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Reportaje:

El cartero alavés que llamó dos veces

Un empleado de Correos abría cartas de contactos sexuales y ofrecía a cambio sus servicios personales

No son Jessica Lange, Jack Nicholson o John Colicos. Responden a más prosaicos y menos almibarados nombres, como Francisca C., Felipe T. y Gregorio N. Y, sin embargo, han protagonizado en Vitoria una larga y tortuosa historia que si bien no tiene nada que ver con la novela que creó la fértil imaginación de James M. Cain o con la película que en una de sus más conocidas versiones compuso Bob Rafelson, cumple con pulcritud la premisa de sus títulos, porque entonces, como ahora, el cartero también llamó dos veces.

Corría el año 1983. Felipe T., un vitoriano empleado como ayudante postal y de telecomunicación que había ingresado entonces hacía tres años en Correos, procedía a realizar la rutinaria labor de emparejar las cartas. Entonces la vio. El sobre, dirigido a un apartado de correos de, Barcelona capital que servía para establecer contactos sexuales publicitados por una revista erótica, contenía un teléfono de Vitoria. El teléfono.Felipe T. llamó, claro está, y fijó con sus comunicantes una cita en una iglesia de la capital alavesa, la del Pilar, de la que salió un nuevo lugar para el contacto, el piso de un amigo. El sumario dice, con crudeza, que Felipe T., en contra de su deseo, yació con Francisca C., esposa de Gregorio N., en presencia del marido y a petición expresa de ambos cónyuges, tras lo cual intervino el esposo en el acto sexual.

Un día después, Felipe T. volvió a llamar al teléfono de autos y le comentó a Francisca C. que él había disfrutado mucho. "Nosotros, también", obtuvo por contestación, por lo que quedaron, sin concretar, para repetir otro día.

No se sabe cómo, declaró Felipe T. a la policía, el marido averiguó que él trabajaba en Correos, y tras establecer contacto le dijo que si contaba lo sucedido, le denunciaba. La denuncia, sin embargo, no llegó a formalizarse y la historia, nuestra historia, da un salto hacia adelante. 28 de octubre de 1986. Felipe T. seguía trabajando con la correspondencia. Allí estaba; una carta similar a la de hace tres años. No resistió la tentación. Recordaba que la vez anterior le había ido bien. Vuelta al teléfono. Le contestó una mujer, y con ella, que luego resultó ser Francisca C. quedó en un bar del barrio vitoriano de Talamaga. Al llegar al establecimiento, ella le resultó conocida, por lo que Felipe T., que acababa de descubrir que la historia, el ciclo, siempre se repite, optó por dar media vuelta y marcharse. Luego llamó a la pareja, se excusó por no haber ido y dijo que volverían a saber de él.

Gregorio N., el marido, declaró después que a la vista de los hechos se acercó hasta el edificio de Correos y le explicó al director provincial, paso por paso, lo sucedido. Denunciante y director se desplazaron hasta la sucursal en la que Felipe T seguía emparejando cartas, y tras un tira y afloja en el que primero negó saber nada del asunto y luego, en un despacho lo reconoció, este particular Jack Nicholson de la historieta dijo que abrió la carta, se quedó con las 150 pesetas en sellos de correos que contenía y luego destruyó la prueba, "para más tarde hacerse pasar por la persona a quien iba destinado el contacto", reza con frialdad el sumario. La primera vez, en el año 1983, Felipe T. utilizó el primero de sus nombre de pila, Jesús, y la segunda lo cambió por otro más contundente y de mayor eco, Pedro.

La sentencia

Ella, Francisca C., afirmó en su declaración ante el juez que estaba dolida por los hechos y que la primera vez no denunciaron a Felipe T. porque les dio pena, pero esta vez sí, "por que creen que no hay derecho a lo que este chico ha hecho". En 1983, nuestro cartero no se apoderó de ninguna cantidad de dinero.Y llega el juicio. Se altera el ritmo de trabajo de los periódicos. El caso del cartero ocupa muchas líneas. Y claro, viene la sentencia, la número 99 de la Audiencia Provincial de Vitoria. Jesús Felipe T., natural de Vitoria, 28 años, casado, sin antecedentes penales, era condenado a las penas de seis meses y un día de prisión menor y multa conjunta de 30.000 pesetas y a seis años y un día de inhabilitación especial para todo cargo público, además de indemnizar con 150 pesetas e intereses a Gregorio N., por dos delitos de infidelidad en la custodia de documentos y una falta de hurto. La defensa había solicitado la libre absolución, aunque estaba de acuerdo con el relato, pero discrepaba de la calificación jurídica, ya que entendía que se trataba de retención de correspondencia.

El ministerio fiscal se llevó al final el gato al agua. La doctrina jurídica y la jurisprudencia que hay sobre aspectos semejantes, dice la sentencia, deja claro que los empleados de Correos encargados de la correspondencia tienen confiada la custodia de cartas y documentos y, por consiguiente, su sustracción transgrede el deber de inviolabilidad.

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