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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bienvenido, Mr. Marshall

MR. MARSHALL, mitificado en España por la famosa película de Berlanga cuyo título es el de este editorial, no era otro que el general americano George Marshall, secretario de Estado, que hace ahora cuarenta años hizo público un plan de ayuda a la Europa arruinada por la guerra. El hecho de que nuestro país quedase excluido de sus beneficios, a causa de la colaboración de Franco con Hitler y Mussolini, y del establecimiento de una dictadura en España de corte fascista, ha contribuido a extender entre nosotros una imagen estereotipada de lo que fue esa ayuda.Preparado por uno de los diplomáticos más brillantes con que ha contado Estados Unidos, George Kennan, el Plan Marshall tendía no sólo a la recuperación de los equipos productivos quebrantados, sino principalmente a vertebrar la unidad de Europa occidental frente al temor de un avance del expansionismo soviético. En aquel momento, la URSS gozaba de un prestigio gigantesco por el peso que había asumido en la II Guerra Mundial, y en numerosos países occidentales los comunistas tenían una fuerza considerable por su papel en los movimientos de resistencia antihifieriana.

Con la perspectiva que nos da el tiempo, cabe afirmar que el Plan Marshall, gracias a un esfuerzo económico por parte de EE UU sin precedentes en tiempos de paz, ha tenido consecuencias políticas de largo alcance. La Europa de hoy sería muy distinta si, en 1947, no hubiese intervenido en su evolución ese poderoso factor llegado de ultramar.

La eliminación de los comunistas de los Gobiernos de Francia, Italia y Bélgica se hizo sin graves repercusiones. El Plan Marshall ayudó a crear la base objetiva para las políticas keynesianas de clevación de la demanda social, de distribución menos desigual de la renta y el auxillo al bienestar social. Con ello retrocedió la influencia comunista y se asentó la hegemonía del reformismo en el movimiento obrero y popular. En ese neocapitalismo venido de las circunstancias posb¿licas y de la política norteamericana parecían realizarse las tesis de que la exparísión económica engendraría por sí misma mayorjusticia social. Era la hora del Estado de bienestar, que tuvo su expresión teórica más acabada en el programa de Bad Godesberg de la socialdemocracia alemana. En él, dicho partido renunciaba al marxismo porque ya no hacía falta: el socialismo se acercaba sin necesidad, de revoluciones.

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Simultáneamente, se empezaron a cumplir los primeros pasos hacia la creación de órganos de cooperación económica europea. Crecía la popularidad de Estados Unidos entre las poblaciones de Europa, y ese clima facilitaba la aceptación de ura hegemonía mundial norteamericana.

En el Este, la prioridad de la política exterior de la URSS, al terminar la II Guerra Mundial, fue imponer su dominación en los países del centro y del este de Europa que se encontraban ocupados por sus tropas. Política inspirada mucho más en las tradiciones del zarismo que en proyectos de revolución mundial. En esos países. a diferencia de lo que ocurría en Occidente, los partidos comunistas eran surriamente débiles, y los sentimientos populares, bastante negativos hacia la URSS especíalmente en el caso polaco, debido a razones históricas. Moscú no estaba en condiciones de prestar ayuda económica, ya que la propia URSS tenía que hacer frente a los terribles daños causados por la guerra. y tales factores contribuyeron a que Stalin, que aplicaba dentro de su país una represión feroz, recurriese cada vez más a métodos militares y, policiacos para imponer su dominación en la Europa del Este.

En ese marco, el Plan Marshall era un instrumento económico y político inteligente y eficaz para crear dificultades a la expansión soviétIca. La ayuda de EE UU fue ofrecida al Este, con la condición de que los Gobiernos debían entrar en un sisterna de coordinación con el resto de Europa, y ello provocó divisiones serías en los Gobiernos de varios países, como Checoslovaquia y Polonia. Stalin tuvo que intervenir con brutalidad para impedir que algunos de sus satélites se incorporasen al Plan Marshalli, lo que al fin provocó la caída del prestigio de la URSS en Occidente.

Kennan quería que la ayuda de EE UU a Europa occidental -incluso en el terreno de la seguridad- se hiciese desde lejos, para que los países europeos reforzasen su unidad y su personalidad propia. No creía en un peligro militar inmediato y quería evitar la congelación -de la división de Europa. El Plan Marshall tendía a aprovechar las debilidades políticas y económicas de la dominación soviética en el Este para abrir el camino a un proceso de unidad europea no limitado a Occidente. El cerco de Berlín por la URSS provocó, entre 1948 y 1949, un viraje de la política norteamericana hacia una concepción mucho más defensiva y militarista. Tan contraria era esta nueva tesis a la que había inspirado el Plan Marshall, que Kennan dimitió de sus cargos estatales. Todo quedó subordinado a la defensa militar de Europa occidental ante el riesgo de una ofensiva soviética; y para ello se llegó a la firma del Pacto Atlántico.

Aunque la responsabilidad básica corresponde a las, tendencias expansionistas que la URSS manifestó desde el fin de la II Guerra Mundial, también la respuesta occidental contribuyó a la deformación militarista y armamentista que se ha producido en la política mundial en las últimas décadas. A pesar del absurdo que supone acumular armas que no pueden servil para ningún objetivo político, la carrera de armamentos. ha supuesto el desvío de una parte considerable de los bienes y de las capacidades mentales de numero sos países hacia las ramas militares. A medida que los dos bloques militares se han perfeccionado como ins trumentos militares, han ido perdiendo sus históricas razones de ser.

En el 40º aniversario del Plan Marshall varios hechos parecen indicar que entramos en una nueva etapa de la historia europea. La crisis no afecta tanto al parentesco político y cultural profundo que vincula a EE UU y a Europa, sino a la patología militarista de esas relaciones. Europa ya no puede seguir aceptando un tipo de hegemonía que hace de ella un apéndice de la estrategia planetarla de EE UU. Si las novedades de la política de Gorbachov han tenido gran impacto es, sobre todo, porque ayudan a destacar las posibillídades reales de una política. de seguridad europea que no se base en la acumulación de armamentos. De ahí el alcance histórico del probable acuerdo sobre la opción supercero de EE UU y la URSS.

El reformismo que cobró auge gracias a los resultados del Plan Marshall está en crisis y busca nuevas vías. El paro atenaza a Europa y hace falta hacer frente arealidades radicalmente nuevas La socialdemocracia alemana entierra su programa de Bad Godesberg. La izquierda en Europa no puede ya confiar en el puro desarrollismo económico y en manejar las palancas del Estado para avanzar hacia la justicia social. Fuera de nuestro continente, los cambios en los últimos cuarenta años han sido aún más profundos. El centro de la política mundial ya no es el Atlántico, ni viene marcado por las relaciones entre EE UU y Europa. Crece el papel del Pacífico. Japón hoy, China mañaría, se inscriben como factores decisivos de] siglo XXI.

Lo que el Plan Marshall tuvo de ejemplar debe ser aplicado ahora a un marco distinto. EE UU demostró entonces una capacidad singular de supeditar la lógica económica a un objetivo político absolutamente prioritario, destinado a la construcción de sociedades libres y democráticas. Hoy, el mundo industrializado en su conjunto debería ser capaz de iniciar, con decisiones políticas audaces, una solución generosa de las situaciones insoportables del Tercer Mundo. Es sorprendente que la Administración americana actual no sepa aprender la lección de los propios grandes políticos americanos que les precedieron. Pero de que finalmente lo hagan depende que el reto de las próximas décadas pueda saldarse con una mejora material y moral de la humanidad entera.

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