Un ángel con sexo
Primero asombro, luego risa, y por fin el baile. Michael Clark, con la cabeza muy bien sujeta sobre los hombros y los pies en la tierra, es lo más importante que ha pasado por la danza británica desde Frederik Ashton y Kennet MacMillan.El joven escocés siente un respeto mezclado con veneración hacia la quinta posición clásica (esa postura de pies que representa la quintaesencia de la expresión balletística), y se vuelve quintacolumnista sin piedad para con la convención de la puesta en escena.
Esto es algo más que metáfora, pues Clark es hoy, sin duda, el mejor representante de esa zona de la danza contemporánea que vive, existe y se alimenta de la barra clásica como raíz de lenguaje y esquema estructural. Este chico es vanguardia por derecho propio, y su trabajo es a la danza actual una llamada de atención sobre la necesidad de moverse y volar.
Michael Clark and Company
Pure pre-scenes: Chopin / Clark; Now Gods (acto final de No fire escape in hell): Laibach / Clark. Vestuarios: Body Map. Luces: Charles Atlas; artista invitado: Leigh Bowery. Colaboración: bailarines de la compañía de Carmen Senra. Teatro Albéniz. Madrid, 20 de mayo.
La primera pieza es un divertimiento, y Sólo quiere eso, enrollar al público en su ritmo vital. Paridas y pasos con mucho de iconoclastia hacia el ballét hasta ponerse majadero. Como Fokin, Michael seleccionó unos preludios chopinianos y sobre ellos armó un ballet. De hecho hay cierta evocación al autor de Las Sílfides en ese pas de trois inicial; el resto de Pure pre-escenes es un encadenamiento dadaísta, de vertiginosa creatividad acumulada, donde, entre otras cosas, se descompone el adagio hasta hacerlo original y sacrílego.
Tenebrismo 'punk'
Por irónico que parezca, Michael Clark es conservador. Las provocaciones (el orgasmo de la banda sonora, la diapositiva de la cópula del cerdo con el hombre) quedan en la anécdota del niño terrible, se suman a ese humor adolescente, virtual, un revulsivo que se olvida cuando la danza por buena se impone. Como Diaghilev, sabe que en la coreografía está lo atemporal, y en el accesorio (trajes, decorados, máscaras) el vehículo codificador de su tiempo. Modernos y otras especies urbanícolas le estarán para siempre agradecidos.En Now Gods el artista vuelve al tenebrismo de las dos partes anteriores de. No fire escape in hell. El sexo aparece como motivación de las relaciones escénicas, no como tema de la pieza. Por primera vez el rock se pone al servicio del paso clásico y resulta tan coherente y respetable como con Chaikovski. Concebida como una coda continua, es una obra donde se siente la desigualdad de nivel de sus bailarines. Es lástima, pues el cimiento coreográfico es excelente.
Clark no se prodiga en excepso y, como buen escocés, ahorra sus apariciones y solos, lo que es admirable, pues dejando de lado su ego, facilita que sea el colectivo de la compañía el que domine la representación. Él posee los pies mejor colocados anatómicamente que en mucho tiempo han visto los escenarios españoles, y su baile, carismático, locuaz y virtuoso, es de un raro lirismo hasta llegar a lo deslumbrante.
Sobre Michael Clark habrá que volver mañana mismo. Aunque, ¿cuánto durará su carrera al ritmo que lleva hoy?
Por lo pronto hay que disfrutar con avidez, con la prisa propia de su generación, esa danza donde el embrague es el caos. No hace falta compararlo con nadie, pero por si sirve de referencia, él puede parangonarse en los años ochenta con lo que Bejart fue a los sesenta. Michael tiene un cráneo asombrosamente redondo y perfecto por fuera, y parece que también por dentro.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.