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FERIA DE SAN ISIDRO

El torazo también embiste

¡Oooh!", un clamor en la plaza, todas las bocas abiertas, 24.000 campanillas al aire -amígdalas unas cuantas menos, que los hay operados- cada vez que salía ayer un toro por los chiqueros; toro-torazo, corpulento, veleto, o vuelto, o delantero, en cualquier caso astifino y cornalón. Las Ventas tiene bien ganada fama de que su ruedo suelen enseñorearlo toros grandes, y el taurinismo se indigna: "¡El toro grande no puede embestiiir!".Pues depende: ayer ¡sí embestíaaa! Los torazos cornalones embestían, unos con mala uva, otras con buena; es decir, igual que el medio toro y el toro chico. Porque si el taurinismo quiere hacemos creer que el medio toro y el toro chico embisten siempre, es que pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino. Ya se vio en Sevilla, sin ir más lejos: casi cuanto plantó su pezuñita en el rubio albero, se quedaba paradito morcillón.

El Torero / J

A. Campuzano, P. L Vázquez, JiménezCinco toros de El Torero; 6º, sobrero de Puerto de San Lorenzo: aparatosamente grandes y cornalones, de juego desigual. José Antonio Campuzano: media tendida caída, rueda de peones y tres descabellos (Silencio); tres pinchazos -aviso- y dos descabellos (división). Pepe Luis Vázquez: pinchazo delantero atravesado y caído (bronca); dos pinchazos bajos, media delantera atravesada y descabello (bronca). Pepín Jiménez: estocada trasera baja y aviso (palmas y pitos); pinchazo bajísimo, otro pinchazo y golletazo (silencio). Plaza de Las Ventas, 28 de mayo. 14ª corrida de feria.

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Distinto es que a los toreros les complazca ponerse delante de los torazos cornalones. Mucho gustirrinín no debe dar ponerse frente a aquellas carotas foscas, babeantes, arboladas, tras las que apenas se perciben corpachones atonelados, y hasta el rabo allá lejos chicoteando moscas y garrapatas puñeteras. Pepe Luis Vázquez, por ejemplo, no ponía cara de felicidad cuando se vio frente a aquel quinto toro de 632 kilos, hecho a la medida del Talgo, en vanguardia unas astas tremendas, como arremangados brazos abiertos, y pidiendo con ronco mugido: ¡Toreros sevillanos a mí!".

Lo mugía, embistiendo. Áspero por el pitón izquierdo, menos por el derecho, Pepe Luis Vázquez lo citó a derechas, pero si el espíritu estaba presto, la carne era débil, y no permitía que el torazo, sus pitones arremangados, le pudieran estropear el traje. Al anterior de su lote, lo mismo, aunque con mayor justificación pues ese tenía media arrancada. Le dio un ayudado por bajo, un exquisito pase de la firma, comprobó que la embestida por ambos lados no era buena y entró a matar. Se le agradeció. Cuando el panorama es confuso, más vale la brevedad que resobar al toro para nada.

A Pepín Jiménez le ponían los torazos cornalones inmaculada albura en la faz, ya de suyo muy poco coloreada. Cada cual es como es y Pepín Jiménez, aparte de torero pálido, no presume de legionario; jamás. Tiene estilo como muy pocos -de eso sí puede presumir- y lo apuntó en las verónicas bajando las manos con que recibió al segundo de la tarde, en algún que otro redondo o natural aisalados.

Se apreció durante sus dos faenas la voluntad de redondearlas; que no fueran de trámite; que los toros encontraran en su muletilla graciosa ocasión de embestir. Porfió más de lo que acostumbra, es cierto, aunque cortaba las tandas, cambiaba los terrenos para reemprenderlas, pues no se fiaba mucho. Con el estoque empeoró su imagen.

Cuando Pepín se prepara para matar, monta la ortopedia. Utiliza un estoque cuya empuñadura semeja un artilugio de rehabilitación, lía la muleta como manta, pega mandobles a sotamorrillo El último que pegó en la tarde resultó golletazo.

Los torazos cornalones tampoco merecían semejante trato. Una muerte digna les era debida, y alguno incluso fue acreedor a parabienes por su noble comportamiento. Ese fue el Caso del cuarto de la tarde, que tomó la muleta de Campuzano con fijeza de buena casta, atemperada codicia, rítmico son.

Faenas en el sol

Los tendidos de sol gozaron ayer de la preferencia de Campuzano, que llevaba las faenas a sus proximidades. Los espectadores beneficiarios se lo agradecían en el alma, palmoteando jubilosos. Era un fuerte contraste con la actitud del resto de la plaza, que permanecía silenciosa, física y anímicamente distanciada de estos aconteceres. Mas no ajena ni ciega. Y apreció perfectamente el mérito de Campuzano con su primer toro, cuya media arrancada provocaba obligando, consintiendo y a la voz, tanto como censuró las ventajillas que aplicaba a la nobleza del cuarto, toreándolo con la suerte descargada, abuso de pico y escasa inspiración.

El honor a las embestidas y a la torería lo consumó sobre todos Manolo Ortiz, al prender reunido y arriba dos soberanos pares de banderillas al sexto toro. También los prendieron buenos Pepín Femández y Manuel Luque. Mientras va siendo vicio de muchos peones tirar los palos, así se midan con toros chicos, estos tres hicieron la suerte con los grandes. Cuando hay casta en el toro y pundonor en el torero, el tamaño, qué más da.

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