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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

EI hombre y el mono

LA SUPUESTA creación de nuevos seres híbridos entre el hombre y el mono aparece con un sensacionalismo que puede envolver en la misma apreciación moral, de una manera aberrante, otros experimentos de ingeniería genética, algunos de los cuales se están rea lizando ya. En esta caricatura biológica anunciada -que algunos genetistas consideran prácticamente imposible pero que otros afirman como probable- se encuentran mitos repudiados durante algunos milenios, desde la condena a Prometeo hasta la fabricación del doctor Frankestein: el robo a los dioses de su monopolio para crear vida, que siempre han sido castigados con la desgracia de la producción de un monstruo y con la condena definitiva de su autor. Fuera del mito, los últimos tiempos han demostrado que la acción humana sobre formas preestablecidas de vida, vegetal y animal, se realiza con grandes éxitos elogiables en la producción de alimentación humana y que muy últimamente la misma especie humana se está beneficiando de avanzadas intervenciones biológicas, como la fecundación in vitro o como los nuevos y seguros sistemas arificonceptivos. Estas experimentaciones se realizan hasta ahora en un sentido favorable a la sociedad en su representación de pareja, y en ningún lugar han aparecido como sistemas coercitivos; las transformaciones a que puedan dar lugar son hasta ahora voluntarias. Y en cualquier caso más limpias moralmente que antiguas formas meramente políticas, de fortalecer o disminuir la natalidad -por estímulos metálicos, por retraso o adelanto legales en la edad matrimonial-, en las que hasta ahora, en las sociedades occidentales, prevalecían las del aumento demográfico. Hay ya una nueva ola prodemográfica en Europa -no sostenida por España- qué tampoco tiene en cuenta la cuestión del deseo personal o de la creación natural, sino el intento de variar unos cuadros de edades y unos costes sociales resultantes de lo que parecía el beneficio científico de la prolongación de la vida humana y la reducción de la mortalidad infantil. Pero todo el esfuerzo natalista de los siglos anteriores ha tenido, desde las capas altas de la sociedad, un impulso esclavista: la acumulación de individuos capaces de realizar trabajos de mano de obra y de nutrir la infantería.

Por eso la filosofía que defiende la producción del nuevo ser, medio hombre / medio mono, presenta una forma de caricatura. El engendro valioso para el trabajo pesado, para el trasplante de órganos a los humanos de pleno derecho o para los residuos de la guerra de infantería es un resumen del viejo proletariado o del antiguo colonizado en un momento en que las dos castas gemelas comienzan a escasear.

Privado de derechos humanos, sin sacralizar -sin bautizar, sin redimir-, sin poder ser llamado hombre, susceptible de ser sacrificado como un animal (es decir, sin que su muerte violenta pueda calificarse de asesinato o de homicidio), arroja a la mentalidad conservadora la estampa de su antigua forma de producción y explotación humana; y a la que todavía se llama progresista, su antigua y aún sostenida condición y la amenaza del abaratamiento de la mano de obra. Mezclado el todo a las viejas supersticiones hace que el experimento aparezca como repugnante en sí mismo. Probablemente será imposible, pero tampoco hay que rechazar los beneficios científicos -para otras cosas- que puedan brotar de las experiencias de laboratorio.

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En. todo caso, cualquier confusión de este sensacionalismo con las formas actuales de la ingeniería genética positiva será interesada y retrógrada. La posibilidad de facilitar la generación a quienes estaban imposibilitados o la de interrumpirla a quienes no la desean, la mejora de la calidad de vida fisica, la intervención gerontológica, las terapéuticas prenatales -en útero-, la prevención de defectos congénitos, forman una cuestión enteramente diferente. Y, naturalmente, no sólo no condenable, sino encomiable. El hombre de hoy no tiene ninguna razón para considerar que lo que se ha llamado hasta hoy la naturaleza, o la simple cuestión evolutiva hecha ciegamente, haya dado resultados excelentes y que haya que preservarla a toda costa. Basta con mirar el mundo en torno para saberlo.

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