La voz grave y oscura de Horne
Al aparecer en la escena del teatro de la Zarzuela Marilyn Horne, el público -variado y, en parte, atípico- rompió en una larga ovación que duró bastante más de un minuto, desde luego, la más grande y unánime que sonaría durante todo el recital. Sin embargo, la Horne no ha cantado nunca aquí.¿Qué se ovacionaba, entonces? Sencillamente, un nombre, una fama, una protagonista de grabaciones bien conocidas y apreciadas desde Norma a Carmen Jones, desde Lucrecia Borgia a West Side Story, desde El profeta a El hombre de La Mancha, desde Don Giovanni (con la Lorengar) hasta El amor brujo, con Bernstein. Todo ello sin quitar mérito al trabajo de José Luis Rubio, jefe de prensa, publicidad y relaciones públicas de la Zarzuela, que moviliza a los medios con eficacia increíble.
Gala de la ópera
Recital de Marilyn Horne. Pianista: Martin Catz. Obras de Vivaldi, Beethoven, Nin, Rossini y Copland. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 25 de mayo.
"El concierto del año", "la mejor cantante del mundo", se ha repetido. Pero con esto sucede como con las bodas del siglo en las revistas del corazón. Vienen a ser tantas que me recuerdan una antigua revista ilustrada madrileña: bajo su título advertía que "todos los números que publicamos son extraordinarios".
Bien; no cabe duda que Marilyn Horne es y, más aún, ha sido una cantante extraordinaria, que su Rossini (El barbero, El asedio de Corinto, Ceneréntola, La italiana en Argel, Tancredo, Semíramis, que en unión de la Caballé y bajo la dirección de López Cobos admiramos en París a finales de 1981) es excelente y se beneficia de una voz grave, oscura, rica de flexiones y colores, un poco distanciada y, por supuesto, de un estilo tocado por la gracia.
Plenitud pasada
La Home llega a nosotros en vivo cuando pasó su período de plenitud.Nacida en Bradford (Pennsylvania) en 1934, según unos (Alain Paris, Rosenthal Warrack), y en 1929, según otros (Oxford Dictionary, Oper-Lexikon), conserva la movilidad de su técnica, pero no tanto la frescura de su voz, brillante y suntuosa.
De su talento nada hay que decir, pues la experiencia suele perfeccionar. Ya fue inteligente, aunque un tanto desconcertante, la confección del programa, en el que a Vivaldi seguía Beethoven, a éste, a Joaquín Nin, para pasar luego a Rossini y desembocar en Aaron Copland.
De todo lo escuchado seleccionaría, en bloque, el Beethoven (In questa tomba oscura, Die Ehre Gottes aus der Natur -La Gloria de Dios en la Naturaleza-), el villancico jondo de Joaquín Nin, los leves y chispeantes lieder Copland y las canciones rossinianas, especialmente la española, uno de los varios ejemplos que su autor dedicó a nuestro país junto a Granada, La aragonesa, La tirana rossinizzata, La viuda andaluza, El bolero con texto de Metastasio, o L'passeggiata compuesta expresamente para su majestad la reina María Cristina de Borbón.
A veces la voz de la Horne evoca la de Conchita Supervía, por lo que recuerda en directo mis años estudiantiles y lo que testimonian las grabaciones históricas.
Y el entendimiento de los estilos resulta tan extenso que abarca el Stravinsky del Canticum Sacrum, el Alban Berg de Wozzeck, el Vivaldi de Orlandio furioso (aun cu.ando supongo que los especialistas barrocos de hoy no estarán demasiado de acuerdo con la versión de la Horne), las canciones del repertorio eslavo y bohemio, las españolas y francesas, los ciclos de Mahler y, no cabe dudarlo, el belcantismo de Bellini y Donizetti.
Las propinas resultaron obligadas, y la impresión recibida, entre interesante y nostálgica. En muchos momentos, la memoria, a la que es imposible negarle la tentación de las comparaciones, volaba hacia los días esplendorosos de Victoria de los Angeles, hacia el dieciochismo y el españolismo de Teresa Berganza y hacia el arte refinado y espléndido de Montserrat Caballé.
Excelente -menos en lo español- el pianista californiano Martin Catz. Si no el del año, fue un concierto atractivo el de Marilyn Horne en su tardía visita a los madrileños.
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