, los indios taironas se alzaron en defensa de sus costumbres sexuales, práctica libre del divorcio, la homosexualidad y el incesto, y 80 comunidades resultaron virtualmente exterminadas por la represión, cuando se restableció el orden, que era un orden de prohibiciones.

Resulta estimulante la evocación de esta memoria de la libertad. En el mundo de nuestro tiempo, todavía la homosexualidad se considera delito en muchos códigos penales, y delito o enfermedad en casi todos los códigos morales. Y, paradójicamente, porque la historia suele gastar chistes de humor negro, es la región del Caribe una de las peores en materia de prejuicios machistas contra los homosexuales y las mujeres.

Reivindicación de la alegría

El terror al SIDA, al paso que vamos, podría convertirse en terrorismo. Esta peste parece confirmar, científicamente, las más jodidas maldiciones que Jehová había proferido, según el Antiguo Testamento, contra los homosexuales y contra todos los que de un modo u otro andan pegando mordiscones a la manzana prohibida, que es, como se sabe, la más sabrosa y peligrosa de las frutas del reino de este mundo.

Peor que la peste del SIDA es la peste del miedo. Por eso bueno sería, y bien vendría, que la conmemoración del descubrimiento nos sirviera de ayudita. Dicho así, parece cosa de locos; y por eso lo digo: que hay que salir al paso de esta onda ascendente de puritanismo castrador, que nos está amenazando con vaciar de electricidad la vida para reducirla a virtuoso, aséptico, inofensivo aburrimiento. Y si así se hiciera no habría que encarar los festejos como un homenaje a los Reyes Católicos, fundadores de la Inquisición en España y campeones de la intolerancia y el oscurantismo en América. En cambio, el histórico cumpleaños se podría encarar como un universal aplauso a la linda gente que ha sabido mantener vivas, a pesar de tanta persecución y tanto desprecio, las dos tradiciones más antiguas de América: la tradición de libertad y la tradición de comunidad. Entonces sería un homenaje, pongamos por caso, a las comunidades mayas de Guatemala, que han sobrevivido a Incontables campañas de aniquilación y que todavía son capaces de elegir la solidaridad y despreciar la propiedad, y que todavía llaman juego al acto del amor. O sería una celebración, pongamos también por caso, de la manera huichola de parir. Cuando van a parir, las indias huicholas, en la sierra mexicana de Nayarit, no piensan en la maldición bíblica que ha condenado a la mujer a engendrar con dolor. En cambio, ellas se concentran recordando aquella noche de nueve meses antes, para que el niño que va a nacer sea digno de la alegría que lo hizo.

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